¿Por qué «nos duele España»?
Pronunciada originalmente por Miguel de Unamuno, la frase «me duele España» se repite en épocas de crisis en boca de oradores de todos los colores y contextos políticos. ¿Se puede aplicar al presente?
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La última vez que se pronunció en público fue delante de un Congreso de los Diputados casi vacío, con unos asientos ocupados de manera prácticamente simbólica. «Señorías –comenzaba Pablo Casado el pasado abril– me duele España». Acto seguido, tragaba saliva. No es para menos: la frase, arrancada de las misivas de Miguel de Unamuno, ha sido utilizada en decenas de ocasiones por su precisión y emotividad. Tres palabras que son, también, una sutil declaración de intenciones.
El origen de esta sentencia se remonta al año 1923. Primo de Rivera ya había dado un golpe de Estado en España y Unamuno, destituido de su cargo de vicerrector de la Universidad de Salamanca por sus ideas políticas, se desahogaba en una carta dirigida a un profesor español en Argentina. «¡Me ahogo, me ahogo, me ahogo en este albañal y me duele España en el cogollo del corazón!», exclamaba un irritado Unamuno. Desterrado en las Islas Canarias, la frase del autor terminará adquiriendo un simbolismo arrollador que dura hasta hoy.
Álvaro Ferrary»: «Es una sentencia que continúa utilizándose porque es enormemente plástica»
Aunque situada en el contexto de la dictadura de Primo de Rivera, «sobre todo expresa y condensa su visión de la trayectoria española desde finales del siglo XIX», señala Álvaro Ferrary, profesor de historia contemporánea en la Universidad de Granada. «Lo que queda de manifiesto en esa frase es el alma regeneracionista de Unamuno, que compartía con muchos españoles de la época. Es el dolor de una España en declive, que no está a la altura de otros países europeos y, sobre todo, de una España que no manifiesta signos de cambio», recalca. La frase resume los sentimientos de Unamuno frente a lo que él consideraba como un fracaso a la hora de plantear un proyecto colectivo, lo que Ortega y Gasset calificaría, posteriormente, como «España invertebrada».
Junto a otros autores contemporáneos, a Unamuno se le enmarca dentro de la Generación del 98, un grupo de intelectuales –entre los que también se halla, por ejemplo, Pío Baroja– que reconocía el problema del país como uno de talla esencialmente moral, como una falta de espíritu cívico. Una serie de valores fundamentales que ayudarían al desarrollo de una sociedad española en libertad, pero también en progreso. «Durante mucho tiempo Unamuno muestra un optimismo y un deseo de querer contribuir a cambiar las cosas en España, aunque termina llegando a un evidente punto de desaliento. Lo mismo ocurre con otros como Pío Baroja, que tiende al lamento», señala Ferrary. Gran parte de lo que define estos años —y que marca hondamente el pensamiento de los intelectuales españoles— es la pérdida de las colonias, un hecho que simboliza la profunda decadencia del país y que cierra el proceso de declive que lleva a España a una posición relegada dentro de la política internacional. La humillante derrota contra una potencia emergente como EE.UU. termina por situar la regeneración nacional en el centro del debate.
El eterno retorno
Es durante las crisis cuando las viejas palabras de Unamuno suelen reaparecer. Como un grito de socorro, se elevan al aire en boca del dirigente político de turno, en una suerte de eterno retorno. Pero, ¿cabe situar a España, hoy, en el mismo torbellino que hace un siglo? Para Ferrary, ese «me duele España» no es una frase que vaya envuelta en un velo blanco. «Es una sentencia que continúa utilizándose porque es enormemente plástica, es un poco desgarradora y posee un elemento poético. Sin embargo, también sigue presente porque es algo sintomático de la pérdida que estamos teniendo de poder llegar a consensos y a puntos en común entre todos, así como de plantear visiones y proyectos colectivos contrapuestos», arguye.
En esos contextos, simboliza una pérdida de fe en el proyecto colectivo común al que llamamos país. «A mí me duele España», exclamaba Albert Rivera durante el debate para las elecciones generales de abril de 2019. Posteriormente también la utilizaba, a modo de respuesta, Pablo Iglesias, quien afirmaba que el país le dolía por otras razones. Meses después, se sumaba también a la sentencia Íñigo Errejón, quien afirmaba que le «dolía España» porque las elecciones «no tendrían que haber ocurrido». Incluso el president de la Generalitat Valenciana, Ximo Puig, hablaba del dolor que le causaba el país en un reciente artículo para El Periódico cuyo titular –«Nos duele esa España»–, ofrecía una pista relevante acerca de sus intenciones: constatar que Madrid se estaba volviendo, en su opinión, «un gran aspirador que succiona recursos, población, funcionarios estatales y redes de influencia en detrimento de la equidad».
Es parte de un sentido oculto que, en realidad, es sencillo descubrir. Tras las palabras de cada uno de los actores políticos parece ocultarse el hecho de que lo que duele es, en definitiva, su España. Es por ello por lo que cada uno, en cada punto del espectro ideológico, se declara doliente de la tierra que aspira a gobernar. Es el viejo fantasma que, según algunos, recorre España –y, a veces, también Europa–: el de la polarización. Ferrary llega a afirmar que la frase manifiesta «el llegar a considerar el hecho de ceder, de pactar, como algo negativo». La proclama, en boca de políticos, termina asemejándose a un lamento teatral. Pero, mientras exclaman el dolor que les provoca España, es posible que, como un psicoanálisis, lo que más muestren –además de sus luces– sean sus propias sombras.
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