Diversidad

El feminismo que viene

Desde que recordamos el mundo, los protagonistas siempre han sido ellos. La historia oficial, pese al femenino de su género, apenas ha dejado espacio para la mujer en su relato.

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27
mayo
2017

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Desde que recordamos el mundo, los protagonistas siempre han sido ellos. La historia oficial, pese al femenino de su género, apenas ha dejado espacio para la mujer en su relato. Hay excepciones: Hiparquía, Cleopatra, Teresa de Ávila, Juana de Arco, Olympe de Gouges, Mary Wollstonecraft, Marie Curie, Simon de Beauvoir… pero han sido eso, casos singulares.

La discriminación persiste bien entrado el siglo XXI. Esto es lo terrible. Pese a que ellas obtienen mejores calificaciones que ellos en la universidad (su rendimiento en los títulos de grado y máster supera en diez puntos porcentuales al de los hombres), las mujeres ocupan la mayoría de los empleos a tiempo parcial, perciben menor salario (un 22 por ciento menos), y ocupan muy pocos puestos de responsabilidad en las empresas y ámbitos de decisión. Traigan a su memoria las fotografías de familia de los gerifaltes del Ibex35, de los mandatarios (europeos o mundiales), hagan recuento de la presencia de la mujer en las Reales Academias, en las monarquías, en las cátedras, en las listas de los libros más vendidos, en la cobertura deportiva… Por no mentar aquellos recintos en los que directamente se las excluye: el mundo de los toros, el fútbol o los cargos eclesiásticos. No se trata solo de desigualdad, sino de un desequilibrio siniestro.

Entre los desempleados por hacerse cargo de los hijos, el 82,2% son mujeres; en los libros de textos, solo un 7% de la información hace referencia a las mujeres; ellas dedican una media diaria de cuatro horas y 29 minutos al hogar y la familia, frente a las dos horas y media que emplean ellos; una pensionista percibe de media 597 euros, frente a los 971 de ellos… Son datos del Instituto Nacional de Estadística y del Ministerio de Educación. A veces las cifras son el recurso más incontestable para hacernos una idea de la realidad de la que hablamos.

La reinvención del patriarcado

«La violencia contra las mujeres es estructural y coyuntural, transversal como el género, y lamentablemente perenne. Hay una relación entre poner pendientes a las niñas al nacer, vestirlas con ropa incómoda para jugar, promover una imagen negativa o pasiva de la mujer en la publicidad, en los cuentos infantiles, en el cine, llevar velo, asumir la feminidad y la masculinidad como esencias de mujer y hombre respectivamente, pagar menos a las mujeres, dar por sentado que ellas son las cuidadoras… hay una relación entre todo esto y las formas más brutales de violencia contra las mujeres: el asesinato, la violación, el maltrato físico, la violencia psicológica», explica Nuria Capdevila-Argüelles, catedrática de estudios Hispánicos y de Género de la Universidad de Exer, en Reino Unido.

Pudiera parecer que en los países desarrollados, el nuestro, por ejemplo, la situación de la mujer respecto al hombre es más igualitaria, pero no es así. El patriarcado no está dispuesto a ceder terreno. «Parece imposible salirse del patriarcado, es una estructura tremendamente poderosa, está muy arraigado en todos los ámbitos, incluido el inconsciente de las mujeres y los hombres. Además, se reinventa constantemente, adquiere nuevas formas y, cuando lo derrotamos por un lado, reaparece con otra cara por otro, por ejemplo, con el tema de los vientres de alquiler, un asunto tan actual, remozado con un barniz de voluntariedad, de derechos de los homosexuales, de idealización de la paternidad y un barniz de libertad y consentimiento, pero es lo mismo de siempre en esta idolatría del consumo: la utilización de las mujeres como objetos al servicio de deseos y proyectos masculinos», asegura la escritora Laura Freixas.

Aunque son incontestables algunos logros en cuanto a derechos y libertades de las mujeres (al menos en ciertas zonas del planeta), para algunas feministas, como Beatriz Gimeno, diputada de Podemos y activista a favor del colectivo LGTB, si bien «el legado feminista es complejo y rico, interdisciplinario, histórico y dialógico», ahora «hay mucha más violencia que antes y se ha introducido en todas partes. El feminicidio masivo en algunos países demuestra que la violencia contra las mujeres es más brutal».

En ocasiones, la violencia no se erradica, se hace más sutil. En esta línea, la teórica feminista Rosa Cobo se muestra preocupada por «esas violencias que crecen en medio de la complicidad colectiva. Por ejemplo, los procesos de hipersexualización de las mujeres que nuestras adolescentes reciben pasivamente porque no tienen herramientas para conceptualizarlas como violencia».

