Economía

Intereses y valores

Estamos ante un nuevo contexto que sin duda supone un reto importante para los países y las empresas, pero que en parte se sustenta en una dicotomía, quizás no del todo honesta, entre intereses y valores.

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26
enero
2024

Aunque cuando se está inmerso en una es difícil apreciar sus contornos, por falta de perspectiva, parece evidente que en los últimos años el mundo se ha adentrado en una nueva etapa histórica. En lo político se caracteriza por una lógica de bloques más o menos enfrentados (o cuando menos, no alineados) y en lo económico por una nueva fase de globalización, como mínimo más regionalizada. En lo que respecta al contexto geopolítico, en determinados ámbitos se subraya el conflicto creciente, o la división del mundo, entre democracias liberales y autocracias. Incluso se ha querido promover una «coalición de democracias» para hacer frente a ese contexto.

En el ámbito económico, o más en concreto del comercio, podemos constatar que hemos entrado en una nueva fase de globalización. Ya casi nadie habla de desglobalización, pero sí de fragmentación, de regionalización y de desaceleración. Es evidente que se está produciendo una reestructuración de las cadenas globales de valor (la crisis del mar Rojo nos vuelve a mostrar sus vulnerabilidades), pero por otro lado, y quizás más relevante para este análisis, empiezan a ganar importancia en la agenda occidental elementos de tipo ético. A ello se añade un debilitamiento (deliberado) de los organismos multilaterales, particularmente en el ámbito del comercio, donde la Organización Mundial del Comercio atraviesa una crisis de identidad.

Estamos ante un nuevo contexto que sin duda supone un reto importante para los países y para las empresas, pero que en parte se sustenta en una dicotomía, quizás no del todo honesta, entre intereses y valores. Una dicotomía que seguramente solo exista en la cosmovisión occidental, pero que como parte de ese bloque nos debe llevar a analizar sus consecuencias, las disyuntivas morales que supone y las contradicciones en las que constantemente caeremos.

Según un informe de la Universidad de Gotemburgo por primera vez en 20 años hay más autocracias cerradas que democracias liberales

Según el Índice de Democracia Global de The Economist actualmente hay tan solo 24 países del mundo (8% de la población) que puedan ser consideradas democracias plenas, mientras que el 37% de la población mundial vive bajo un régimen autoritario. De hecho, según un informe similar de la Universidad de Gotemburgo hoy en día hay 90 democracias y 89 autocracias en el mundo, y por primera vez en 20 años hay más autocracias cerradas que democracias liberales. Obviamente son datos preocupantes, ante los que hay voces en el mundo occidental que abogan por crear nuevos organismos internacionales formados únicamente por democracias liberales y limitar el comercio con países con regímenes autoritarios.

Pero, ¿es realmente posible abordar los enormes retos globales a los que nos enfrentamos solo desde el liderazgo y coordinación de las democracias liberales? Y, ¿estamos dispuestos a las consecuencias de renunciar o reducir drásticamente nuestros intercambios comerciales, y por tanto a asumir los costes que conllevaría, con países autoritarios? Me temo que la respuesta a ambas preguntas es no.

En segundo lugar, la dicotomía entre intereses y valores es (lamentablemente) una falacia. Por un lado, en muchas ocasiones se disfrazan de decisiones tomadas en base a principios y valores lo que en realidad responde a intereses (antes geoeconómicos y hoy quizás más geopolíticos, pero intereses, al fin y al cabo). Por otro lado, en ese plano las contradicciones y la falta de coherencia están a la orden del día. Los ejemplos de doble moral, de juzgar de forma diferente comportamientos análogos en función del país en cuestión que los protagonice, son innumerables.

En tercer lugar, están las consecuencias económicas. Esta lógica nos llevará (o nos llevaría) en el corto plazo a un aumento de costes y, por tanto, a una disminución de renta disponible que no parece que las sociedades occidentales estén dispuestas a asumir. Además, las dependencias existentes (sobre todo en determinados componentes y materias primas) son tan importantes que hacen ese desacoplamiento o esa división en bloques inviable. Disminuiremos dependencias y diversificaremos riesgos, pero por puro interés. Es decir, tendremos más «nearshoring» que «friendshoring».

Tenemos también las consecuencias sociales, quizás las más difíciles de analizar. Como parte de estas consecuencias podemos incluir las sanciones internacionales, que impactan significativamente (e injustamente) en la sociedad civil de los países afectados, no siempre resultan eficaces y exigen un análisis profundo. Por otro lado, la presión de la opinión pública en materia de derechos humanos y las iniciativas al respecto lideradas por ejemplo por la Unión Europea (Directiva de Diligencia Debida) o por la OCDE (Guía de Debida Diligencia) son sin duda necesarias y dignas de elogio, pero al ser «unilaterales» (bloque occidental o incluso solo lideradas por la UE) pueden ser poco eficaces. Además, pueden no estar valorando suficientemente el impacto en términos de desinversión (y, por tanto, de empleo y desarrollo, salvo que esa posición la ocupen otros) en países en desarrollo.

Concluyo esta reflexión con más dudas que certezas, lo cual tiene cierta lógica cuando se plantean dilemas morales, pero con algunas convicciones: 1) los retos globales (cambio climático, crisis migratorias, gobernanza económica, etc.) no se podrán gestionar con éxito en un mundo de bloques enfrentados, es necesario encontrar puntos de entendimiento. 2) En el ámbito de las relaciones internacionales, y particularmente del comercio, no es honesto plantear una disyuntiva de intereses versus valores, y además es un error. Es un error porque los valores son subjetivos, los valores que podríamos denominar occidentales no son compartidos en buena parte del mundo y si fuésemos realmente honestos hablaríamos de principios más que de valores. 3) A lo que debemos aspirar es a un mundo basado en reglas (asumiendo cambios de equilibrios en la gobernanza mundial), en derechos universales (que habrá que actualizar) y en una lógica (especialmente en el ámbito del comercio) en el mejor de los casos de reciprocidad.


Pablo López Gil es director del Foro de Marcas Renombradas Españolas

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