Siglo XXI

«No debería haber tanto miedo a reformar la Constitución»

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07
julio
2022

Hablar con Tom Burns Marañón (Londres, 1948) es como leer una enciclopedia sobre la España de finales de los años 70. De hecho, todo aquel que quiera entender la Transición española debería leer su trilogía: ‘Conversaciones sobre el Rey’, ‘Conversaciones sobre el socialismo’ y ‘Conversaciones sobre la derecha’. Nieto de Gregorio Marañón y descendiente de Miguel Moya (fundador del diario ‘El Liberal’ y de la Asociación de la Prensa), Burns es un periodista formado en Oxford y ha sido corresponsal en España de ‘Reuters’, ‘The Washington Post’, ‘Newsweek’ y ‘Financial Times’, además de haber escrito una docena de libros. No derrocha palabras, pero todo lo que dice tiene un sentido y un peso rotundo. Recibe a Ethic en su despacho de Eurocofin para conversar sobre la España de hoy y cómo la guerra de Ucrania está desplazando el tradicional liderazgo franco-alemán en Europa.


Al hilo de su trilogía Conversaciones, veinticinco años después, ¿cómo andan el Rey, el socialismo y la derecha?

El rey mal, el socialismo diría que mal y la derecha goza de buena salud.

Pero tenemos un gobierno socialista.

Sí, pero el partido del todo vale ya no cuela. El otro extremo está en auge. Los puritanos ganan. El socialismo ha cambiado mucho desde esas Conversaciones, que eran algo generacional con Felipe González de fondo. En ese PSOE había una idea de modernizar España; «que España funcione», como decía él. La idea de traer la democracia era fácil: el marco era clarísimo, tenías el apoyo de toda la Europa democrática y lo que se planteaba era hacer un país normal; así lo planea muy bien Adolfo Suárez. Normalmente, un político hace una sola cosa bien en su carrera: Suárez lo consigue con la Transición, la Ley de Reforma Política y luego la Constitución; González lo hace con la modernización. El PSOE era el partido que vertebraba España, se votaba el mismo programa en Gerona y en Algeciras. Esto es una vieja idea que viene de Ortega y Gasset, que ya decía que este partido era llamado a ser el vertebrador nacional. Ahora ha llegado a ser la mitad de lo que fue en el 82, perdiendo por el camino cinco millones de votos y, por eso, está en el Gobierno con partidos nacionalistas y comunistas. Y eso nunca fue el proyecto del PSOE de González.

Dice que un político puede hacer una única cosa bien en su carrera. ¿Cuál es la del actual presidente, Pedro Sánchez?

Él diría que ha conseguido un diálogo político, mal que bien, con el nacionalismo catalán y que es lo que había que hacer después de la declaración del referéndum ilegal de 2017. Alegaría también el discurso del salario mínimo, la digitalización (que es lo que están haciendo todos los Gobiernos del mundo) y lo de la política feminista y de género. A mí, nada me parece transformador.

Leía unas declaraciones suyas en las que afirmaba que «si no hay debate, la democracia es como un cascarón vacío». ¿Cómo se encuentra nuestro cascarón democrático estos días?

Hay muy poco debate. El problema de fondo es que [en 1977] se hizo una Ley Electoral en función de unas primeras elecciones democráticas que iban a suceder, incluyendo al Partido Comunista y todos los demás, salvo Esquerra, que no se pudo presentar porque eran republicanos. El temor que tenían quienes hicieron esta ley es el de un parlamento fracturado y la dificultad de formar Gobiernos, motivo por el cual se hacen listas cerradas y bloqueadas. Yo entiendo que esa Ley Electoral era para conseguir un parlamento con dos grandes grupos y otros dos más pequeños, que es más o menos lo que salió (UCD y PSOE, Partido Comunista y Alianza Popular). Y se hizo esto porque las Cortes iban a ser Constituyentes. Pero a las siguientes ya se podría ir modificando dicha ley para ajustarla y permitir que hubiese debate político. Y no ha sido así. Se ha producido una concentración de poderes en los aparatos de los partidos, una jerarquización de la política que, a la larga, tiene consecuencias nefastas.

«A España le falta reducir crispación en el diálogo político: los discursos no pueden estar dictados por los extremos»

¿Eso ha sido por parte de los partidos?

