Economía

«La innovación a veces es un cliché en los ámbitos de la gestión»

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04
marzo
2022

Mientras el continente europeo avanza a pasos agigantados hacia la recuperación –y la transformación– económica, la desconfianza en las instituciones públicas parece mantenerse incólume. Es en los cambios, no obstante, donde es posible marcar las diferencias: más allá del riesgo inherente en una transformación, lo cierto es que esta también puede convertirse en una oportunidad. «Lo importante es un liderazgo que intente realizar un impacto positivo en el entorno», explica Daniel Romero-Abreu (Cádiz, 1979), cabeza pensante de la compañía Thinking Heads, una consultora especializada en gestión de la reputación y liderazgo. Hablamos con él acerca de la digitalización, el liderazgo y los retos del futuro.


Algunos autores definen al líder como «aquel que ejerce una influencia positiva para todo el grupo». ¿Qué supone y qué es para ti?

Un líder es una persona que tiene seguidores; sino, es simplemente un señor dando un paseo. Aunque, eso sí, uno no es un líder en todo y durante todo el tiempo. Como líder, ejerces una influencia sobre esos seguidores pero estos pueden tomar distintas formas: una familia, una empresa, un club deportivo. Lo importante es un liderazgo que intente realizar un impacto positivo en el entorno. Al fin y al cabo también hay liderazgos destructivos, como los grandes experimentos totalitarios del siglo XX. Desde Thinking Heads lo que buscamos es trabajar con esas empresas y sectores líderes para generar un impacto positivo en la sociedad. Creo que hay un componente ético muy importante en este trabajo que hacemos. El fin no justifica los medios. Es más necesaria que nunca la posibilidad de crear un contexto para sacar un liderazgo positivo que debería abundar más.

Entonces, ¿las influencias positivas van siempre de arriba hacia abajo?

No siempre, pero creo que es determinante. Había un cuento sufí en el que el protagonista decía de joven que quería cambiar el mundo; cuando era mayor, en cambio, quería cambiar su entorno; y cuando era muy mayor, lo único que quería era cambiarse a sí mismo. Estoy convencido de que, cuanto más se focaliza uno en mejorar la talla humana propia, más capacidad de influir –y de cambiar– adquiere uno. Creo, por tanto, que los de abajo también influyen a los de arriba. Esto es como lo que los romanos denominaban potestas y auctoritas: la primera representa el poder que emana del puesto que ocupas, pero la segunda es la autoridad que tú tienes. Tú puedes no tener potestas y, en cambio, tener mucha auctoritas. Y esto parte de una premisa: ¿qué hago yo para liderarme a mí mismo? Al final, ¿cuántas personas desean cambiar algo en la sociedad y son el peor espejo posible?

El 82% de las empresas españolas, según PWC, están acometiendo procesos de digitalización para aumentar sus ingresos y competitividad. No obstante, también ha habido múltiples quejas al respecto, como ha ocurrido con la atención al público en el sector bancario. ¿Estamos dejando de lado al ser humano frente a la tecnología?

Por seguir con el ejemplo de la banca: creo que es un poco injusto. Especialmente en la España vacía, tenemos problemas de acceso; no solo físico, también de comprensión de la tecnología. Pero cuando el propio Estado no te provee de un centro de atención primaria o de un colegio, no me parece que tenga sentido reclamar a un banco que ponga sucursales. Además, creo que la digitalización no sustituye a lo humano. Al final es simplemente una herramienta. No tiene sentido que operaciones que son realizadas de una forma más eficaz a través de la tecnología las tengamos que hacer de forma analógica, por así decir. Lo que sí creo es que a veces podemos usar las herramientas digitales como un fin en sí mismo, instrumentalizando a un ser humano. Pero esta es una consecuencia, creo, del extremo proceso de digitalización. Este proceso es necesario y es útil, pero el problema es que profundizamos en el desarrollo tecnológico y no lo hacemos en esa suerte de dimensión espiritual del ser humano. Y no hablo de religión, sino de un sentimiento de trascendencia que tiene desde el más ateo hasta el más católico. La mejor respuesta a este desarrollo tecnológico extremo, por tanto, probablemente sea un desarrollo humano en esta dimensión trascendental. Cada vez son más importantes las ciencias humanas, las ciencias clásicas, para saber cómo usar la tecnología.

«Hay que aprender las carencias de uno y, con ellas, las posibilidades propias de mejora»

¿Adolecemos de lo que muchos llaman «humanismo digital»?

No lo sé, pero sí sé que no corre parejo al desarrollo tecnológico.

En este sentido, ¿cómo es posible «crear» una economía innovadora y disruptiva? ¿Hay una serie de «ingredientes» o hay una serie de factores previos que lo permiten?

