Cultura

¿Demasiados libros para el planeta?

Cada año, dos millones de libros son publicados en todos los géneros, formatos y tamaños. Libros de cocina, libros de pesca, libros fantásticos, biográficos, filosóficos… Pero si bien son fuente de conocimiento y una gran herramienta de divulgación, cabe preguntarse sus costes ecológicos y cómo se alimentan esas dinámicas de consumo individual que hacen de ellos un objeto de (casi) un único uso.

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22
abril
2022
Free colorful books in shelves image, public domain CC0 photo.

Nuestras sociedades son sociedades del conocimiento. No solo la transmisión generalizada de saberes ha devenido su característica más esencial, sino que también se rinden a la creación e innovación como principal tarea. Desde la agricultura a la literatura, todas las ciencias humanas buscan expandir sus posibilidades para dar respuesta a los grandes retos que atravesamos como especie y como colectivo.

Para transmitir nuestros aprendizajes hemos creado mil fórmulas y herramientas. Algunos ya auguran que la llegada de las nuevas tecnologías y los espacios digitales –o las innovaciones como el blockchain y las criptomonedas– abrirán una nueva puerta hacia el saber. Pero, si bien es cierto que cada vez más damos más espacio a los vídeos, los tuits y otros formatos puramente digitales, los libros en papel siguen posicionándose como el medio principal de transmisión de conocimiento. Como dato, el consumo de libros digitales en español en plataformas de suscripción solo ha pasado del 5% en 2016 al 20% en 2022. Aunque es un crecimiento relevante en términos numéricos, esto demuestra que al libro físico aún le queda camino por recorrer.

A lo largo de la historia, los libros ejercieron como la primera herramienta democrática de divulgación y accesibilidad a la cultura y al saber. El rastro de la palabra escrita ha permitido acelerar el intercambio de ideas entre personas y continentes, alimentando un saber mucho más contrastado y crítico. Cada año, millones de libros son publicados en todos los géneros, formatos y tamaños. Libros de cocina, libros de pesca, libros de relatos fantásticos, libros para criaturas, libros biográficos… Toda idea acaba plasmada en un libro. De hecho, en la actualidad, ya contamos con más de una decena de plataformas digitales que permiten a cualquier persona, por un módico precio, enviar un manuscrito para convertirlo en libro. De lo que sea. Por existir, existen incluso los de metafísica, que se acumulan en los estantes de librerías y bibliotecas para posteriormente ser (o no) amontonados en mesitas de noche y estanterías particulares junto a muchas (¿demasiadas?) otras ediciones.

Sin embargo, ante la crisis ambiental a la que nos enfrentamos y ante la dura realidad de que ya haya desaparecido un tercio de los bosques más antiguos en el mundo, cabe analizar –al igual que hacemos con el resto de sectores– hasta qué punto su producción y consumo ha dejado de ser sostenible. Aunque el placer de la lectura es inmenso, los datos ofrecidos por Renovables Verdes calculan que solo la industria editorial de Estados Unidos consume 16 millones de toneladas de papel al año y que los 2.000 millones de libros impresos anualmente talan aproximadamente unos 32 millones de árboles.

Las librerías de segunda mano, los cambios en los gramajes y el uso de materiales reciclados son las tendencias de un sector que no deja de pensarse a sí mismo

A nivel de huella ecológica, cada libro impreso genera de media unos cuatro kilos de dióxido de carbono. El papel y otras materias primas provocan hasta un 42% del impacto de contaminación directa e indirecta según el análisis del ciclo de vida ofrecido por el proyecto Greening Books, un proyecto europeo desarrollado por la editorial Pol·len. Además, las diferencias a nivel mundial son también remarcables: un 10% de la población consume el 50% del papel, y Europa y Norteamérica consumen hasta seis veces más que la media.

El acceso a la cultura debe ser sostenible en todos sus sentidos. No solamente su distribución tiene que ser democrática y universal, sino que su edición, producción y distribución deberían tener en cuenta los efectos medioambientales y sociales de estos pequeños productos que guardamos en nuestras bolsas y bolsillos, en las mesas de los bares y en los paquetes para regalo. En unas sociedades donde la cultura corre el riesgo de devenir un mundo marginalizado, donde artistas e intelectuales se ven inmersos en complejos recorridos burocráticos para acceder a fondos públicos y donde los medios de comunicación están condenados a ritmos acelerados que no dan lugar a esa calma que caracterizaba al trabajo del escritor hace tan solo algunas décadas, quizá sea el momento de repensar el mercado de los libros, su espacio de intercambio y su comercialización. 

Las bibliotecas, las librerías de segunda mano, cambios en los gramajes de los folios o los libros fabricados con materiales reciclados son algunas de las tendencias que ya vemos en un sector que no deja de pensarse a sí mismo. Y funcionan. El ejemplo perfecto lo tenemos en la edición de Harry Potter y la Orden del Fénix en 2003, un libro que consiguió más de un millón de copias vendidas en papel reciclado, evitando así el derribo de 39.320 árboles y ahorró 63.435.801 litros de agua. No obstante, debemos incitar un cambio más radical que ponga la divulgación del conocimiento en un nuevo escenario.

Poner en valor la cultura no es publicar todo lo que se escribe, ni condenar a la escritura a los ritmos del sistema económico. Valorar los libros como contenedores y contingentes del conocimiento pasa necesariamente por reconfigurar el mundo editorial como un espacio desligado de las exigencias productivas que ya no representa ni a sus ritmos, ni a sus intereses. Tampoco al planeta.

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