Vasallajes inconscientes y violentados

Existe aún una falta de conciencia crítica, de compromiso firme. Los adolescentes de hoy en día son controladores con sus parejas hasta límites intolerables, pero a ellas, a las más jóvenes, los celos de sus chicos les resultan un síntoma de su amor. El amor romántico edulcorado sigue utilizándose como un arma de sumisión y de manipulación. Incluso en aquellos productos que se nos venden como liberadores. Una lectura no necesariamente atenta sobre uno de los éxitos editoriales más fulminantes de esos años, Cincuenta sombras de Grey, detecta con facilidad la entronización del patriarcado: ella, dejándose dominar (al estilo propuesto por el marqués de Sade) no porque disfrute (que sería lo ‘revolucionario’), sino porque a él le gusta; ella, que abandona su trabajo porque él dispone de una obscena fortuna que cubre sus necesidades; él, que la lleva a cenar en avión privado, le regala coches y joyas… ¿Dónde está la promocional promesa de la liberación femenina? Y lo más terrible: el libro está firmado por una mujer, E. L. James (eso sí, escondida tras sus iniciales).

«Cincuenta sombras de Grey es un buen ejemplo para entender qué significa y a qué se debe el machismo en las mujeres. Se debe a que ellas muchas perciben, aunque no sea de una manera consciente ni elaborada, pero lo perciben, que a las mujeres les cuesta, por no decir que les resulta imposible, triunfar (tener poder, dinero, libertad, reconocimiento, fama, etc.) por sí mismas. Cuando se percibe esto se acogen a la alternativa de someterse a un hombre o a muchos hombres, en el caso de las prostitutas, en el afán de obtener unos bienes materiales y simbólicos que de otra manera ellas ven que no pueden obtener. Pero el ensueño, porque esto es un cuento de hadas, no sucede, porque no obtienen es verdadero poder, ni dinero porque no son suyos, y hasta el reconocimiento es vicario (la mujer de)», remata Freixas.

Hay vasallajes inconscientes y otros violentados. El 79% de las personas que son vendidas y compradas para ser explotadas sexualmente son mujeres y niñas, procedentes sobre todo de Rumanía, Paraguay y Colombia, introducidas en Europa occidental, según informes de Anesvad. Datos, de nuevo, turbadores. «La mercantilización de las mujeres es una de las nuevas formas de esclavitud y, en algún sentido, es un test de lo lejos que están llegando tanto el capitalismo como el patriarcado», expresa Cobo. «La única solución es la deslegitimación de la prostitución y la erradicación de la demanda; en ese sentido, es peor el patriarcado que el capitalismo porque éste no ha existido desde siempre, mientras que el primero, sí», matiza Gimeno.

Hablemos de la violencia irremediable (si es que alguna no lo es). De las muertes. En los últimos quince años, más de ochocientas mujeres han perdido la vida a consecuencia de la violencia machista, la mayoría de ellas asesinadas por sus parejas sentimentales. Madrid y Barcelona son las provincias con más víctimas. «Es aterrador la profunda indiferencia con que los reciben nuestras élites políticas y una parte de la sociedad. Se están normalizando estos asesinatos en la conciencia colectiva y se viven con cierta fatalidad, como si fueran un hecho imposible de eliminar», denuncia Cobo.

La sospecha del feminismo

Ser feminista no termina de resultar una militancia cómoda para todas las mujeres. Algunas lo contraponen al machismo, como si fuera anverso y reverso de una misma moneda. Otras, lo asocian a creencias erróneas (como que el feminismo proclama la supremacía de la mujer frente al hombre o lo asocian a estereotipos físicos o de higiene –la presidenta de la Comunidad de Madrid declaró no hace mucho que tenía «amigas feministas que van perfectamente arregladas»). Según un estudio reciente, elaborado por el instituto Ipsos, seis de cada diez españolas se declara feminista. ¿Y las otras cuatro?

«Las que dicen que no son feministas obviamente lo son, porque no renuncian a votar, ni a ir a la universidad, no le piden permiso a su marido para abrir una cuenta corriente o para tener pasaporte… son feministas. Sin embargo, hay una victoria propagandística del patriarcado que consiste en demonizar a las feministas en presentarlas de manera caricaturizada, y tienen miedo  a que se las identifique con esa caricatura y a ser rechazadas por ello, pero es una contradicción fragante con su forma de vida e incluso con su pensamiento decir que no son feministas», aclara Freixas.

Pero el feminismo, esa lucha por conseguir una igualdad real de los derechos de las mujeres en cualquier punto del planeta, no es solo una cuestión de mujeres. Todas las expertas coinciden en que hay que involucrar a los hombres. No hay otro modo posible de conseguir lo que es de justicia.

Queda mucho por hacer, y no es fácil, algunos de los frentes abiertos hoy en día formaban parte de los orígenes del movimiento feminista: equidad en las relaciones económicas y laborales; los cánones de belleza impuestos por la sociedad; los derechos ciudadanos; la maternidad entendida como ‘mandato reproductivo’; la invisibilidad en la cultura (una cuestión que va mucho más allá del lenguaje inclusivo)… Y van surgiendo nuevas trincheras, como la de que el feminismo trascienda la igualdad legal de la mujer blanca, occidental, heterosexual y de clase media para incluir a lesbianas, musulmanas, discapacitadas, africanas… La igualdad lleva demasiado tiempo postergada, configurada como objetivo, es decir, emplazada a futuro. Y ya es hora de que tengamos poder sobre nosotras mismas.

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