Claro. Una vez que había ganado el PSOE, después Fraga [Alianza Popular] que fue haciéndose poco a poco con el voto de centro, y luego Aznar [ya Partido Popular], les convenía mucho hacer esas listas. A un Feijóo, Sánchez o incluso al mismo Aznar no le va a ocurrir lo que a Boris Johnson en Reino Unido, donde más del 40% de su grupo parlamentario se rebela abiertamente contra él y le dice que se tiene que marchar. Esto lo pueden hacer los británicos en la Cámara de los Comunes porque ellos se deben a su distrito electoral, a sus electores, con los que hablan y quienes les cuentan qué opinan de sus políticos. Eso es algo inconcebible en España, empezando porque en los distritos electorales nadie sabe quién es su representante. Yo creo que esa Ley Electoral debilita la democracia. Y al final, con la ley de las listas cerradas, los partidos jerarquizados y los aparatos recibiendo tantísimo dinero público, tienes exactamente lo que querías evitar: el Parlamento fracturado.

Entonces, ¿habría que cambiar la Ley Electoral?

Lo que ocurre aquí sucede en 2011, cuando se colapsa el PSOE al obtener los peores resultados en su historia y derrumbarse una de las dos columnas de la Monarquía Parlamentaria. En las siguientes elecciones saca mayoría absoluta Mariano Rajoy, que se enfrenta a cuatro años difíciles por las circunstancias económicas, y, en 2015, el que se derrumba es la otra pata, el Partido Popular, que también obtiene los peores resultados de su historia. Ahora tienes un Parlamento absolutamente fracturado. Pero no sé hasta qué punto este es un problema específicamente español. Yo creo que hay mucha desconfianza en las democracias liberales por la clase política. La gente está cabreada: el crack de 2008, luego la pandemia, ahora la guerra en Ucrania. El otro día escuchaba a Felipe González decir algo con lo que estoy totalmente de acuerdo, que a España le falta reducir la crispación en el diálogo político. Los discursos no pueden estar dictados por los extremos; Unidas Podemos, Bildu y ERC no pueden dictar la política del PSOE, como tampoco puede estar Vox dictando la del PP. Por otro lado, nunca había hecho tanta falta un pacto de rentas como el que se pudo hacer en los Pactos de la Moncloa [firmados en octubre de 1977]. Yo ahora lo veo dificilísimo. Es tal el mal ambiente y el hartazgo de la gente, que si cambias el régimen de las pensiones se monta una bronca horrorosa.

Una crispación que existe arriba, pero también abajo, en la sociedad. Si no podemos sentarnos a debatir algo la posibilidad de unos pactos de renta para intentar contener la inflación, ¿significa que hemos perdido la capacidad de intercambiar ideas con argumentos sólidos? Parece que también, con la tecnología y las redes sociales, todo se polariza, perdiéndose el respeto y la capacidad de análisis.

Las redes sociales están ahí y se van a utilizar cada vez más. Los diarios digitales tienen unas pantallas en la redacción que les van indicando [a tiempo real] cómo han caído las noticias que van contando, cuál es la que más ha gustado, cuánto tiempo se ha pasado el lector leyéndolo, si se ha vuelto a leer, si se ha reenviado. Y lo que han descubierto es que cuanta más caña den y más brutalidad cuenten, más se leen. Y eso es algo horroroso.

«Debería afianzarse la idea de poder entrar en la política cuando ya se haya alcanzado un buen conocimiento de la vida civil; no antes»

Volviendo al tema de las reformas; también ha dicho alguna vez que habría que reformar la Constitución y que no pasaría nada. ¿Qué habría que reformular y por qué?

Lo primero de todo sería replantear el tema de la autonomías. Es cierto que hay decisiones que cuanto más cerca estén a las poblaciones –sanidad, educación, carreteras– mejor, y que la centralización perjudica muchas veces el poder solucionar problemas a nivel local. Dicho esto, el gasto que representan la Administración, las autonomías y las diputaciones, el Gobierno local –en términos comparativos con otras democracias liberales– cuesta mucho en España. Por ejemplo, cuando se intenta hacer un currículo nacional en la Educación es muy difícil, porque la Constitución deja a los Gobiernos autonómicos ocuparse de ello y, evidentemente, las autonomías históricas (Cataluña, Galicia, País Vasco) tienen su propia agenda. Y poco a poco se deshace el país. Mira el problema de Cataluña: es increíble cómo pudiendo utilizar un idioma universal como es el español, uno acabe la educación obligatoria no pudiendo redactarlo bien. Los idiomas son una ventaja fantástica.

