Opinión

Anacroactivismo: Philip Roth y el pecho

Cuando el escritor estadounidense publicó en 1972 su novela donde un hombre se convertía en un pecho gigante, la puritanía estadounidense lo criticó duramente. Sin embargo, es difícil de creer que en 2022 mostrar los pechos sea un acto reivindicativo, aunque ya se sabe que vivimos tiempos de anacroactivismo: luchar por libertades que fueron conquistadas hace ya muchas décadas.

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11
febrero
2022

En los últimos tiempos se viene hablando mucho de tetas y melones, de enseñarlas como acto reivindicativo o político. Es difícil creer que en 2022 mostrar los pechos sea un acto reivindicativo, pero ya se sabe que vivimos tiempos en los que prepondera el anacroactivismo, que lucha a menudo por derechos y libertades que fueron conquistadas a hace ya muchas décadas. Dentro de poco habrá quien luche por hablar el castellano en la comunidad de Madrid, o quizás trate de instaurar el derecho a huelga o se logre el voto femenino.

En nuestras sociedades posmodernas vemos tetas por doquier desde hace ya mucho tiempo, aunque no se vean en Facebook –donde tampoco se ven penes y cosas por el estilo–. Hay quienes equiparan el pecho masculino al femenino, pero pasan por alto diferencias anatómicas objetivas y quieren prescindir del valor simbólico-erótico del pecho femenino (que conduciría a la censura visual en redes) como si este no existiese, haciendo de él algo menos atractivo, misterioso y fascinante: algo que solo opera en detrimento de los pechos femeninos mismos.

Estas pseudopolémicas nos remiten a El pecho (1972), obra literaria de Philip Roth, uno de los grandes escritores norteamericanos de las últimas décadas, en la que su protagonista, David Kepesh, se transforma en una teta de tamaño humano, sujeta a todo tipo de deseos y pulsiones irracionales. En su momento, los puritanos estadounidenses se escandalizaron por el valor sucio y pornográfico del libro. Hoy quizás sería criticado por permitir a un hombre apropiarse de una parte del cuerpo femenino sin consentimiento. Ya sea uno de izquierdas o derechas, la cosa está en escandalizarse a la americana, es decir, de modo puritano e hipócrita por cosas intrascendentes que a cualquier persona en su sano juicio no afectan. La novela en 1972 fue condenada unánimemente por los mojigatos de Estados Unidos como bien podría serlo hoy, aunque las mareas y algoritmos de la cultura de la cancelación y el boicot son a veces difíciles de rastrear y predecir.

«Roth fue criticado por los puritanos de entonces, pero quizás hoy lo sería por permitir a un hombre apropiarse de una parte del cuerpo femenino»

Hoy, 50 años después, ciertos activistas luchan cara a cara, con enorme arrojo, contra esos opresores de la teta que en 1972 se opusieron a la novela de Roth. Y hablamos de unos tiempos, esos primeros 70, en los que la revolución sexual y la victoria de la contracultura había sido consumada hacía ya cinco o seis años, cuando las actitudes alternativas del hipismo habían sido cooptadas por la cultura mainstream. Hablamos de unos años en los que llevar pelo largo y celebrar la sexualidad representaban la norma para aquellos que Ortega llamó el hombre-masa, es decir, personas de a pie que emulan las convenciones y siguen las normas sin cuestionarlas.

De este modo nos topamos con un anacroactivismo, ese activismo por lograr materializar derechos ya materializados hace mucho. Huelga decir que este activismo interesa abiertamente al poder, pues es mejor para las élites que el instinto activista envanecido luche por derechos ya consumados hace mucho (esto es, contra espectros imaginarios) a que lo haga por derechos más apremiantes y necesarios que el poder se halla mucho menos dispuesto a procurar para todos.

«El anacroactivismo lucha por materializar derechos que ya se materializaron hace tiempo»

¿Cómo detectar si una reclamación popular es anacroactivismo? Cuando la televisión mainstream aboga por esa misma lucha, por poner un ejemplo. Si las televisiones mayoritarias defienden denodadamente los activismos por los que tú mismo te desvives, es muy probable que seas un anacroactivista; puesto que dicha visibilidad es prueba de que dicho activismo ya ha sido digerido por el poder hace tiempo. Otra prueba son las manifestaciones lideradas por miembros del Gobierno. ¿Cómo va a luchar el poder contra sí mismo exigiendo un derecho que él mismo puede procurar? Se trataría de un postureo en el que el poder afirma luchar contra injusticias que de modo predominante ya no existen.

Creándose tales pseudoactivismos se confunde a la ciudadanía y se envalentona a los vanos luchadores por los derechos humanos. Recordemos un vídeo musical de Samantha Hudson en el que asesina al dictador Francisco Franco. Este fue visto por algunos incautos como un acto de enorme valentía. Y yo me pregunto, ¿cómo puede eso ser un acto corajudo, cuando mata al dictador casi con 50 años de retraso y lo hace en un ámbito de representación como lo es un video musical? Eso no refleja coraje alguno sino más bien un ingenuo oportunismo como expreso ejemplo de anacroactivismo: luchas contra fantasmas del pasado en el plano de la fantasía con muchas décadas de retraso. Naturalmente, el poder de hoy no siente amenaza alguna ante tales movilizaciones políticas, llamativamente anacrónicas. Lo virtual y lo pasado no tienen peso. Como suele decir el refranero popular: agua pasada no mueve molinos. 

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