Cultura

Parménides, padre de la verdad

El filósofo heleno sigue estando de moda. Al fin y al cabo, en una época donde la posverdad se expande como un veneno, ¿por qué no regresar a la lógica que propuso hace siglos el eleático?

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07
septiembre
2022

Las olas acarician las pulidas rocas que delimitan la frontera del reino del mar. Los barcos se bambalean, mansos, mientras en la urbe hombres y mujeres parlotean ajenos al vuelo de los pájaros, al áureo recorrido del sol y a la razón por la que las estrellas aparecen cada noche, ante la mirada humana, en el mismo sitio. Antes de que la luz se extinga bajo el manto de Poseidón y vuelva a dar paso a un renovado día, el paisaje habrá cambiado. «¿Qué permanece entonces?», se pregunta el filósofo, que debe atender a un nuevo paciente.

Parménides de Elea fue, ya en su tiempo, un mito viviente. Polifacético, sus leyes hicieron prosperar la ciudad que diferenció su nombre, llegando a realizar investigaciones sobre la naturaleza que lo convertirían en un «físico» notable. Pero su mayor contribución la hizo al mirar más allá de lo que lo hacían sus contemporáneos: Parménides, del que solo nos quedan fragmentos de la que parece que fue su única obra, un poema, no estaba conforme con lo aparente. Había algo más y, por supuesto, tenía que descubrirlo.

El peso de la verdad

Todo cuanto conocemos del filósofo nos ha llegado a través del testimonio y de la discusión de su trabajo. No sabemos cuándo nació, si bien sabemos que lo hizo en el seno de una familia adinerada e influyente alrededor del año 530 antes de nuestra era. Unos sostienen que fue discípulo de Jenófanes, considerado el escéptico primigenio y otros, en cambio, que lo fue de Anaximandro e incluso que tuvo relación estrecha con los pitagóricos, posibilidad que resulta muy plausible. 

Fueron sus observaciones y análisis de la realidad lo que creó escuela y fomentó la discusión

Lo que sí conocemos con certeza es su influencia en la posteridad gracias al peso con el que contribuyó su estudio de la naturaleza. Fue, con todas las letras, un «físico». Según historiadores como Estrabón o Diógenes Laercio, Parménides dedicó gran parte de su vida a las tareas de gobierno en la ciudad: su código legal mejoró la dinámica de la ciudad y él fue admirado y reconocido en el mundo helénico por su tesón. También se cree que pudo haber sido galeno (es decir, médico), razón que justificaría su preocupación por incluir en el trabajo que le es atribuido algunas observaciones fisiológicas y anatómicas del cuerpo humano con bastante más detalle que el habitual.

Pero no fue su influencia política o su legado como legislador y médico el motivo por el que pasó a la historia como un pilar indispensable para el pensamiento occidental. Fueron sus observaciones y sus análisis de la realidad lo que creó escuela y fomentó la discusión. Literalmente.

Ser o no ser

El pensamiento de Parménides fue revolucionario: su época de apogeo intelectual apenas dista siglo y medio de la de los sabios de Mileto, iniciada por el célebre Tales. Desde entonces, muy diferentes posturas habían eclosionado alrededor de las ágoras de las ciudades y colonias griegas: que si el origen es el agua, que si se trata de lo indefinido, que si es, en cambio, el aire, el fuego, la tierra, o bien este no se puede conocer. Contemporáneo de Parménides fue un pensador un tanto enigmático, Pitágoras, cuya influencia también resultó ser categórica: el inicio, sostuvo, fue el número. Además de sus aportaciones al acervo matemático, la influencia del samio creó sectas a su alrededor con varios seguidores –entre ellas bastantes de pensadoras– en torno a su cosmovisión. 

