Opinión

De la honorabilidad (y los honorables)

¿Qué es el honor si no una herramienta para entender lo humano desde la perspectiva de la dignidad? Este es, al fin y al cabo, «una cualidad moral de una singularidad suprema».

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04
marzo
2022

El honor, en su origen, estaba reservado a los cargos públicos: solo ellos eran honorables. Conociendo el resultado de esta honorabilidad entre algunos representantes, no me extraña que Séneca advirtiese del peligro para la tranquilidad del espíritu que suponía buscar dichos honores. Si acudimos a Cicerón, todo cargo publico precisaba decoro, justicia, prudencia y magnanimidad. El honor del cargo conllevaba, a su vez, el deber de honrarlo.

Por fortuna, con el paso del tiempo, y gracias al progreso social, se hizo extensible al resto de las personas esta cualidad que entonces solo amparaba al representante de la ley. Esto lo convierte en una herramienta muy preciada para entender lo humano desde la perspectiva de la dignidad.

Todos tenemos derecho al honor: así lo recoge nuestra Constitución. Si bien es un derecho jurídico, sin embargo, es indeterminado, lo que amplía el rango de subjetividad en su interpretación. A este derecho le acompañan, apenas separados por unas comas, el derecho a la intimidad y a la propia imagen. Honor, intimidad e imagen caminan de la mano entre una nebulosa de interpretaciones donde el papel del otro cobra relevancia tanto para lo bueno como para lo malo. La intimidad precisa de lo público como frontera y la imagen se referencia a la reputación, lo que implica la mirada del otro.

«Las redes han facilitado el ejercicio del deshonor, dinamitando reputaciones honorables en cuestión de horas»

Para lo malo, el honor, si bien se asienta en el individuo, no termina de librarse de la influencia ajena, capaz de mancillarlo. De un tiempo para aquí asistimos a un retroceso en lo referente a la materia de honorabilidad. Entre otras cuestiones, las redes sociales han facilitado el ejercicio del deshonor, dinamitando reputaciones honorables que se desmoronan en cuestión de horas. A otros, sin embargo, no les hace falta el escarnio público desde el momento en el que ellos mismos evidencian su carencia de virtudes.

Para lo bueno, siempre pueden concedernos el honor y honrarnos. Cuando esto sucede, al honor individual se le incorpora un honor ajeno, por lo general colectivo. Cuando se aceptan los honores ajenos se realiza una ampliación categórica del sujeto que lo recibe: desde esta perspectiva, la concesión de honores no es un regalo que se someta al arbitrio de cada uno, sino una concesión. Esto implica un grado más de responsabilidad asociado con la ejemplaridad. Desde el momento en que los aceptamos estamos emplazados a tomar más conciencia, si cabe, de esa ejemplaridad que Javier Gomá ha resucitado para el siglo XXI. Algunos pueden sentir incomodidad al advertir el peso que conlleva este incremento de ejemplaridad: sospecho que ese pudiera ser el motivo por el cual cada vez concedemos menos honores.

El honor es una cualidad moral de una singularidad suprema. Y es de tan alta estima que los juramentos que se realizan en su nombre se encuentran en la cúspide de la moral: «Tienes mi palabra de honor». Su uso no es baladí. Séneca apuntaba que la naturaleza nos ha otorgado a todos el fundamento y la semilla de las virtudes. Es cuando se presenta alguien capaz de estimularnos cuando esas nobles tendencias se despiertan.

Frente al panorama deshonroso que a veces nos brindan algunos representantes públicos, lo cierto es que por suerte tenemos la honorabilidad de millones de personas que a diario cumplen con sus deberes tanto para con ellos como para con el prójimo; personas que nos honran con su quehacer cotidiano. Va siendo hora de reclamar que el foco mediático y social apunte a ellas con más frecuencia. Junto al derecho al honor, es más urgente que nunca hacer una pedagogía de la ejemplaridad que combata el desánimo público de percibir que la perdida de la honorabilidad de algunos de nuestros representantes no conlleva consecuencia alguna. De no ser así, esa semilla de la virtud de la que nos hablaba Séneca también ser verá afectada por la sequía.

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