Economía

Breve historia de las burbujas económicas

No son un fenómeno exclusivo de nuestro tiempo. Repasamos algunos batacazos económicos provocados por la especulación.

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27
abril
2022

La especulación ha contado siempre con un irresistible atractivo para el ser humano. Definirla es relativamente sencillo: se trata de comprar barato hoy con la intención de vender caro mañana. Y no está falta de encantos: más allá de lo estrictamente económico no requiere demasiado esfuerzo, tiene un componente de riesgo que muchos encuentran excitante, permite ganar dinero de forma cómoda y, por lo general, se mantiene dentro de los márgenes de la legalidad. Al margen de la dudosa moralidad que envuelve estas operaciones, el gran inconveniente de la especulación consiste en acabar generando burbujas económicas capaces de terminar en un cataclismo.

El concepto de burbuja económica hace referencia a un fenómeno por el cual el precio de un determinado bien crece de manera incontrolada hasta alcanzar unos niveles muy alejados de su valor «razonable». Se entiende por esta clase de valores una tasación del precio resultante no únicamente de una relación coyuntural entre oferta y demanda, sino de una combinación de elementos como el coste de producción, el precio de mercado, la evolución histórica del mismo o la fiabilidad –y cantidad– de información disponible acerca de las transacciones realizadas con ese bien. Si ninguno de estos elementos interviene en la fijación de esos precios, las alertas de posible burbuja deberían saltar.

En toda burbuja canónica, además, los precios de ese bien siguen creciendo aparentemente de forma indefinida para regocijo de quienes lo adquirieron cuando todavía era barato, que ven cómo el valor de su inversión crece como la espuma sin que ellos tengan que mover un dedo; al menos, claro, hasta que la burbuja explota, lo que significa un completo desastre económico no solo para los especuladores, sino para muchas otras personas cuyo único delito es estar en el momento y lugar equivocado. Desafortunadamente, los casos de burbujas especulativas no han sido escasos a lo largo de la historia.

La crisis de los tulipanes

La llamada ‘crisis de los tulipanes’ data del siglo XVII, y ostenta el dudoso honor de ser considerada la primera gran burbuja especulativa de la historia. Su protagonista, como su nombre indica, era una flor: en la próspera Holanda de entonces el dinero fluía con cierta facilidad, y un porcentaje cada vez mayor de población podía permitirse adquirir bienes no esenciales. En ese contexto, los tulipanes se pusieron de moda como un caro –aunque exótico– elemento decorativo que confería estatus y distinción a cualquier hogar.

La demanda de tulipanes creció, y con ella su precio y su producción. Las crónicas cuentan que la gente abandonaba sus oficios y se endeudaba para dedicarse en cuerpo y alma a un frenético cultivo de tulipanes. No obstante, algunos expertos han concluido que las leyendas sobre la ruina, los suicidios y las intervenciones del Gobierno holandés para frenar aquella fiebre floral son exageradas; según ellos, si bien la burbuja de los tulipanes existió, en realidad no tuvo una magnitud como la que se le suele asociar.

La burbuja de los Mares del Sur

En Inglaterra, una precursora de las grandes y todopoderosas multinacionales actuales, La Compañía de los Mares del Sur, consiguió hacerse en el siglo XVIII con el monopolio comercial de las colonias españolas en Sudamérica gracias a una de las cláusulas incluidas en el Tratado de Utrecht. La empresa, apoyada por el gobierno británico, empezó entonces a difundir historias sobre las increíbles oportunidades que para la población suponía la apertura de estas rutas comerciales, hasta entonces vedadas para los británicos por culpa de la histórica enemistad que mantenían con nuestro país.

Miles de modestos inversores acudieron entonces a la llamada de aquellos cantos de sirena, adquiriendo acciones de la compañía; en pocos meses, estas vieron multiplicado su valor por 10. La bola especulativa fue creciendo de tamaño, pero la situación se agravó aun más cuando muchos de aquellos inversores se endeudaron con créditos concedidos por la propia Compañía de los Mares del Sur para adquirir más acciones. En 1720, el castillo de naipes se derrumbó de forma definitiva: los entrampados accionistas tuvieron que vender sus títulos para hacer frente a sus pagos, los precios se desplomaron y algunos bancos quebraron. Miles de personas se quedaron sin nada.

El crack de 1929

El siglo XX trajo consigo la primera gran burbuja de repercusiones globales: la Gran Depresión. Tuvo lugar en la cuna del capitalismo, Estados Unidos, y sus consecuencias crearían una crisis económica que se arrastraría durante un largo número de años.

En toda burbuja canónica, los precios del bien en cuestión siguen creciendo aparentemente de forma indefinida

Corrían entonces los ‘felices años veinte’, y mientras la economía de Estados Unidos crecía gracias a su floreciente industria y su inmensa producción agrícola, una devastada Europa se lamía las heridas provocadas por la I Guerra Mundial, tratando de levantarse gracias, en gran medida, a las importaciones que llegaban desde de la nueva potencia económica. Pero llegó un momento en el que el Viejo Continente ya no pudo hacer frente a su deuda y dejó de comprar productos del otro lado del Atlántico.

Mientras tanto, la Bolsa se había convertido en Estados Unidos en una especie de juego de ganancia fácil en el que todo el mundo participaba alegremente. El 24 de octubre de 1929 –posteriormente llamado Jueves Negro– la Bolsa se desplomó hasta niveles nunca antes vistos, lo que provocó pánico y caos. Miles de pequeños accionistas trataron entonces de vender sus acciones a cualquier precio, pero nadie quería comprarlas entonces. La historia se ilustraría para siempre con las impactantes fotografías de elegantes ejecutivos saltando desde las ventanas de sus despachos.

La burbuja de las ‘punto com’

La llegada de internet a la vida de las personas a finales de los años noventa trajo consigo una fiebre de nuevos negocios tecnológicos cuyo valor se infló de forma artificial pese a carecer de ingresos reales. La promesa del valor futuro de aquellas modernísimas ‘empresas punto com’ llevó a los inversores a poner todos sus huevos en la cesta de aquella tecnología emergente sin que en realidad nadie –irónicamente, ni siquiera las propias empresas– tuviera demasiado claro en qué consistía el negocio ni cómo iba a monetizarse.

En medio de la confusión, unos pocos lograron hacerse millonarios, pero para el resto del planeta el ‘bluf’ final, acaecido en octubre de 2002, constituyó una dura debacle económica.

La burbuja inmobiliaria

La burbuja que afectó de forma más directa a España fue la de las hipotecas tóxicas –o subprime– del año 2008. La razón es sencilla: tuvo como protagonista a uno de los sectores más arraigados en nuestro país, como es la construcción. El fácil acceso a créditos hipotecarios concedidos por importes elevados y condiciones muy gravosas con el objeto de adquirir viviendas a precios muy por encima de su valor acabó elaborando una de las mayores tragedias económicas –y humanas, posteriormente– de nuestro país.

Fabricada en Estados Unidos pero exportada al resto del mundo, las causas de esta crisis hay que buscarlas en la codicia de unos mercados financieros desaforados y en la ausencia de control por parte de unos reguladores que prefirieron mirar hacia otro lado. Simbolizada por la caída de Lehman Brothers, los efectos de esta burbuja aún perduran en muchas economías, incluida la española; lejos de aprender de los recientes errores, hoy la vivienda sigue siendo un objeto de especulación para muchos.

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