Creo que hay un paradigma que es necesario vencer: el de la escasez. El capitalismo se basa en la escasez del producto y la asignación de recursos –mediante el precio– a través del mercado. Y aquí cada vez hay más trampas. Creo que es importante construir un paradigma en el que nos preguntemos cómo podemos ayudar mediante soluciones innovadoras y disruptivas para resolver los problemas de la gente. Esto se puede hacer, bien promoviendo un liderazgo con valores, o bien manipulando a las personas. Aquí hay que plantearse el imperativo categórico: ¿esto es bueno o malo en sí mismo, aporta o no aporta? La innovación a veces es un cliché en los ámbitos de la gestión. Hay que dar una solución innovadora a través de un producto o un proceso para resolver la necesidad de un grupo de gente. Si eso se hace de una forma sostenible a largo plazo, de una forma que aporte valor y no sea predadora, estaremos en buen camino. Al final es como volver a los básicos: qué aporto, a quién le aporto y si estoy haciendo bien.

En cuanto al liderazgo, es evidente que detrás del líder hay un individuo con una personalidad determinada. ¿Cuánto hay de genuino a la hora de construir el liderazgo? ¿Cómo se puede cambiar a una persona?

Tiene que haber una voluntad de aprendizaje propio, eso lo primero: hay que aprender las carencias de uno y, con ellas, las posibilidades propias de mejora. Este es un proceso constante que dura toda la vida. Creo que uno de los pecados más grandes es no saber dónde está tu sitio. Para eso primero tienes que conocerte a ti mismo, saber dónde tienes que aportar y luego saber dónde mejorar. Esos son los elementos esenciales para poder construir y desarrollar un liderazgo. Es difícil: es mirarte al espejo y ver las arrugas que tienes.

¿No es solo una cuestión de imagen, entonces?

Para mí la imagen es una consecuencia. Tú estás donde estás muchas veces porque tienes que aportar algo a ese sitio. En cuanto a tu pregunta, es cierto que hay una versión más anglosajona que es trabajar más la forma que el fondo. Pero nosotros trabajamos mucho la sustancia. El problema no es cómo te vendo, sino el hecho de que no haya nada que proyectar. Al final, uno tiene buena reputación cuando lo que tú eres, lo que tú haces y lo que tú dices está alineado. Si esos tres ejes están alineados y coinciden con los valores de la sociedad, tienes buena reputación. Hay gente del Ibex 35, por ejemplo, con una mentalidad o unos valores que ya no son aceptados por la sociedad. Pueden ser coherentes, pero ya no conectan con los valores sociales. Nuestro trabajo tiene que ver más con la estrategia de alinear los valores y saber trasladarlos.

«La digitalización no sustituye a lo humano; al final, es simplemente una herramienta»

Mencionas los valores sociales. En este sentido, gran parte del poder económico y político apoyan el impulso de la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Social. Aún así, los ritmos de consecución están por debajo de lo esperado. ¿Por qué?

Creo que es una referencia en la que trabajar, una dirección en la que apuntar. Pero aquí no se trata de influir en una superestructura, sino en las personas individualmente para cambiarlas. Además, lo cierto es que somos completamente heterogéneos. No tiene nada que ver nuestra realidad con la china, por ejemplo. Son mentalidades y formas de entender la vida completamente diferente. Esto dificulta ir todos a una, pero es muy importante unir puentes que nos hagan comprender.

¿Hay que perseguir la utopía?

Hay que tener cuidado con lo que el expresidente Felipe González llamaba «utopías regresivas». No es que sea una utopía: quiero aspirar a más como persona. El término utopía me da miedo. De nuevo, como decía González, no sé si otro mundo es posible, pero este es bastante mejorable. El adanismo, al igual que el ego, es un problema muy grande de esta sociedad. Lo que sí es cierto es que el éxito es un proceso, no una meta: es un círculo que no para.

Emprender supone, en cierto modo, no estar sujeto a ninguna circunstancia, a nada que pueda atar al individuo. Un gran porcentaje de los proyectos emprendedores, sin embargo, fracasan. ¿Estamos promoviendo la ideología del emprendedurismo como algo nocivo al no hacer coincidir los deseos con la realidad?

Creo que todo el mundo debe ser emprendedor, pero no todo el mundo debe ser empresario. Tal como lo define el profesor José Antonio Marina, emprendedor es aquel que posee la virtud del inicio. Pero el proyecto más importante que tenemos cada uno de nosotros es nuestra propia vida. El espíritu emprendedor se puede manifestar siendo un empresario, siendo un maestro, siendo un político… pero lo importante es tener esa dimensión. El problema es que muchas veces se confunde el espíritu emprendedor con el espíritu empresarial. Y no creo que todo el mundo sirva para ser empresario, como no todo el mundo sirve para ser profesor de escuela. Lo que sí es importante a la hora de emprender un negocio es que la riqueza no sea un objetivo; esta, en todo caso, debe ser una consecuencia. Tu foco debe estar puesto sobre el trabajo bien hecho porque si no es cuando empiezan los atajos, las trampas para hacerte rico. Creo que en este sentido ha habido una moda de empujar a todo el mundo a montar sus empresas. En Europa esto nos viene muy bien, pero hay que comprender que ser empresario es distinto de ser emprendedor. Luego también es cierto que hay un elemento más propio de Estados Unidos relativo a la bondad de la corporación y la ayuda social que genera, pero creo que al final, para ayudar, no hay mejor forma para hacerlo que pagar impuestos y cumplir las normas. Al final es por esto por lo que tenemos una modelo social y económico como el europeo, del cual me siento orgulloso.

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