Cultura

«Si política y cultura se contaminan entre ellas, perderemos mucha riqueza»

Fotografía

Carlos Ruiz
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13
diciembre
2022

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Carlos Ruiz

Luz Gabás (Monzón, 1968) se ha recorrido en las últimas semanas media España, efecto directo de haberse convertido en la última ganadora del Premio Planeta con ‘Lejos de Luisiana’, una novela histórica de las clásicas, con una trama que abarca décadas, una historia de amor que cohesiona a sus protagonistas y un momento del pasado por descubrir por los lectores. Como se espera de este tipo de obras, detrás hay varios personajes reales que llevan mucho tiempo de investigación. Al otro lado del teléfono, antes de iniciar su gira por Latinoamérica, Gabás explica su método de escritura: empezó a documentarse en 2018 y no se sentó a escribir hasta que no estuvo bien empapada en el contexto. Fueron cuatro años de trabajo.


Lejos de Luisiana sitúa a los lectores en la Luisiana del siglo XVIII y su época bajo dominio español. ¿Cómo llegaste a esta historia y cómo de difícil fue visualizar este período?

Todas mis novelas han surgido no tanto de una época, como de un concepto sobre el que quería escribir. En este caso, tenía en mente la idea del esfuerzo, la esperanza y el amor y cómo seguimos adelante los individuos y las sociedades. El sentido de la vida. Fue posterior el que me encontrase con ese contexto. Al ir leyendo más y más me di cuenta de que era el lugar ideal para hablar de esto. Primero, por desconocido –me ofrecía mucho juego narrativo– y, segundo, porque la mezcla de culturas, de deseos y de personas con sus diferentes anhelos era ideal para tratar el tema desde varias perspectivas. Al final todo encaja.

Este período de la historia es, en efecto, bastante desconocido para el gran público. ¿Quedan todavía fases de la historia de España por descubrir e incorporar a la cultura popular?

Sí. Aunque entre los historiadores está todo estudiado, otra cosa es la profundidad con la que lo tratan. Un historiador trabaja sobre todo con los hechos también con interpretaciones, pero un novelista empieza a meterse en la piel de esos personajes y a analizar de dónde salen las emociones. En la actualidad, siguen saliendo nuevos libros de historia con nuevos puntos de vista y hay novelistas que se centran en temas que pueden parecer manidos, pero siempre va a tratarse de su punto de vista con nuevos personajes. Por tanto, la posibilidad de enseñar a la gente algo que no aprendería si tuviese que ir a un libro de historia especializado es ilimitada. Eso es el arte del novelista: coger la historia, disolverla y presentar a los personajes en un contexto determinado.

«No podemos dulcificar la historia: por un lado quieres reflejar a los personajes con dignidad pero, por otro, hay que narrar la crueldad»

¿Cuánto hay de político en lo que recuperan novelas, series o películas?

El punto de vista del autor siempre está, pero no todas las novelas son algo abiertamente político. Algunas solo presentan. En mí siempre prima mucho la parte docente, quizás porque fui muchos años profesora. Me gusta saber qué pasó, presentarlo al lector y que saque sus conclusiones. Por ejemplo, en Lejos de Luisiana se trata el tema de la esclavitud que , desde mi perspectiva, es algo abominable pero que, como novelista, presento tal y como fue: no puedo dulcificarlo u ocultarlo. Esto es complicado porque, por un lado, quieres que los personajes salgan reflejados con mucha dignidad y, por otro, tienes que narrar la crueldad.

Justamente, la novela histórica tiene que navegar dos aguas: una que es el momento en el que está ambientada la historia y cómo era la vida entonces y, otra, el contexto en el que se escribe y se lee, con lo que aceptamos o lo que no en ese instante. ¿Cómo se enfrenta esa dualidad?

La novela histórica ha buscado desde su aparición a principios del XIX establecer un diálogo entre tu tiempo y el que tiempo al que te lleva. En ese diálogo, reflexionamos sobre el pasado y sobre el presente. Solo el mero hecho de que nos descubran algo que no conocíamos y que nos hace pensar para mí es el gran valor. Lo que no me gusta es el presentismo: el escritor plantea diferentes dilemas, pero lo que no tendría sentido es que hubiese puesto, por ejemplo, un contexto donde no hay esclavitud y todo el mundo es feliz. ¿Es difícil? Sí, pero lo que no se puede hacer es ocultar. Con nuestra perspectiva actual es muy difícil entender que había eso que se llamaban «amos buenos» y «amos crueles». Es muy complejo. En resumen, la historia hay que contarla, aunque cada novelista va a imprimir su punto de vista de cómo ha entendido la documentación. Hay que ser lo más objetivo posible para no engañar al lector.

Una de las grandes líneas argumentales de Lejos de Luisiana está vinculada a la historia de los nativos americanos. Justamente, en Estados Unidos hay ahora mismo un gran debate sobre quién puede contar qué historias, especialmente cuando se abordan las experiencias de las minorías. ¿Cómo se puede escribir sobre lo ajeno?

La nota de la autora empieza con un proverbio nativo americano que dice «se necesitan mil voces para contar una sola historia». ¿Por qué no? ¿Tienes que ser psicópata para escribir sobre un psicópata? Es que, si no, acabaremos diciendo que las mujeres que escriban sobre las mujeres, los hombres sobre los hombres, los transexuales sobre los transexuales y los africanos sobre los africanos. Llegará un momento de compartimentalización que será como cámaras de eco que no generarán debate. Que cada uno escriba sobre lo que cree que es capaz de escribir. Y que el lector juzgue, porque la cultura es libre.