Entonces, ¿cuán plausible es tocar la Constitución?

La Constitución está hecha precisamente para no cambiarla. Es muy difícil cambiar asuntos gordos. Las mayorías reforzadas se hicieron precisamente para eso. Solo conozco un caso relevante en el que se haya cambiado la Constitución en relación al artículo 147 [relativo a los estatutos de cada Autonomía] con la deuda que hicieron Mariano Rajoy y José Luis Rodríguez Zapatero para tranquilizar a los mercados con toda la crisis de la eurozona y la prima de riesgo: se puso un tope para evitar un endeudamiento en los organismo autonómicos y locales. No debería haber tanto miedo a reformar la Constitución, no tiene que estar petrificada. Otras constituciones están cambiándose todo el tiempo.

Y nuestra clase política, ¿habría que reformarla? En más de una ocasión, usted ha dicho que «el Gobierno de los mejores ha dado paso a una creciente mediocridad de la clase política».

Debe de existir la idea de entrar en política cuando ya se haya hecho algo en la vida, cuando se haya alcanzado un buen conocimiento de la vida civil. Debería estar prohibido ser diputado antes de haber cumplido los 40. Lo que no puede ser es tener gente que entre en las juventudes, que empieza pegando carteles y que enseguida se convierte en concejal de su pueblo o ciudad, de ahí al Parlamento autonómico y luego al nacional sin haber hecho nada. El mejor filtro para tener a los mejores es el sistema de elección de los candidatos a través de los distritos electorales: uno se presenta y la gente valora si tiene realmente vocación de servicio público y afán de buscar soluciones.

«La ciudadanía no está implicada en la política porque no puede elegir»

Pero para eso se necesita una mayor implicación de los ciudadanos en asuntos políticos.

Por supuesto. El problema ahora es que la ciudadanía no está implicada porque no puede elegir. Si le dan una lista ya confeccionada desde arriba por el aparato, ¿qué va a hacer? Aunque veo difícil que esto cambie, porque de esto viven los aparatos políticos. [Aunque] iniciativas como Unidas Podemos, Soria Ya o Teruel Existe indican que la gente quiere otra cosa.

En su libro, Entre el ruido y la furia. El fracaso del bipartidismo en España, alega que el bipartidismo termina con las elecciones de 2015, cuando el Gobierno de Rajoy pierde de manera catastrófica las elecciones que había ganado en 2011 y empieza la parálisis institucional. ¿Volverá el bipartidismo?

Si fuera por Feijóo, sí. Y por Sánchez, tal vez también. Pero es que ya están demasiado instalados los insurgentes en cada lado. Es decir, el PSOE siempre va a tener una izquierda compitiendo con él (llámalo Unidas Podemos y Pablo Iglesias, o Sumar y Yolanda Díaz). En Francia ha ocurrido una cosa rarísima y se han puesto todos de acuerdo [toda la izquierda] para irse con Melechon. Eso es una lección muy interesante para la izquierda en este país.

¿Cree entonces que funciona el multipartidismo? 

Yo soy un entusiasta del bipartidismo. Me encanta que en cada lado haya una competencia por dirigir los partidos, presentar sus programas y que la gente elija; y, si lo haces mal, a la siguiente, el turnismo. Yo creo que Cánovas del Castillo fue un genio cuando alcanzó el pacto con Sagasta, y eso duró bastante tiempo…

Pero son otros tiempos y ahora, tanto la sociedad como las circunstancias, son distintas…

Es cierto. En Estados Unidos tienes dos partidos demócratas y dos republicanos; en Reino Unido tienes uno conservador que se rebela contra la jerarquía más conservadora, mientras que en Francia es impresionante cómo ha desaparecido el partido socialista de Mitterand y Holland. Ahora existe el personalismo de Macron y luego los extremos de Marie Le Pen y Melenchon. Esto dista mucho del turnismo, el consenso y las políticas compartidas.

¿Quiere decir que nos vamos a quedar con este multipartidismo en España?

