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Desde Roma con amor
Un hotel rodeado por el primer jardín botánico construido en la ciudad, bicicletas eléctricas en las calles y multitud de zonas verdes. Hacemos un recorrido por Roma, ese museo al aire libre que permite contemplar su belleza desde un prisma «panorámico».
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La ciudad eterna, la ciudad del amor, la de las siete colinas, la cuna de la civilización… Roma es todo eso y mucho más. Visitar la capital italiana es como retroceder en el tiempo. Y nadie vuelve indiferente de esa aventura, independientemente de las veces que se repita. Cada ocasión es única para ver la ciudad bajo un nuevo ángulo. Recientemente, nosotros volvimos a ese museo al aire libre para contemplar su belleza desde un prisma «panorámico».
Nuestra andadura comenzó en uno de los puntos más altos de la ciudad, desde donde contemplamos el sosiego de una de las pocas zonas tranquilas del centro: la colina del Gianicolo. Desde el mirador donde aguarda la estatua de Garibaldi –y desde donde se dispara un tradicional cañonazo cada día a mediodía–, las vistas son espectaculares. En este pequeño oasis metropolitano, la majestuosa fuente dell’Acqua Paola, a pocos metros de lo que llaman «isla española» se encuentran el liceo Cervantes, la residencia del embajador y la Academia de España, que recuerdan la imborrable huella que la cultura española ha dejado en el país.
El grupo hotelero español Gran Melià también eligió en 2012 este lugar mágico para plantar su bandera. El hotel Villa Agrippina se encuentra rodeado de los jardines Orti Domiziani, el primer jardín botánico construido en Roma, que el grupo renovó y que ha convertido al lujoso establecimiento en uno de los predilectos de la ciudad, además de por su impecable servicio, su accesibilidad total y su estratégica localización, cercana al Vaticano, la basílica de San Pietro y el castillo de Sant’Angelo.
Las bicicletas eléctricas públicas repartidas por las aceras de la ciudad hacen que recorrer las orillas del río Tíber y atravesar el vibrante barrio del Trastevere o el apacible Prati sea una experiencia tan gratificante como saludable. Repleta de zonas verdes, la metrópoli no solo es un pulmón verde para el ciudadano, sino que también supone un respiro para el visitante. Esa parte la documenta muy bien la guía Lonely Planet de los mejores parques de Roma.
Al pie del Coliseo todavía resisten las ruinas del Ludus Magnus, lo que en su día fue una de las escuelas-caserna de gladiadores de Domiciano, entonces constituida por un patio central rodeado de alojamientos, un pequeño anfiteatro y hasta unas termas para que los que iban a luchar por sus vidas se relajaran antes.
Tanto el Ludus como el Coliseo se pueden admirar en paz y con la mejor de las perspectivas desde la maravillosa terraza del restaurante estrellado Aroma, de la mano del Chef Giuseppe di Lorio y propiedad del hotel familiar Palazzo Manfredi, uno de los secretos mejor guardados del barrio. Este palacio barroco de 1872 ha conservado detalles que aún permiten respirar la historia del lugar. Da igual que uno sea huésped o no: esta pequeña joya te reserva una acogida digna de los césares de la época, que, probablemente, matarían por su panettone artesanal elaborado con productos locales.
No nos adentraremos más en el plan gastronómico porque daría para toda una sección, pero sí queríamos destacar una iniciativa que nos devolvió la sonrisa un día de lluvia, no solo por sus acertados maridajes culinarios, sino también por la diversidad que compone el personal. En pleno corazón del bullicioso Trastevere, La Trattoria degli Amici (de los amigos) abre sus puertas en 1998 apoyado por la Comunidad de Sant’Egidio para demostrar al mundo que, con el apoyo y la formación adecuados, las personas con alguna discapacidad son tan valiosas como cualquiera.
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