Siglo XXI

Construir el futuro

Con la pandemia parece haber llegado el momento de reflexionar sobre cómo afrontar un mañana que ya está aquí: vivimos, posiblemente, la época con el mayor número de retos urgentes y con el menor tiempo para afrontarlos. El planeta y quienes vivimos en él dependemos de que se tomen las decisiones correctas en las próximas décadas.

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Carla Lucena
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13
septiembre
2021
Ilustración por Carla Lucena.

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Carla Lucena

Nicholas Negroponte, uno de los mayores visionarios del mundo sobre el impacto de la tecnología en los negocios y la sociedad, tuvo en 2005 una idea genial: fabricar dos millones de ordenadores de 100 dólares para llevar internet a los países en vías de desarrollo y reducir la brecha digital. Las máquinas debían ser portátiles, resistentes y tener la capacidad de conectarse en cualquier parte. Dos años más tarde, Steve Jobs presentaba al mundo el primer iPhone de Apple, un dispositivo que cabía en un bolsillo y provocaría la transformación social más profunda desde la Revolución Industrial. Da igual que Negroponte tuviera dos títulos del Massachusetts Institute of Technology (MIT), fundara el legendario Media Lab y hubiera escrito el ensayo superventas Being digital (Ser digital): no fue capaz de prever el tsunami de los teléfonos inteligentes, que dejaban en evidencia a sus filantrópicos ordenadores portátiles y se expandieron por los países en vías de desarrollo con velocidad arrasadora. En 2016, estos dispositivos ya alcanzaban al 94% de sus habitantes, según un estudio de Fundación Telefónica. El futuro no se puede leer con base científica. Pero, hasta hace no mucho, economistas, sociólogos y científicos lo sondeaban con cierto éxito para anticipar lo que vendría.

Hoy es una actividad estéril: la tecnología avanza a un ritmo disparatado, igual que los retos a los que nos enfrentamos, todos urgentes. El cambio climático, la escasez de recursos y las crecientes desigualdades son solo tres ejemplos de muchos, acotados en los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030. La comunidad científica advierte unívocamente de que no llegaremos a tiempo. La sociedad asiste a una tragedia griega frenética desde el patio de butacas, pero las cegadoras candilejas del proscenio no le dejan ver lo que sucede sobre el escenario. Ni mucho menos el desenlace.

Sevilla: «No solo está cambiando nuestra manera de trabajar, sino de entender la riqueza»

«Repensar el futuro» es una demanda que acuñó el Banco Mundial hace un año refiriéndose a las crisis crónicas de Latinoamérica. También es un punto de partida extensible al mundo globalizado en que vivimos. «No podemos prever lo que pasará mañana, pero sí decidir cómo queremos que sea ese mañana», opina Adela Cortina, filósofa y catedrática de Ética, al tiempo que enmienda la plana al verbo utilizado por la organización: «El futuro no hay que repensarlo, hay que crearlo». Los múltiples retos que impregnan a toda la sociedad (ciudadanía, poderes públicos, sector privado) en un tiempo récord se pueden resumir en una transición con dos cabezas: la ecológica y la digitalizadora. «La gran pregunta son los fines que nos vamos a proponer como humanidad, porque tenemos muchísimos medios, tanto para la digitalización como para proteger al planeta, y la pandemia, por desgracia, ha dejado patente que no tenemos muy claros esos fines», sigue Cortina. «Ese es el gran tema de la ética».

Tenemos que asumir que el futuro pasa por un mundo protagonizado por la inteligencia artificial al que no podremos renunciar. Y que, como apunta la filósofa, corremos el riesgo de que nuestro ideal de ilustración, de conciencia del sujeto, de ser dueños de nosotros mismos –el humanismo, en definitiva–, quede fuera de juego. «La socióloga de Harvard Business School, Shoshana Zuboff, apuntaba en su ensayo El capitalismo de la vigilancia que el mundo de las plataformas digitales, de las que ya no podemos prescindir, son una nueva forma de producción porque se sirven de nuestros datos personales. Los afectados por las consecuencias de la globalización de las plataformas deberíamos ser de alguna manera los que decidiéramos a qué fines queremos encaminarlas», opina Cortina. Y resuelve: «Por eso la alternativa es el cosmopolitismo, los seres humanos pertenecemos a comunidades y países, pero a la vez somos ciudadanos del mundo. No hay más remedio que tener un punto de vista global porque estamos todos en el mismo barco y debemos construir esa ética cosmopolita en que todos los seres humanos seamos autores y decisores». Suena utópico, pero no tiene por qué serlo: «Ya hay muchos mimbres, la Declaración de Derechos Humanos de alcance mundial tiene mucho que ver con esa idea, o constituciones que trascienden las fronteras de los Estados; es la única manera de construir el mundo que queremos».