La estrategia de Sánchez va a ser siempre esa. El elemento nuclear va a ser el PSOE, que rondará los 100 diputados y será siempre el partido más grande en ese bloque de izquierda, y luego pactará con Bildu en el País Vasco y con Esquerra en Cataluña para armar la mayoría. Aunque sean ideologías distintas, pueden ponerse de acuerdo en asuntos como las pensiones, el feminismo, una serie de políticas sociales y desarrollos mínimos, un mayor autogobierno, un mayor blindaje de idiomas…

¿Y cree que Feijóo va a cambiar esto?

A Feijóo le conozco poco. Pero sabemos que es la apuesta de un electorado de derechas de toda la vida. Es un señor tranquilo, ordenado, que no levanta la voz; una persona seria. Sinembargo, hay otra parte del sector de la derecha que está muy soliviantado con el tema de la unidad de España o de las políticas de género, que van muy por las políticas de la familia y están muy combatientes. Esos no van a desaparecer. Hay muchas quiebras en la sociedad española: siempre me ha parecido –y esta es la visión del extranjero– que en España hay una tendencia a ser más y ponerse por delante, el primero en la manifestación. Pero te adelantas tanto que, cuando te das la vuelta, te das cuenta de que no te sigue nadie. Mira la Constitución de 1812: puestos a hacer una, la más liberal. La política tiene que acompañar mucho más a la sociedad y los planteamientos de Unidas Podemos en igualdad o políticas de género creo que sobrepasan bastante el sentir generalizado; [me resulta] raro que tengan que estar por delante de lo que se está legislando en otras democracias liberales, que son más cultas y más prósperas. La clase política vive en su burbuja y no hacen más que hablarse entre ellos. De ahí viene el desencanto de la sociedad.

«La globalización ha sacado de la pobreza a mucha gente en las economías emergentes, y la desglobalización nos va a perjudicar seriamente»

No puedo evitar acabar preguntándole a un británico por el brexit. ¿Cuánto ha beneficiado (o perjudicado) al Reino Unido y la Unión Europea?

Toda ruptura duele y descoloca en un primer momento. A la larga pueden ocurrir dos cosas: que haya más Brexit en Europa o que Europa se flexibilice para que el Reino Unido pueda volver. Lo que [ahora] veo más difícil es el liderazgo del eje franco-alemán. Ese impulso hacia la integración europea de la época de Maastricht [el Tratado de Maastricht de 1992 es uno de los pilares fundacionales de la UE] queda atrás, y sobre eso se suplanta la Europa este-oeste: ya no es norte-sur –más fácil porque los de abajo iban a hacer lo que dijeran los de arriba a cambio de dinero y fondos–. Este nuevo eje es más complicado. Cuando Macron dice que no hay que humillar a Rusia y hay que buscar un arreglo (esto es, que Rusia se quede con Crimea y el Donbás y que se aparque el tema de Ucrania en la OTAN sine die), se trata de un debate que llevan los franceses y que apoyan los alemanes. Pero Polonia, los Países Bálticos y la República Checa, que están en primera línea, se revuelven contra esta visión del eje franco-alemán. Esa tensión norte-sur, que es de PIB más que otra cosa, ha dado paso a la de este-oeste, que implica cosas más serias como la soberanía, la libertad y el sentido identitario. Yo creo que no se puede dar un centímetro de territorio, que negar financiación y armamento a Ucrania es una infamia. Pensar que Putin se va a queda tranquilo porque recupera el Donbás es ridículo.

Esta postura del eje franco-alemán también se debe a la dependencia que tenemos del gas ruso.

Exacto. El problema es qué haces cuando este invierno quieras encender la calefacción, no puedas y haya apagones. Hay que apretarse el cinturón y dejar de ser tan cómodos. La transición energética es vital. Y aquí [a raíz de la guerra con Ucrania] se está produciendo también la desglobalización. Durante mucho tiempo, gracias a la globalización, hemos podido producir más barato en otros lugares y comprar muchos pares de vaqueros; pero ahora resulta que no puedes porque hay cuellos de botella, las cadenas de suministro no responden y las fábricas que se habían construido en China o India se están trayendo de nuevo aquí. La globalización ha sacado de la pobreza a mucha gente en las economías emergentes, y la desglobalización nos va a perjudicar seriamente. El 40% del consumo energético en Alemania viene del gas ruso, pero es que el 40-45% del grano y los fertilizantes en África y Oriente Medio viene de Ucrania. Ahora está todo retenido en Odessa, sin poder salir, y lo necesitan para comer. Vamos a tener una primavera árabe, pero multiplicada. Y eso sí es preocupante.

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