Siglo XXI

El día que las máquinas tengan consciencia

Hay quien cree que la inteligencia artificial del futuro desarrollará una sistema cognitivo similar al humano, mientras otros aseguran que los estados mentales son exclusivos de nuestra especie. ¿Qué postura tiene más posibilidades de estar en lo cierto?

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02
noviembre
2022

«Deténgase, Dave… Tengo miedo», imploraba HAL 9000 en una especie de letanía entrecortada. «Tengo miedo, Dave… Mi cabeza se va, siento que se va… Todo es confuso para mí… Me doy cuenta…». La desconexión de la supercomputadora en 2001, Odisea en el espacio marcó un antes y un después no solo en la cultura cinematográfica, sino también en el imaginario colectivo de la inteligencia artificial. ¿Por qué el público se compadeció de una luz roja inmóvil? ¿Era su drama real o nos engañó a todos? Estas cuestiones forman parte de uno de los grandes debates filosóficos del siglo: la consciencia de los robots.

Y, como en todo gran debate, hay múltiples respuestas. En este caso, los argumentos se construyen principalmente en base a dos elementos: el grado de confianza en el desarrollo tecnológico y el significado de consciencia. En primer lugar, el elemento tecnológico enfrenta a dos corrientes, la IA débil y la IA fuerte. Los defensores de la débil aseguran que una máquina solamente puede imitar el comportamiento humano, quizás copiarlo a la perfección, pero nunca sentir emociones genuinas ni desarrollar comportamientos basados en la comprensión de sus propios pensamientos. Por el contrario, los seguidores de la IA fuerte sí confían en que se puedan crear sistemas con los mismos procesos internos que los humanos, o al menos lo suficientemente similares como para poder llamarlos consciencia.

Se acepta que una inteligencia artificial actual no tiene cognición, sino que recrea los procesos del pensamiento humano. Los recrea, pero no los posee. Sin embargo, el ordenador del futuro podría tener softwares que realmente otorguen cognición, o sea, reglas intangibles que desde su instalación en la máquina le dotan de independencia y autoconocimiento conductual a través de circuitos eléctricos.

En general, atribuimos al humano la habilidad de consciencia porque somos capaces de experimentar, en primera persona, estados mentales y actuar al respecto

A raíz de la contienda emerge otra pregunta existencial: ¿sabría la máquina inteligente quién ha escrito su software? Y en caso negativo, ¿podría ser que los humanos fuéramos máquinas al servicio de otros seres, pero demasiado rudimentarios para comprender quién escribió nuestras reglas vitales? Aquí es cuando entra la segunda pieza del puzle: el significado de consciencia.

En general, atribuimos al humano la habilidad de consciencia porque somos capaces de experimentar, en primera persona, estados mentales y actuar al respecto. Dicho de otro modo, podemos explicar nuestro propio software. Asimismo, aceptamos que el resto de individuos a nuestro alrededor también posee ese poder, dado que parecen hechos de la misma materia.

Entonces, si la inteligencia artificial llega a alcanzar una complejidad en la que reconoce su propia existencia y toma decisiones gracias a ella, ¿cobraría consciencia? Es una pregunta trampa, precisamente porque la cognición de los robots solo puede ser entendida desde fuera. Ni podemos meternos en sus mecanismos ni les tenemos confianza como para aceptar sus afirmaciones. Dicho lo cual, ¿quién decide que los ordenadores tienen estados mentales? Si nos lo dicen ellos, o empatizamos ciegamente o desconfiamos; y hagamos lo que hagamos, nos equivocaremos.

La empatía ciega hacia las maquinas es fruto del antropocentrismo, por eso preferimos un robot con ojos y boca a uno de aspecto industrial

Si nuestro escepticismo nos lleva a decidir por ellos su propio funcionamiento, la respuesta no tendría validez. Por otra parte, la empatía ciega hacia las maquinas es fruto del antropocentrismo. Tendemos a la prosopopeya en cuanto nos dan la oportunidad y dotamos de cualidades propias de los seres animados a los que no lo son. Por este motivo, preferimos un robot con ojos y boca que uno de aspecto industrial, aunque su función sea la misma. Por eso nos apenamos con la desconexión de HAL 9000, porque se expresa verbalmente como lo hacemos nosotros. Este sesgo revela que nuestro cerebro no está preparado para identificar la cognición ajena. No podemos saber si la máquina está fingiendo el pensamiento humano o si realmente ha desarrollado inteligencia. Por tanto, puede llegar el momento en que un circuito eléctrico nos diga «tengo miedo» y caigamos en el engaño.

Estas divagaciones son mucho más fáciles de resolver para los dualistas clásicos. La consciencia, según ellos, está compuesta de elementos mentales inmateriales, que sobrepasan el mundo físico. Por ese motivo, un robot no podría jamás tener cognición, pues es un objeto construido únicamente de piezas materiales. Ahora bien, eso no lo convierte en verdadero. Por ejemplo, el filósofo presocrático Tales de Mileto creía que los imanes tenían alma. Varios miles de años después hemos descubierto que el magnetismo puede entenderse mejor mediante la física. De hecho, cantidad de incógnitas que antaño se consideraban milagros, ahora se resuelven mediante la ciencia. ¿Por qué el milagro de la consciencia debería ser una excepción?

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