Cortina: «El futuro no hay que repensarlo, hay que crearlo»

La digitalización es una vía irrenunciable para restablecer el mundo, incluida la lucha contra el cambio climático. Pero al mismo tiempo supone un estreno de tantos paradigmas en tan poco tiempo que un mínimo descuido nos puede llevar al peor de los escenarios distópicos. «Es un vector de transformación radicalmente disruptivo», opina Jordi Sevilla, economista y exministro de Administraciones Públicas. «No solo está cambiando nuestra manera de trabajar y de relacionarnos, sino de entender la riqueza», explica. Y pone el ejemplo de Amazon: «Tiene un valor de capitalización equivalente al PIB español, pero más de la mitad de ese valor se compone de intangibles; esto es, los datos de sus clientes. Es una profunda transformación de lo que era nuestro mundo occidental entre la posguerra mundial y la crisis financiera de 2008, a una velocidad que se va acelerando con el tiempo». Sevilla afirma que se está rompiendo la sacrosanta ley de oferta y demanda, donde el precio era la única señal del mercado. Hoy, los algoritmos contemplan muchas más. «Nuestro sistema financiero es como los coches de caballos cuando surgieron los de motor. Cuando tienes un estado de bienestar y un pacto social basado en un sistema de producción taylorista e industrial que se va al garete, se resquebraja todo el entramado de la sociedad que habíamos construido en Occidente».

El incierto papel de la política

El economista advierte de que, precisamente en transiciones tan veloces y necesarias como la ecológica y la digital, reside la metástasis del populismo: «La sociedad cada vez es más consciente de que la vieja política no le sirve hoy para los desafíos que se nos presentan. Y un sector de la población se echa en los brazos de quienes buscan culpables antes que soluciones y tergiversan los conceptos democráticos». Y alerta: «Se está imponiendo la partitocracia y estamos ante una crisis de la política democrática, que consiste en resolver los problemas de los ciudadanos». Sevilla da su receta para el futuro inmediato: «Para los retos urgentes, incluido cómo va a influir el cambio climático en las desigualdades, hay que ir reduciendo el debate sobre más o menos –más Estado o más impuestos– y pasar al de mejor Estado, mejores impuestos, mejores servicios públicos… El análisis tiene que empezar a ser menos cuantitativo y más cualitativo».

En esta línea de pensamiento, muchos expertos advierten de un deslustre de la democracia, sin la cual es complicado que los valores contemplados en los ODS tengan algún viso de verosimilitud. «Estamos en un entorno internacional frágil, llevamos 14 años de declive en el número de democracias y, dentro de ellas, de claros retrocesos», recuerda el politólogo José Ignacio Torreblanca. «La mayoría del planeta sigue viviendo en dictaduras, y hay una fusión del poder ejecutivo y legislativo con los medios de control desvirtuados». El experto añade: «Asistimos a fenómenos de polarización política, pero también afectiva, que es la personal, la necesidad de compartir, ver al adversario como enemigo, y eso genera sentimientos de exclusión y comunidades que se separan por diferencias identitarias y más profundas que no se mezclan ni se respetan».

Savater: «La lucha contra el cambio climático requiere que la gente se ocupe de estar bien informada»

El futuro también es neblinoso en cómo se resolverá el traslado de poder global entre Estados Unidos y China, que agita la inquietud social: de las 16 transiciones de poder de la historia, solo cuatro han sido pacíficas. «La tecnología va a generar muchas dinámicas de confrontación entre democracias y dictaduras no solo desde un punto de vista comercial, también de derechos; puede ser una herramienta de progreso, o de vigilancia de la ciudadanía», dice Torreblanca.

La democracia es la vía para una transición justa decidida por todos, pero cada vez está más cuestionada. «No existe a medio plazo alternativa a este modelo, pero ya nos rodean sistemas democráticos de muy baja calidad», opina Eduardo Madina, director de Estrategia de Harmon y exdiputado del Congreso. Y señala que siempre comienzan a desangrarse por el mismo sitio: «El ataque a la pluralidad interna y la exclusión de la condición de ciudadanía de una parte de la sociedad. En el futuro que pensamos, la vigilancia principal debe situarse ahí». Esto nos ha llevado a una polarización en la defensa de derechos civiles, hoy tensionados por el clima de inseguridad ante un futuro incierto: tiene más voz que nunca la lucha por la igualdad de género, por acabar con las discriminaciones raciales y por la libertad de orientación sexual, pero al mismo tiempo tiene una oposición simétrica y beligerante.

