Cultura

¿Ha abandonado el arte lo figurativo?

Con la aparición de la cámara fotográfica, el filósofo Walter Benjamin sostuvo que era el final de la originalidad de la obra de arte: a partir de entonces, la reproducción técnica ya no era una posibilidad, sino una realidad. Pero ¿es eso precisamente lo que ha marcado hasta hoy, cuando todos guardamos cámaras en nuestro bolsillo, el declive del arte figurativo?

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20
junio
2022
‘Untitled’, por Jean-Michel Basquiat.

En 1936, el filósofo Walter Benjamin publicó un breve ensayo –La obra de arte en la época de su reproducibilidad técnicasobre la estética cuyas ideas siguen vigentes, llamando la atención sobre la pérdida del «aura» en la obra artística, principalmente pictórica, propiciada por la irrupción de la fotografía y su capacidad para reproducir la realidad de manera exacta en todas las ocasiones que lo desee. El aura mencionada por Benjamin es la misteriosa sensación de distancia con el espectador que provoca una obra de arte única; es decir, una obra que no puede ser reproducida. Evidentemente, la representación exacta de la realidad que implicaba la fotografía carecía de ese «aura», lo que convertía al espectador en mero consumidor. La creación artística dejaba de ser única como consecuencia del progreso de la técnica reproductiva, abriéndose las puertas a una nueva forma de entender el arte.

Hoy podemos asegurar que, hasta la aparición de la fotografía, el arte fue eminentemente figurativo. Su objetivo era representar la realidad de manera que fuese fácil de entender para el espectador, sin necesidad de complemento textual o explicativo alguno e independientemente de que mostrase la exactitud de la realidad circundante o una imagen distorsionada de la misma. De este modo, tan figurativa es la obra pictórica de Caravaggio como la de Francis Bacon. 

Desde inicios del siglo pasado, el arte figurativo comenzó a abandonarse, comenzando a proliferar obras que no buscaban representar la realidad, sino apelar a los distintos sentimientos del espectador. Si se admite la teoría de Benjamin acerca de la pérdida del «aura» en la obra artística provocada por la reproducción, encontraríamos su máximo paradigma en el trabajo de Andy Warhol, quien aseguraba que su máximo deseo era producir arte como una máquina. No era el único: años antes, Marcel Duchamp ya había incorporado la reproductibilidad a la creación artística con sus ready-mades. No obstante, aquella se trataba de una reproductibilidad posible, mientras que en Warhol la reproductibilidad constituía el núcleo definitorio de su concepción artística: poder repetir sin descanso la misma obra de arte y despojarla, por tanto de su singularidad (o «aura») fue su máxima. 

El objetivo original del arte era representar la realidad de manera que fuese fácil de entender para el espectador

La historia del arte del siglo XX supuso un verdadero tour de force entre creadores que, sin intención de aplicar un mayor realismo a sus obras, tal como había ocurrido hasta entonces, pretendían experimentar y despojarse de los valores artísticos establecidos. A finales de siglo, con la demoledora irrupción de la tecnología en nuestras vidas, esta tendencia se acentuó hasta el punto de arrinconar al arte figurativo.

Al menos esa podría ser la primera impresión, ya que si bien pintores hiperrealistas como Antonio López tuvieron hasta hace muy poco el reconocimiento masivo de crítica y público, hoy ven cómo su obra deja de despertar el mismo interés. López, de hecho, es uno de los máximos exponentes de una corriente pictórica que lleva al lienzo las imágenes de la vida real con una precisión casi fotográfica, si bien con una menor frialdad, manteniendo así el «aura» de la obra de arte única. No obstante, el momento reflexivo y contemplativo que exigen óleos como los de Antonio López ha sido sustituido por una sucesión de parpadeos entre los que se cuelan un sinfín de imágenes originarias de las redes sociales y que, si bien están desprovistas de alma, están henchidas de efectos aparentemente admirables (y que, en muchas ocasiones, son aplicados por los propios dispositivos móviles).

También los museos han dejado de ser el lugar a que se acude para contemplar obras de arte: internet es ya el gran canal de transmisión de creaciones que antes solo podían ser admiradas en los museos; en estos comprobamos, de hecho, cómo se suceden los clicks de las cámaras ante las obras que han adquirido mayor celebridad con el paso de los años. El público, más que contemplarlas, intenta retratarlas para después reproducirlas ad infinitum, al más puro estilo Warhol. 

Por tanto, en parte, hoy prima la copia, no el original, y si Walter Benjamin pudiese asistir a este desenfrenado gusto por la reproducción, reafirmaría sus ideas acerca de la pérdida del «aura» en las obras artísticas. Puede que estas miles de copias no dejen de ser figurativas en su intencionalidad de reflejar la realidad circundante, pero ¿podemos considerarlas obras artísticas?

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