Cultura

Escribiendo entre rejas

‘El Quijote’ o ‘Cancionero y romancero de ausencias’ son solo algunos de los libros escritos durante las largas estancias carcelarias. No es solo una cuestión de matar el tiempo entre rejas: la escritura puede llegar a convertirse en un mecanismo muy valioso para hacer frente a una vida especialmente hostil.

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28
septiembre
2022
‘Un prisionero en la cárcel de San Lázaro’ (1794), por Hubert Robert.

Para componer una obra literaria se necesita un elemento fundamental: el tiempo. Y eso precisamente es lo que parece sobrar cuando se cumple una condena en la cárcel. No es extraño, por tanto, que haya un alto número de libros –algunos de ellos muy conocidos– que se han escrito tras las rejas. Uno de ellos fue El Quijote: Miguel de Cervantes estuvo preso en la Real Cárcel de Sevilla en 1597, acusado de quedarse con parte de los impuestos recaudados durante su trabajo como recaudador, y fue allí donde concibió esta obra cumbre de la literatura universal. Así lo afirma José Manuel Caballero Bonald en su ensayo narrativo Sevilla en tiempos de Cervantes: «Cervantes concibe en la cárcel sevillana las hazañas descomunales de un visionario y, asimismo, las escaramuzas del hampa a orillas del Guadalquivir». Una última referencia, esta, referida a las cervantinas Novelas ejemplares.

Donatien Alphonse François de Sade, más conocido como el Marqués de Sade, fue otro conocido carcelario, si bien en su caso por hablar sin tapujos del sexo en la puritana sociedad parisina de finales del siglo XVIII. Pasó más de una década en las cárceles de Vincennes y La Bastilla, tiempo que dedicó a escribir libros como Los 120 días de Sodoma y la primera versión de Justine o los infortunios de la virtud (aunque después se editaron dos versiones diferentes de la novela).

Al parecer, y aunque él siempre negó la autoría de la misma, la publicación de este último libro fue la causa principal de que le derivaran con a los distintos hospitales psiquiátricos que frecuentó. La novela narra las peripecias que sufren dos hermanas, Justine y Juliette, cuando se quedan huérfanas, tomando cada una un camino distinto para salir adelante. La novela, aunque en realidad contaba con un fuerte trasfondo crítico, también contaba con un alto contenido erótico, lo que provocó un gran escándalo en su momento.

La inmensa mayoría de los poemas de ‘Cancionero y romancero de ausencias’ fueron compuestos mientras estaba Hernández estaba preso

Un par de siglos después, la literatura continuaba impregnando las celdas. Miguel Hernández, uno de los poetas españoles más relevantes del siglo XX, sufrió con dureza las consecuencias de la Guerra Civil y de la posterior represión franquista. A pesar de que logró librarse de las represalias en varias ocasiones, en 1940 le detuvieron y le condenaron a muerte; gracias a la intermediación de algunas amistades influyentes, sin embargo, logró que conmutaran esta pena por 30 años de prisión. Pese a que apenas vivió dos años tras la condena, la inmensa mayoría de los poemas que se incluyen su obra más conocida, Cancionero y romancero de ausencias, fueron compuestos mientras estaba preso en la cárcel de Alicante. La obra, que supone un canto de esperanza tras los estragos de la guerra, incluye el famoso poema Nanas de la cebolla. 

La lista de libros escritos desde la cárcel continuaría con muchos otros. El propio Adolf Hitler lo hizo cuando dio forma a Mi lucha –una combinación entre autobiografía y el ideario nacionalsocialista– en la prisión alemana de Landsberg, después de ser encarcelado por el intento fallido de golpe de Estado –o Putsch de Múnich– en noviembre de 1923.

La lista sigue: es el caso, por ejemplo, de Santa María de las Flores, de Jean Genet, o Conversaciones conmigo mismo, de Nelson Mandela. Lo mismo ocurrió con las mujeres que, estando presas durante el franquismo, además de hacer de profesoras, escribían o ayudaban a escribir «las cartas de decenas de campesinas analfabetas», como explicó la feminista y autora de Desde la noche y la niebla (mujeres en las cárceles franquistas), Juana Doña.

La escritura se convirtió en un modo de resistencia y en un espacio de supervivencia, tanto por la necesidad de escribir las experiencias a modo de desahogo como por la comunicación con el exterior. Así lo atestiguan múltiples testimonios: la relación con los libros y la escritura se configuraba como una herramienta esencial para resistir los abusos y sinsabores de la vida carcelaria.

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