El mundo desde el observatorio

Vivimos inevitablemente en una ‘democracia crédula’, basada en creencias que no podemos justificar y que, tal vez como autodefensa, empezamos a pensar que ni siquiera resulta necesario. Pero rente al escepticismo sobre la posibilidad de comprender el presente, hay un método para conseguirlo: elegir un observatorio adecuado desde donde visualizarlo.

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12
noviembre
2021

Comienzo una colaboración con Ethic que es, en realidad, un experimento intelectual a la vista de todos. Lo he denominado El Panóptico. Su objetivo es averiguar si es posible comprender lo que sucede en el mundo, teniendo en cuenta que comprender es un acto personal. Nadie puede comprender por mí, ni por el lector. Esto nos enfrenta a un problema de difícil solución. El mundo es global, heterogéneo, cambiante y acelerado. La información es inabarcable, los problemas nos desbordan y, con frecuencia, los expertos no se ponen de acuerdo –o lo que dicen solo lo pueden entender otros expertos–. El conocimiento científico crece, pero lo hace en parcelas tan especializadas que nadie tiene acceso a todas. Un buen matemático ya no es capaz de entender más del 10% de las matemáticas que se hacen. La eficiencia de las nuevas tecnologías es admirable, pero nadie es capaz de conocer sus consecuencias. Tenemos que formar nuevas generaciones, pero ¿quién es capaz de decidir lo que hay que estudiar?

En una democracia, el problema se agrava porque los ciudadanos tienen que tomar decisiones sobre temas que no conocen y eso les obliga a enrocarse en sus opiniones o refugiarse en algún tipo de fe que les libere de su impotencia cognitiva. Con razón se habla de que vivimos inevitablemente en una ‘democracia crédula’, basada en creencias que no podemos justificar. Tal vez como autodefensa empezamos a pensar que ni siquiera es necesario, que toda opinión tiene una respetabilidad que la pone a salvo de la crítica. No hace falta que sean verdaderas, basta con que sean auténticas. Esto me recuerda un antiguo chiste en el que un juez dice: «Para agilizar el engorroso proceso judicial, pasaremos por alto las pruebas e iremos directamente a la sentencia». También estamos admitiendo que, para eliminar el costoso proceso de argumentar sobre un asunto, podemos pasar directamente a las conclusiones. No hay que empeñarse en ejercer un pensamiento crítico porque nadie está condiciones de hacerlo. Cada uno está encerrado en la burbuja mental de su cultura, sus creencias, sus manías.

No parece, sin embargo, la solución óptima. Este modo de ver las cosas hace que nos deslicemos por un tobogán que nos lleva a una democracia cómoda, crédula e iliberal, peligrosamente vulnerable ante la voluntad de poder, los fanatismos, y los adoctrinamientos. El proyecto ilustrado se resquebraja y esa no es una buena noticia. Si dejamos de confiar en el poder de la razón, en la posibilidad de conseguir un conocimiento verdadero, en la unicidad de la especie humana, en la universalidad de los derechos y en la capacidad de comunicación entre diferentes lenguajes, echaremos por la borda grandes creaciones de la humanidad. Podemos experimentar, como ha sucedido en otras ocasiones, un shock descivilizatorio.

En este punto aparece la propuesta de El Panóptico: frente al escepticismo sobre la posibilidad de comprender el presente, defiendo que hay un método para conseguirlo. Consiste en elegir un observatorio adecuado desde donde visualizar el presente de la humanidad desplegado ante nosotros igual que la geografía lo está ante la lente del Google Maps. Este me permite señalar cualquier lugar, a cualquier escala y me indica cómo puedo ir de un punto a otro. Desde el Panóptico el paisaje es más complicado, porque no solo enlaza en la superficie unos sucesos con otros, sino que les añade una dimensión temporal, histórica.

«Tenemos que formar nuevas generaciones, pero ¿quién es capaz de decidir lo que hay que estudiar?»

Todo lo que sucede en el momento presente se relaciona entre sí. La política con la economía, ésta con la ciencia y la tecnología, que a su vez influyen y son influidas por movimientos ideológicos, económicos y políticos. Y todos por el clima. El presente es un sistema de fuerzas en equilibrio dinámico e inestable. Esa es la visión horizontal del paisaje. Pero cada uno de esos elementos visibles, es el resultado de una genealogía, de una historia. Pondré un ejemplo: en este momento el planeta está dividido en naciones-estado. Cada una de ellas es el resultado de un largo proceso. La idea de soberanía que defienden también tiene una larga y confusa historia conceptual. Es preciso conocer esta conjugación de saberes para comprender el presente que es, pues, la unión de lo que está dado al mismo tiempo (sincronía) y de la historia que lo ha generado (diacronía). Esto lo entendieron muy bien los filólogos, que han separado sabiamente la visión sincrónica y diacrónica del lenguaje. Este es el método de El Panóptico. Un saber situado en un nivel superior, que contempla el fastuoso paisaje del mundo presente, con sus acontecimientos, conocimientos y técnicas, e intenta explicarlo y comprenderlo aprovechando la historia.

Aquí aparece el aspecto arriesgado del experimento que hoy inicio en Ethic. Sería presuntuoso creer que estoy capacitado para comprender el mundo, incluso pensar que una sola persona podría hacerlo. Y, sin embargo, es necesario intentarlo porque, como indiqué al principio, comprender es un acto personal. Cada uno de nosotros tiene que comprender el presente –es decir, enfrentarse a una tarea que sin duda le desborda– para poder tomar buenas decisiones. Como tengo la suerte de poder dedicarme a investigar, quiero tantear el nivel de comprensión que puedo alcanzar con las herramientas de las que dispongo, y saber si soy capaz de hacer más comprensible el mundo, es decir, de facilitarles la tarea a los demás.


Este contenido forma parte de un acuerdo de colaboración del blog ‘El Panóptico’, de José Antonio Marina, con la revista ‘Ethic’.

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