Pasiones tristes
En esta época que atraviesa nuestras diversas desigualdades sabemos con mayor claridad a quién negamos, qué rechazamos o por qué criticamos en lugar de ser conscientes, con la misma certeza, de lo que afirmamos, aceptamos o proponemos.
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COLABORA2022
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François Dubet es un sociólogo francés, ex director de estudios en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, y autor de un libro reciente con un título tan sugerente como perturbador: La época de las pasiones tristes: De como este mundo desigual lleva a la frustración y el resentimiento, y desalienta la lucha por una sociedad mejor (2020). Dubet afirma que «en el régimen de desigualdades múltiples, la relación con el mundo se funda en la crítica más que en la adhesión».
El razonamiento motivado es un proceso psicológico por el cual las personas se guían por sus emociones, estereotipos, miedos y deseos para tomar decisiones o justificar opiniones que se alineen con sus creencias iniciales. A diferencia del pensamiento crítico, este lleva a otorgar mayor importancia y veracidad (y, también, buscar más activamente) a datos e informaciones que validen nuestras creencias de base, mientras que aquellos que las contradicen son omitidos o refutados, haciendo muy difícil que una persona cambie de opinión.
«La psicóloga Ziva Kunda fue la primera en estudiar por qué vemos más fiables las informaciones que validan nuestras creencias de base»
La psicóloga social Ziva Kunda (1955-2004) fue la primera en estudiar este sesgo. El razonamiento motivado también está presente, por supuesto, en las decisiones políticas y las redes sociales parecen amplificar dicho sesgo. Los algoritmos nos muestran contenidos similares a los que ven nuestras amistades virtuales y a los que damos más likes, con los que interactuamos con mayor fruición y a los que prestamos más tiempo de atención, lo que conduce a una «cámara de eco» que nos reafirma en nuestras posiciones y dificulta los cambios. Convertimos las ventanas en espejos. La ira y el resentimiento, hasta aquí encerrados en el espacio íntimo, acceden a la esfera pública.
A veces no aceptamos la mera posibilidad de la duda, el error o una mejor ponderación o evaluación. No lo soportamos. De hecho, cambiar de opinión es cada vez más complejo y costoso, cuando ese coste se produce en el capital cognitivo emocional y no en el pensamiento crítico de cada persona.
Es por ello que probablemente, en esta época de pasiones tristes que atraviesa nuestras diversas desigualdades, sabemos con mayor claridad a quién negamos, qué rechazamos o por qué criticamos en lugar de saber con la misma certeza lo que afirmamos, aceptamos o proponemos. Este rechazo que se instala en el resentimiento, propio de la frustración de una interiorización –objetiva y subjetiva– de la desigualdad, es la gran amenaza transformadora. Cuando el ascensor social se vive como una escalera sin peldaños, como una escalera descendiente de rellanos interminables o una escalera que es, finalmente, el borde del abismo, es en este terreno de pasiones contenidas, de humores sociales de derrota, hastío y fatiga –es ahí, justo ahí–, cuando la desesperanza gana.
«Nuestra primera tarea democrática (y progresista) es hacer creíble y certera la esperanza y el camino del progreso»
El primer combate de la política democrática y transformadora es recuperar la esperanza alegre y contagiosa. Sin ella, no solo el anhelo sino la confianza en el futuro no son posibles. Y, con miedo al futuro, no hay proyecto de progreso. El progreso necesita tiempo, gradualidad, itinerario, acumulación y redistribución. Sin esperanza, las pasiones tristes dominarán la conversación y definirán a la contra, nunca a favor. No existe, entonces, la paciencia que nace de la confianza, sino la impaciencia antipolítica que se alimenta del miedo y la desconfianza. Por eso, los atajos autoritarios se afirman negando; y se expresan precisamente negando derechos, espacios u oportunidades a problemas imaginarios (y reales) que son transformados en peligros y enemigos.
«La cuestión social, que aportaba un marco a nuestras representaciones de la justicia, parece disolverse en las categorías de identidad, nacionalismo y miedo», advierte Dubet. «La transformación de un voto ‘social’ en voto ‘identitario’ no se comprende si no se tiene en cuenta el resentimiento». Esta disolución resentida, antes de resignarse y aceptar el determinismo de manera definitiva, explota su triste amargura en rechazo global y protesta sistémica. Estas son nuestras pasiones, tan desasosegadas como imprevisibles. Esta es la primera tarea democrática (y progresista): hacer creíble y certera la esperanza y el camino del progreso.
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