«No nos volvamos censores: si hay un norteamericano blanco que quiere escribir sobre los nativos americanos, ¿por qué no va a poder hacerlo?»

El problema que veo en la actualidad es que siempre se ha mantenido la cultura separada de la política y ahora hay un interés en mezclarlo. Estará impregnada siempre porque es difícil mantenerse separada, pero no contaminemos una esfera con la otra porque perderemos mucha riqueza. No nos volvamos ahora nosotros también censores. Si hay un nativo americano que lo quiere contar, que lo cuente y yo lo leeré encantada, pero si hay un norteamericano blanco sin raíces nativas que quiere escribirlo ¿por qué no?

Quizás habría que abrir dos debates paralelos: por un lado, quién escribe qué historias y quién publica y, por otro, a quien le cuesta llegar más a los cauces de publicación (porque al autor minorizado posiblemente le cueste más).

Ahí entran muchísimos factores que los escritores no controlamos. Cuando surge una nueva sensibilidad –y ahora es el estar, el ser conscientes de las diferentes perspectivas de género, de raza, de procedencia o de identidad– quizás empieza a haber poco a poco un gusto por saber más y por comprender. Yo no sé qué mecanismos hay para que se publiquen [las obras], pero no creo que haya una intencionalidad previa de rechazo. Al contrario, más bien diría que ahora mismo los editores inteligentes están alerta y abiertos a estas nuevas perspectivas.

Volviendo a la novela, la historia pivota sobre un conflicto clásico, el de dos enamorados que tienen que luchar contra los golpes del destino para estar juntos. ¿No se ha muerto entonces el gancho del amor clásico?

Sinceramente, en casi todas las novelas que leo –escritas por hombres en la época clásica– hay una historia de amor. Y esto a ellos no se les pregunta. Creo que Lejos de Luisiana es más histórica. En los tiempos que corren hablar del amor para toda la vida queda, pues sí, como muy clásico, pero hay de todo. Hay amor homosexual y heterosexual para toda la vida, de los de me caso para siempre y de los de me separo. Cada persona es un mundo. Para novelar planteo esta historia y pienso, primero –sobre todo cuando me topé con la leyenda que le dio origen al libro (un nativo americano se enamora de la hija de un comerciante, huyen, los encuentran y a él lo matan)– que si esta leyenda existe probablemente también lo hizo esta situación. Segundo, ¿cuántos no se han enamorado locamente cuando son jóvenes y, aunque la vida los haya llevado por otros derroteros, no se siguen acordando de aquel amor intenso a lo largo de toda su vida?

«Los críticos siempre intentan salvar la literatura pura porque es la que ofrece una reflexión sobre la sociedad, pero yo creo que todo es una reflexión sobre la sociedad»

La escritora Jennifer Weiner protagonizó hace unos años una polémica con Jonathan Frazen sobre cómo juzga la crítica a los libros. Si un hombre escribe de amor y familia es la gran novela americana, si lo hace una mujer es su vida o una novela «para mujeres». También se ve con ciertos géneros, como el romántico, que no suelen entrar en los suplementos culturales. ¿No temes que para cierta crítica la presencia del amor acabe haciendo que se vea de entrada al libro con determinados ojos?

Nos llevaría horas debatir esto. El género de novela romántica es un género muy concreto. La lectora (y el lector, que también hay alguno) sabe qué se va a encontrar, pero es algo que ocurre también con la novela policíaca. Hay convenciones del género. Yo no creo que mis novelas sean de género romántico. Es verdad que cuando el hombre habla de sentimientos parece que está hablando de la gran verdad del ser humano y que cuando la mujer habla de sentimientos pues es algo más «sensiblería» para mujeres. Una cosa son las estrategias de marketing y, otra, los críticos literarios que siguen manteniendo los mismos criterios clásicos de lo que es literatura «pura» frente al entretenimiento: igual tendrían que actualizarse, porque el mundo cultural de ahora es muy amplio. Los críticos siempre intentan salvar la literatura pura porque es la que ofrece una reflexión sobre la sociedad, pero yo creo que todo es una reflexión sobre la sociedad. El lector ideal sabe distinguir perfectamente qué función cumple cada género, sin despreciar ninguno.

Pero cuando escribes novelas que son increíblemente populares, ¿no duele un poco que los grandes suplementos culturales no hagan caso de este tipo de libros?

No les queda más remedio que hablar, aunque sea como fenómeno cultural. Es que no puedes no hablar de ello. Este es un debate que se dio mucho en el cine y que está bastante superado, porque si no el buen cine solo serían las películas en blanco y negro clásicas. Aguanto bien un debate que plantee que hay textos cinematográficos, literarios o musicales que son más entretenimiento y otros más reflexivos. Pero no sería capaz de decir de rechazar algo. Y hay más aristas para el debate. ¿Si un libro vende mucho lo tenemos que rechazar? ¿Qué hacemos con escritores reflexivos [con elevadas ventas] como Manuel Vilas o Javier Cercas? ¿Ya no es literatura por vender mucho? Todos los clásicos siguen vendiendo. ¿Los rechazamos por vender? Ya no funciona así. El mundo ha cambiado mucho.

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