Opinión
Elige tu bando
La polarización política nos fuerza a elegir entre los distintos partidos como si de bandos morales se tratasen. ¿Si lo personal es político, es acaso lo político sencillamente partidista?
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Hay un silogismo que es una regla de oro de la política contemporánea. A) Todo es política, desde nuestros hábitos de consumo hasta nuestras preferencias sexuales. B) La política no puede entenderse sin los partidos. Y como no existe política sin partidos, que son máquinas de sectarismo, llegamos a la conclusión de que la política consiste, en esencia, en elegir bando. La frase «lo personal es político» se convierte en «lo personal es partidista».
Es, evidentemente, una simplificación: la política es mucho más que los partidos. O debería serlo, en todo caso. No obstante, si algo significa la polarización es que fuerza a elegir bandos. Para algunos, esa elección es un mandato moral: ser imparcial o independiente en situaciones de injusticia –la injusticia la decido y delimito yo, claro, e injusticias habrá siempre– es inaceptable, e incluso te convierte en parte misma de esa injusticia. Es decir, si no eliges mi bando, eres cómplice de aquello contra lo que lucha mi bando. Me recuerda a un chiste sobre Antifa (la organización antifascista que ha provocado disturbios en los últimos años en Estados Unidos): «Nos autodenominamos el Escuadrón Contra Los Malos y etiquetamos a nuestros enemigos como Los Malos. ¿Cómo es posible que la gente no entienda esto? No podemos hacer nada malo porque luchamos contra Los Malos. Es muy fácil de entender».
«Para algunos elegir bando es un mandato moral: ser imparcial en situaciones de injusticia te convierte en parte misma de esa injusticia»
El debate público sigue las reglas que han marcado los partidos, a saber: todo posicionamiento político es inevitablemente un posicionamiento partidista. El que no se posiciona de manera partidista, se sugiere, es realmente como si no se posicionara políticamente. Y, entonces, se produce el efecto arrastre: aquel neutral en situaciones de injusticia es cómplice. Por eso, al criticar al partido de derecha y al de izquierda a uno le acusan de apoyar al partido de centro. No existe la posibilidad de una neutralidad partidista.
Especialmente en sus dos primeros años, el PSOE de Pedro Sánchez construyó una identidad de dique de contención frente a las fuerzas oscuras de la ultraderecha. Lo verdaderamente importante no era unirse en contra de un enemigo, era reunirse a favor del partido. A menudo, el gobierno activa –o reactiva– debates simplemente para polarizar, y esa polarización tiene como objetivo plantear una dicotomía muy sencilla: ¿Estás conmigo o estás con Los Malos? La polarización, por lo tanto, no es solo «afectiva»; es partidista. Da igual lo que uno piense: lo que importa es a quién votas.
¿Desde dónde hablas? Esa información es esencial. Hay que ubicarse, pero no tanto en el espectro ideológico como en el partidista. No existe la posibilidad de que uno hable desde sí mismo. Bajo esta lógica, las ideas políticas mueren si no tienen un soporte en una organización política.
Los partidos son, obviamente, imprescindibles. En los libros de texto de politología se recuerda a menudo que son una especie de atajo mental –o heurístico– que los ciudadanos utilizamos para no perdernos en la política. Delegamos en ellos la responsabilidad de determinar qué debemos pensar, porque normalmente no tenemos el tiempo o las competencias para elaborar nuestras propias ideas sobre todos los asuntos públicos. Pero cuando la política se convierte exclusivamente en sinónimo de partidismo, la sociedad civil se debilita y la democracia se resiente.
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