Parménides bebió de este contexto de pluralidad de opiniones acerca de cómo se constituye el cosmos y se interpreta la veracidad –o falsedad– de la realidad tal y como nos la ofrecen los sentidos. ¿Resulta engañoso lo que vemos? Puede ser, se planteó probablemente Parménides. Ahora bien, ¿nos engatusa el pensamiento? Esta es la cuestión que parece querer resolver en los fragmentos que han llegado a nosotros de su única obra, un poema escrito en –ya arcaico en su época– griego homérico y que, de alguna manera, parece sintetizar sus ideas. 

El filósofo parece querer resolver principalmente una cuestión: ¿nos engatusa el pensamiento?

Parménides busca un elemento fijo para la realidad, un elemento que es mudable y que parece fluctuar ante nuestros ojos: en vez de discutir sobre lo que aprecian o dejan de percibir sus sentidos físicos, este se dedica a utilizarlos como vía para razonar. Los retazos del poema Sobre la naturaleza, que han sido recopilados con metódico estudio desde el siglo XIX, señalan el gran avance del pensador: establecer la noción fija del ser, nada clara en la época.

Durante el poema, Parménides establece un soliloquio donde argumenta que lo que es, es lo que es, inmóvil, inengendrado, indestructible y perfecto, entre otros atributos. Por el contrario, lo que no es, no puede ser al no poseer entidad. La «nada», entendida como una vacuidad total, es imposible: para ser «nada» tendría que ser algo, y si es algo ya no puede ser absolutamente nada. El «ente» –es decir, lo que es, existe o puede existir– de Parménides es, además, uniforme e íntegro, no se puede fragmentar. La intelección, por tanto, sólo puede establecerse en y sobre sí misma: abarca al «ente», no a lo aparente. 

Mientras la razón revela que debía existir la entidad con una naturaleza inmutable y perdurable, la experiencia parece sugerir justamente lo contrario. Parménides atribuye esta paradoja a la corrupción que ofrecen los sentidos y el lenguaje. En el camino de sus razonamientos, Parménides fue introduciendo estructuras lógicas que Aristóteles desarrollaría más adelante. Es el caso de la deducción, el principio de razón suficiente («de lo que no es no puede surgir lo que es») o la reducción al absurdo, entre otros. Además, aportó observaciones que quizá hoy puedan parecernos pueriles o erróneas, pero que en su época fueron tenidas muy en cuenta: sobre astronomía, meteorología, cosmología, fisiología, biología, anatomía e incluso reproducción humana. 

Un pensamiento muy vigente

La metafísica de Parménides atrajo muy pronto la atención de los sabios de la época, entre ellos los pensadores que siguieron sus pasos y que formaron lo que hoy conocemos como Escuela de Elea. Platón, en el diálogo homónimo que dedica al filósofo, recrea el encuentro que mantuvo con Sócrates cuando viajó hasta Atenas en su senectud, acompañado de uno de sus discípulos, el célebre Zenón de Elea. Tras la crítica en los trabajos de Platón y de Aristóteles, los posteriores eruditos griegos y romanos siguieron recogiendo fragmentos de su poema y discutiendo pareceres. Gracias a ello, el pensamiento presocrático de Parménides es uno de los más ricos y estudiados que ha llegado hasta nosotros.

Pero ¿qué puede aportar Parménides a nuestros días? La respuesta es sencilla: el valor de la racionalidad. En un tiempo en que dudamos de todo y de todos y en el que el asombro, la calma y el pensamiento crítico son cuestionados casi como formas pseudo teológicas en valor de la prisa, la productividad sin descanso y la dialéctica vacua, la defensa del intelecto como la herramienta suprema que nos permite aspirar a entrever la verdad entre las numerosas apariencias es regeneradora. No hay más prueba que la que demuestra la razón, mientras que el lenguaje puede ser usado para engañarnos y las evidencias se han podido falsear. Este principio, que ha conducido a la ciencia a su máximo esplendor, es democrático: en vez de creer a ciegas en gurús que se amparan en explotar el prejuicio ajeno de una falta de conocimiento adquirido, Parménides nos invita a distinguir con esfuerzo y dedicación reflexivas. Sapere aude [atrévete a saber], escribieron Horacio y Kant. Aunque a veces finjamos olvidarlo.

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