Cultura
Ana María Matute, la mujer que fabricó su propio mundo
«Contra todas las previsiones, también ahora ganó una mujer», lamentaba el titular de un periódico después de que una de las mejores escritoras españolas del siglo XX se hiciera con el premio Planeta en los años cincuenta. Este es el recorrido por las luces y silencios de Ana María Matute, una mujer que siempre defendió la necesidad de inventarse la vida «porque siempre acaba siendo verdad».
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A Ana María Matute le confundían con una de las otras dos mujeres académicas de la Real Academia que ocupaban los asientos en los años noventa. «Los críticos siempre meten a todas las escritoras españolas en un mismo saco. Por eso a mí me confunde todo el mundo con Carmen Martín Gaite, porque somos mujeres, escribimos y tenemos el pelo gris», lamentaba la escritora en una entrevista de hace unos años.
Cuando su aparente doble, Martín Gaite, ella y otras escritoras ganaban premio tras premio en los años 50, los periódicos de la España de entonces titulaban con Mal inevitable: las mujeres siguen ganando premios literarios y se preguntaban «¿qué conviene hacer para revalorizar al hombre?». «Contra todas las previsiones, también ahora ganó una mujer (frente a hombres importantes)», decía un periódico que relataba en 1955 cómo Matute se había hecho con la tercera edición del Premio Planeta. La Nueva España, para que nadie dudase sobre cómo debía ser la perfecta mujer, insistía en que era «una madraza» y «primorosa en el zurcido y en las labores de cocina».
Ana María Matute nació en 1925, hija segunda de un matrimonio burgués. Era una niña fantasiosa –lo suficiente como para ver en el castigo a pasar horas en el cuarto oscuro una oportunidad para dejar volar la imaginación– a la que le gustaba escribir y leer. También solitaria y distraída; su madre y las monjas de su colegio le causaban terror, arrastrando en consecuencia un tartamudeo. Salvo aquel año que pudo pasar en el pueblo riojano de sus abuelos, su infancia se la pasó saltando entre Madrid y Barcelona y las casas de veraneo familiares.
La guerra fue el hito que definió por completo su carrera literaria: de una manera u otra, esos ecos siempre estaban presentes
En cierto modo, y salvando las diferencias de temperamento, la niña Ana María Matute entronca con Celia, la protagonista de la serie de libros infantiles de Elena Fortún que eran un best-seller en las décadas de los 20 y 30 (y que Matute leyó en esos años). Ambas eran niñas de la burguesía, con vidas acomodadas a años luz de la existencia de la población media, para las que la Guerra Civil supuso un cambio brutal. En el caso del personaje literario de Fortún, la guerra supuso el exilio. Para Matute fue el final de la inocencia de su infancia burguesa. «Estalló la guerra y descubrimos que el mundo no tenía nada que ver con lo que pensábamos», dijo años después. «Nos quedamos con la sensación de que nos habían estafado».
Pero la guerra también marcó ese hito que luego definiría su carrera literaria. De una manera o de otra, los ecos de la guerra siempre están presentes en la obra de Matute, tanto en la que aborda de forma directa lo que ocurrió en aquellos años como en el resto. Es precisamente este camino literario el que sigue –decorado con pinceladas de su vida– El libro de Ana María Matute, que acaba de publicar Blackie Books como una «antología de literatura y vida».
Matute: «No sé lo que es ser escritora; es como si naces tuerta o alta: cuando naces, ya está decidido»
Podemos caer en la tentación de incluir a la escritora en algún compartimento estanco, como hacían esos críticos de la posguerra que se preguntaban qué estaban haciendo mal los escritores, pero si algo demuestra la antología es que Matute es una escritora amplísima y por ello incluso más fascinante. Su biografía se puede resumir en unos cuantos grandes hitos que ayudan a entender su contexto. En primer lugar, se casó en los años 50 con un hombre que fue, como la escritora descubriría con el paso de los años, una muy mala elección, lo suficiente como para llamarlo toda su vida el Malo y separarse legalmente de él en una España, la de los años 60, en la que no había divorcio y en la que una mujer que optase por separarse lo perdía todo.
Tras la separación, Matute perdió sus derechos como madre y solo pudo ver a su hijo gracias a su suegra, dispuesta a saltarse la legalidad. Recuperaría la custodia dos años más tarde y se marcharía a Estados Unidos como profesora de literatura. Durante esos años conocería a el Bueno, quien será su pareja hasta quedarse viuda. Ya en los 70, Matute sufrió una profunda depresión que la paartó de publicar durante un par de décadas. De vuelta en los noventa, recuperó el ritmo con Olvidado rey Gudú, una de sus obras más exitosas.
Matute escribe hasta el último momento de su vida (murió en 2014). Llenó cientos de cuadernos y páginas, porque eso es lo que necesitaba hacer. Como ella misma confesó: «No sé lo que es ser escritora. Es como si naces tuerta, o alta y rubia, o baja y morena, o eres un señor con bigote. Cuando naces ya está decidido».
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