Opinión

Transparencia homeopática

Más que en un remedio para eliminar los abusos o aquello moralmente reprochable, ser transparente puede llegar a convertirse en un atenuante de aquello que se buscaba evitar.

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27
septiembre
2021

Con mucha frecuencia, ante cualquier asunto que ha levantado alguna polémica, se ofrece la transparencia como remedio. Si las remuneraciones de un ejecutivo global o de un futbolista causan escándalo se tira, así, del recurso de la transparencia, defendiendo que las cuentas están auditadas y los libros a nuestra disposición. A la respuesta, además, se le suele adosar una justificación teórica de explicación técnica y exculpación moral: si yo gano más, estoy más incentivado, ergo lo hago mejor. De paso invierto más, por tanto, genero más empleo. En definitiva, todos contentos. La clave, en cualquier caso, es que no se oculte la realidad, y que ante cualquier aspaviento indignado pueda ofrecerse un conveniente «a mí que me registren».

Sucede también con las cifras que muestran una desigualdad creciente, aunque en este caso suele haber un paso previo: el de intentar negar la evidencia. Pero como los datos son tercos, de ahí suele pasarse a un intento de legitimación, señalando que el problema no es una desigualdad grande en sí, que ésta es inevitable que crezca en una revolución industrial, sino que no funcione el ascensor social (o que los más vulnerables no tengan cubierto un mínimo). Para todo hay una justificación técnico-moral que se parapeta en la supuesta transparencia, como bien señalan los profesores Carl. T. Bergstrom y Jevin D. West en Contra la charlatanería (Capitán Swing). El libro, de hecho, cuenta con un subtítulo bastante claro: «Ser escépticos en un mundo basado en los datos».

«La clave parece ser, a veces, el simple hecho de que no se oculte la realidad»

En este universo, la transparencia es el elemento clave: si te lo muestro, no te engaño; si te lo explico, te desarmo. Y si no te engaño y, además, te lo explico, no tienes derecho a indignarte. Se produce así la paradoja de que la transparencia, más que un remedio para evitar los abusos o aquello que moralmente parece reprochable, ha terminado por resultar un atenuante de aquello que buscaba evitar.

Por eso, no es extraño que el argumento se produzca en el sentido inverso. De este modo, si la precariedad de un trabajador de una plataforma de reparto es escandalosa, no lo es por las malas retribuciones en sí; el foco se pone entonces en que el algoritmo con el que se gestiona es opaco. Lo que se busca con ello es mostrar ante la opinión pública las vergüenzas de una herramienta que discrimina y explota desde su diseño básico con la esperanza de que, así, proceda a cambiarlo. Pero lo que la realidad nos muestra es que el razonamiento se produce con demasiada frecuencia al revés: si lo muestro, lo legitimo porque ya nadie puede aducir que accedió engañado a trabajar para mí.

La transparencia está bien y es necesario defenderla (y reclamarla), pero no hay que olvidar que no es otra cosa que aquello que necesitamos cuando no hay confianza.

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