Cultura

Houellebecq, ¿el último ‘enfant terrible’?

El autor francés es actualmente el máximo exponente de una literatura sin tapujos. Está dispuesto a remover a cualquier precio la conciencia (aletargada, según defiende) del lector occidental.

Fotografía

Silvina Frydlewsk / MCN
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06
mayo
2022

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Silvina Frydlewsk / MCN

Michel Houellebecq, nacido Michel Thomas en 1956, es un «solitario con fuerte tendencia a la misantropía». Así, al menos, es como describe a uno de sus personajes de su novela El mapa y el territorio que, casualmente, también se llama Michel Houellebecq. No es la única autoparodia que se ha infligido el polémico autor francés: también fue protagonista del extravagante docu-thriller El secuestro de Michel Houellebecq, en el que el literato responde en clave de comedia a las dudas generadas tras su desaparición en plena gira promocional. 

Nacido del matrimonio entre un guía de montaña y una doctora en medicina, Houellebecq muy pronto sintió el desapego de sus progenitores: «Mis padres se desinteresaron de mí cuando era niño. Hasta mi muerte, seré un niño pequeño abandonado, aullando de miedo y frío, hambriento de caricias». Desde los cinco meses hasta los cinco años vivió en Argelia con su abuela materna. Después, pasó a vivir en Francia con su abuela paterna, de cuyo apellido de soltera decidió apropiarse. Más tarde, pasó siete años internado en el Lycée Henri Moissan, cerca de París. Tras esta estancia estudió ingeniería agronómica, obteniendo su diploma en 1980, año en que también se casó con Jacinthe de la Roche Saint-André. Al año siguiente nació su hijo Etienne y se divorció, iniciando una serie de ingresos hospitalarios provocados por sus fuertes depresiones.

Años antes ya había frecuentaba diversos círculos poéticos, y en 1985 conoció a Michel Bulteau, poeta, ensayista y cineasta experimental. Sería él quien le animase a publicar su primera obra literaria: Contra el mundo, contra la vida, una suerte de ensayo sobre H. P. Lovecraft que evidencia su acentuado –y temprano– pesimismo.

En 1994 llega a las librerías su debut novelístico, Ampliación del campo de batalla, un corrosivo retrato de la sociedad de consumo y el sistema laboral capitalistas. Con una prosa seca y carente de alardes estilísticos, Houellebecq guía al lector por los vericuetos vitales de personajes entregados a la mentira, la falta de criterio, el consumismo voraz, el hedonismo salvaje y la carencia de valores.

El pesimismo más demoledor asfixia cada una de las páginas escritas por Michel Houellebecq

Tan solo cuatro años después es galardonado con el Premio Nacional de Letras Jóvenes de Francia tras publicar su segunda novela, Las partículas elementales, ensalzada por la crítica como el mejor libro francés de aquel año. En ella, Houellebeq transfigura en personaje de su propia obra relatando la historia de dos hermanastros hijos de una pareja hippie, criados uno por su abuela paterna y el otro en diversos internados. La obra recoge parte de los rasgos que estarán presentes en toda su obra: adicción sexual, prostitución, carencia de horizontes y aniquilación explícita de todo lo hermoso que pueda tener la condición humana.

Inaugura el año 2000 huyendo de Francia debido a la presión mediática, la cual aumenta con la publicación de su novela Plataforma justo un año después. Con su estilo lacónico, Houellebecq nos presenta a un personaje cuya apatía muerde todos los extremos para reflejar lo insensible de la vida occidental: el negocio de la prostitución en países en vías de desarrollo y la visión crítica del islam le costaron varias denuncias por incitación al odio religioso de las que, no obstante, salió indemne. Su fijación con la religión musulmana regresaría en Sumisión, novela publicada en 2015 y que, en un ejercicio de política-ficción, describe una Francia gobernada por musulmanes que rigen el país según la ley islámica. 

Lejos de evitar la polémica, Houellebecq decide avivarla con cada nueva publicación. ¿Cabe imaginarse, al fin y al cabo, una obra con tan poca esperanza? El pesimismo más demoledor asfixia cada una de sus páginas y Houllebecq, a pesar de lo controvertido de su obra, se convierte durante esos años en una celebridad: se suceden las adaptaciones al cine, la musicalización de sus poemas, sus labores de actor y las esperpénticas apariciones en los medios. No obstante, puede que la clave de su supuesta misantropía no esté en los temas que trata, sino en cómo lo hace: con una absoluta indiferencia de sus personajes hacia lo que les rodea. Su estilo narrativo es frío, distante, seco y carente de belleza, lo que le permite exponer crudamente la miserable deriva en que, defiende, se halla inmersa la sociedad occidental.

Houellebecq es, sin duda, el último de una larga tradición de literatos franceses a los que se ha etiquetado como enfants terribles, escritores que han utilizado su maestría literaria para provocar abiertamente al público del que, a su vez, dependen. Su corpus filosófico y motor literario podría resumirse en estas líneas de Plataforma: «Hay cosas que se pueden hacer y otras que son demasiado difíciles. Con el tiempo, todo parece demasiado difícil; la vida se reduce a eso».

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