Cristina Monge, politóloga y asesora ejecutiva de ECODES, considera que la solución no es frontalizarse contra quienes niegan esos derechos, sino entender los motivos que hacen que parte de la sociedad se sienta insegura ante esas reivindicaciones. «Hay que reforzar mecanismos que generen protección social para que la gente no se sienta a la intemperie», recuerda. Y pone un ejemplo: «Ante el mantra de que llega el inmigrante y te quita tu puesto de trabajo, hay que plantear políticas de protección social como el salario mínimo vital u otras que den un colchón de seguridad económica en una situación de inestabilidad e inseguridad como la que vivimos. Eso mitigaría las expresiones xenófobas».

Pisonero: «El gran reto de las empresas es hacer lo que saben hacer bien: resolver problemas»

El politólogo Sami Naïr advierte de que «lo de Trump y Bolsonaro no es un accidente en la historia reciente, y la adopción por parte de las fuerzas conservadoras clásicas y civilizadas del discurso de la extrema derecha sobre cambio climático o inmigración es indicativa de esta tendencia». Y propone una solución: «Necesitamos en el futuro un consejo de seguridad económico y ecológico en el marco de la ONU para emprender estrategias globales eficaces».

El papel de los medios de comunicación ha sido determinante en el debilitamiento de muchas democracias y el fortalecimiento de los populismos. El fenómeno de las fake news ha cambiado las reglas del juego y ha propiciado escenarios imprevisibles. La digitalización ha colocado sobre el mismo tablero a los medios tradicionales y a cualquiera que quiera vocear informaciones infundadas a través de las redes sociales. «La lucha contra el cambio climático y todos los retos que se nos vienen encima requiere, para ser exitosa, que la gente se ocupe de estar bien informada», opina el filósofo y escritor Fernando Savater. Porque «el conocimiento es la vía para tener una ética y unos valores útiles». Y remata: «Hay demasiada querencia por llenarlo todo de titulares al coste que sea».

Más de medio siglo antes de que el diccionario de Oxford incluyera, en 2016, la palabra ‘posverdad’, el periodista y sociólogo Robert E. Park defendía que las noticias falsas eran «un elemento intrínseco del sector la información», porque «un hecho es solo un hecho en algún universo de discurso». Elena Herrero-Beaumont, cofundadora de Ethosfera y doctoranda en Derecho Constitucional con la tesis Transparencia y gobernanza en los medios de comunicación como garantía del derecho a una información veraz, advierte de que «ahora la situación es completamente distinta, por la entrada de Google o Facebook en el ecosistema informativo, y por la opacidad que hay sobre cómo debemos informar». El futuro de los medios, según la experta, debe pasar por iniciativas que ya están en marcha, como la del Journalism Trust Initiative o la de Fundación Compromiso y Transparencia en nuestro país, y «visibilizar a las cabeceras que cumplen con estándares de veracidad para que gocen de la confianza de los ciudadanos y de otros grupos de interés sensibles, como anunciantes, el regulador, etcétera».

Es la (nueva) economía, estúpido

El sector económico tiene un papel indudable en esta era transformadora, y ya hay signos de que algo está cambiando. En 2019, la Business Roundtable, un grupo de 180 ejecutivos de las mayores empresas estadounidenses de sesgo conservador basado en los postulados de Milton Friedman –máximo defensor del libre mercado–, hizo una declaración inédita: «El propósito de la empresa ya no tiene que ser único, sino múltiple, y aparte de a los intereses de los accionistas debe atender también a los de los grupos de interés, desde los clientes a los empleados, pasando [subrayan] por la comunidad en la que operan».

Marina: «La ética no es un adorno, es nuestro salvavidas»

El G7 acaba de acordar la creación de un impuesto mínimo global del 15% para las empresas. Poco antes, la American Economic Society reconocía que las recesiones tal y como las conocíamos se han terminado, porque la pandemia ha dejado patente el papel necesario de las instituciones públicas –anticipar el gasto público a costa de un mayor déficit– para salir del bache. «El mercado por sí solo no nos salvará, y eso lo han admitido los que hace unos años eran acérrimos defensores del mercado a ultranza», opina en este sentido Emilio Ontiveros, presidente de Analistas Financieros Internacionales (AFI). Y sugiere: «Hay que volver a fundamentar al propio sistema». ¿Eso supone refundar el capitalismo? «No es el momento», responde Ontiveros. «Crecer es necesario, si bien los sistemas fiscales deben contribuir a paliar los grandes destrozos que provoca el crecimiento sin control».

Las empresas juegan un rol fundamental en esta transformación global, empezando por la suya propia. «Son los principales agentes de la actividad económica y, por tanto, también social», opina Elena Pisonero, economista y presidenta de Taldig. «Pero no deben ser actores de mera rentabilidad, sino los que necesita una sociedad con muchos desafíos que nunca ha estado tan fragmentada ni tan confundida. El gran reto de las empresas es hacer lo que saben hacer bien: resolver problemas, y ese es su único futuro posible». La experta asegura que ya hay una revolución en marcha en el mundo empresarial. «La cuestión es si serán capaces de aterrizarlo en cosas concretas en la agenda que nos hemos marcado para 2030, a muchas no les dará tiempo a financiarse o a construir las infraestructuras necesarias, como estamos viendo en el sector energético». Pisonero opina que la tecnología les permitirá progresar, «pero debe ser un instrumento que deben poner al servicio de la agenda común, resolver los problemas de la sociedad y el planeta». Y concluye: «La buena señal es que el debate ha cambiado radicalmente respecto al de hace un par de décadas».

Monge: «Hay que reforzar mecanismos que generen protección social para que la gente no se sienta a la interperie»

El buen gobierno es clave en esta transformación, como apunta Alberto Andreu, doctor en Economía y Empresa: «El gran reto es cómo meter las políticas de RSC en recursos humanos, en finanzas, en marketing, en operaciones… Y esto es un elemento, de cara al futuro, básicamente cultural: entender que la responsabilidad social y el gobierno corporativo tienen que infectar a toda la empresa». El economista apunta a que se avanza en ese sentido, pero no a buen ritmo. «Para todos los elementos relacionados con ganar dinero, las empresas han desarrollado músculo a lo largo de décadas». Desde la ley de información no financiera de 2018, los consejos de administración son también responsables de la estrategia de sostenibilidad, pero están mucho menos preparados. «Entre los sistemas de control y supervisión de unos y otros hay una gran brecha, pero se va a cerrar: viene una carga legislativa de Bruselas impresionante, y no les queda más remedio que adaptarse». Los datos le avalan: solo en 2020 ha habido más de 500 iniciativas regulatorias en materia de ESG (criterios ambientales, sociales y de gobernanza corporativa). Hace una década, apenas pasaban de la decena.

Cada vez se habla más de empresas éticas, pero el filósofo y escritor José Antonio Marina recela de este concepto. «La ética no es un adorno, no es el lazo que se pone en las memorias de las compañías cuando hablan de responsabilidad social: es nuestro salvavidas. El conjunto de las mejores soluciones universales que la inteligencia humana ha inventado para resolver los problemas inevitables de la convivencia. En este momento hay un extendido escepticismo sobre esa universalidad». La transformación ecológica y digital será una transición coja si no lo es para todos. «Hay que acompañar, apoyar y reforzar a quienes pueden ser los perdedores de este proceso», opina Monge. «Desde gente que puede quedarse sin empleo a quienes afecta en su vida cotidiana, como quien vive en un pueblo alejado y no puede usar el transporte público para contaminar menos; no podemos penalizarle por usar su coche», advierte.

Turiel: «El futuro va a ser 100% renovable, pero eso no significa que tengamos la misma capacidad energética de ahora»

La transición energética no va a ser un camino de rosas, ni siquiera adoquinado. Antonio Turiel, científico e investigador del CSIC, advierte de que «los materiales necesarios para trasladar las fuentes de energía tradicionales a las renovables son escasos para la escala a la que quiere hacerse, y su fabricación y transporte siguen necesitando combustibles fósiles, cada vez más escasos porque cada vez son más difíciles de extraer». Y zanja: «El modelo de transición actual no es viable».

¿Cómo debe ser ese cambio de modelo? «El futuro va a ser 100% renovable, pero eso no significa que tengamos la misma capacidad energética de ahora», responde Turiel. «Hace falta un decrecimiento de nuestra esfera material y energética, un proceso que durará décadas, y si se toman las medidas adecuadas podemos mejorar nuestro nivel de vida y ser más equitativos. Implica un cambio de estilo de vida, de modelo de consumo y de producción, erradicar la obsolescencia, potenciar el abastecimiento de productos de proximidad y la producción de energía local», explica. En este sentido, la filósofa Victoria Camps reflexiona: «Con la pandemia se ha adquirido una conciencia de que la forma de vida en la que estábamos metidos no es muy razonable, ni para el bienestar individual, ni para el colectivo o ecológico». Y concluye: «En el futuro cambiarán las prioridades, nos estábamos excediendo en algunos aspectos. De momento hay un discurso público muy potente, pero este cambio se dará si somos capaces de que se tomen medidas a nivel colectivo».

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