Opinión

Sobrevivir para contarla

En ‘Sobrevivir para contarla’ (Deusto), el jurista y filántropo Antonio Garrigues Walker analiza las posibilidades que la pandemia abre al progreso de la «sociedad de la incertidumbre» desde un optimismo que no deja de lado a los grandes retos políticos, sociales y ambientales del siglo XXI.

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07
junio
2021

Estamos inmersos en un cambio de época. Y, por tanto, en una época de cambios. A analizarlos dediqué un libro que se publicó a finales de 2018, Manual para vivir en la era de la incertidumbre. Eso fue hace dos años escasos, y desde entonces han sucedido algunas cosas que allí ya se vaticinaban o se dejaban entrever. Pero hay una que no y que ha irrumpido en nuestras vidas aumentando aún más esa sensación de fragilidad y de incertidumbre que en dicho ensayo trataba de esclarecer y, en mi modesta capacidad, de atenuar. Ese acontecimiento ha sido, claro está, la pandemia de covid-19 que, desde el epicentro de Wuhan, China, irrumpió en el mundo a comienzos de 2020, creando primero una crisis sanitaria y, posteriormente, otra económica por culpa de las medidas necesarias para contener el coronavirus. Ambos hechos aterrizaron en un terreno abonado al desánimo, porque la recuperación de la Gran Recesión de 2008 no terminaba de vivirse como una vuelta de las viejas certezas, que iban más allá de lo económico.

Y porque con la pandemia de la covid-19 parecemos haber recordado de golpe una naturaleza biológica que parecía en segundo plano en la era de los anuncios y promesas de la inteligencia artificial, el transhumanismo o el avance de los conocimientos cuánticos. Somos, antes que ideológicos, religiosos o económicos, seres biológicos. Un recordatorio en circunstancias dramáticas que no es inocuo en nuestro ánimo personal y colectivo cuando aún no nos habíamos terminado de resituar y recomponer de los golpes de la década anterior.

Aquel libro lo dediqué a estudiar y clarificar el malestar y la incertidumbre que ya sentíamos y padecíamos antes —ambas cosas, porque muchos miedos tienen algo de difuso, de falta de lugar en el mundo, de inmaterialidad cultural más que de asuntos pecuniarios—, y me parecía que las motivaciones que me llevaron a escribirlo eran aún mayores en el escenario de la pandemia. Con un incentivo suplementario, y es que yo mismo padecí la infección de la covid-19. Algo que no me da ninguna superioridad moral o epistemológica para hablar de esta pandemia y de sus consecuencias —si acaso, me resta objetividad—, pero que sí me ha ofrecido un punto de vista de observador —no diré que privilegiado, claro, porque bien no lo pasé— que me ha servido como filtro para mirar la realidad con especial atención, como con unas gafas de aumento. El coronavirus ha convivido conmigo y, a diferencia de otros muchos ciudadanos cuyas muertes nos duelen, he podido superarlo. Y creo que el mejor homenaje que podemos hacerle a una experiencia colectiva y personal tan dura es, como decía H. G. Wells en el final de La guerra de los mundos, que no transcurra en vano.

«El coronavirus nos pone ante muchas pistas, no tanto de por dónde va a ir el mundo obligatoriamente, sino de por dónde puede y debe ir»

Primero, para que no nos dejemos anular psicológicamente por ella y sus consecuencias, y, segundo, con idea de extraer lecciones que nos ayuden en el propósito común de hacer un mundo más justo y libre, sostenible medioambientalmente y geopolíticamente más equilibrado. El coronavirus nos pone ante muchas pistas no tanto de por dónde va a ir el mundo obligatoriamente, sino de por dónde puede y debe ir. Es a ese ánimo y a ese camino a los que apela este libro. A ese respecto, mi optimismo no ha mermado un ápice respecto a 2018, antes al contrario, se ha incrementado al ver los enormes esfuerzos de solidaridad colectiva, de cooperación social, de disciplina individual y, cómo no, de avance científico acelerado en la búsqueda de una vacuna y un tratamiento.

Ésa es una lección difícil de ver desde el ojo de la tormenta, pero que bien pensado no deja de ser emocionante: los plazos del progreso nunca han sido tan cortos. Que las fuerzas que lo impulsan sean dramáticas y dolorosas es una constante histórica, porque el progreso nace de una carencia, de una insatisfacción, de una necesidad, de un vacío. Lo explicaba cándidamente el ciego Alfredo, el dueño del cine de Cinema Paradiso (1989), la película de Giuseppe Tornatore, cuando le hacían tocar los rollos de película ignífugos precisamente a él, que en un incendio de otros rollos más antiguos y peligrosos había perdido la vista: «El progreso siempre llega tarde». Es así por definición, y desde luego ha sido así para, hoy por hoy, más de treinta mil personas en España y para más de un millón en todo el mundo.

No se trata de ser naif ni ingenuo: el golpe es y está siendo durísimo, las pérdidas, irreparables, y aún deberemos padecer las consecuencias económicas y sociales más fuertes y duraderas. Pero sí es urgente huir del fatalismo y ofrecer salidas a una sociedad que parece haber perdido los instrumentos de navegación, o haber dejado de confiar en ellos por percibirlos como pertenecientes a un mundo con unas leyes que ya no operan. Si este libro sirve, aun tímidamente, para ese propósito, habré conseguido el objetivo que me propuse al escribirlo. Por eso, y de la misma forma que en el Manual para sobrevivir en la era de la incertidumbre, he creído lo más apropiado utilizar con frecuencia la primera persona del singular y del plural, porque no hay observador ajeno a una realidad que ha caído sobre nosotros como un telón pesado en plena representación. Pretender hablar desde la frialdad racional, desde el desapasionamiento del analista ajeno, me parece una impostura que debemos evitar en estos momentos.

«Es urgente huir del fatalismo y ofrecer salidas a una sociedad que parece haber perdido los instrumentos de navegación»

Por ello, comienzo con los capítulos que implican reflexiones más personales, de mi vivencia particular, y que contemplan algunas consideraciones sobre la vida y la muerte, la búsqueda de propósito, los miedos colectivos y las esperanzas individuales. No hay relación con la enfermedad que no implique, a su vez, asomarse de alguna forma a un abismo en el que observamos cosas que quedan más difuminadas en momentos de buena salud y ocupaciones rutinarias. A partir de ahí, los diez capítulos de este libro —ocho, en realidad, más una introducción y un epílogo— van ampliando el espacio y el tiempo para hablar de nuestra sociedad y la radiografía que la pandemia ha hecho de ella, de nuestras debilidades y nuestras fortalezas; de otras epidemias en la historia; de la ciencia y su respuesta; del salto decisivo de la Unión Europea para completar su desarrollo político; del debate abierto sobre la ventaja o la desventaja de las democracias para controlar los riesgos de un mundo globalizado frente a regímenes autoritarios; del extraordinario poder que la pandemia ha otorgado a las ya de por sí poderosas empresas tecnológicas; de la desigualdad que ha revelado trágicamente la pandemia, tanto entre países como dentro de ellos. Finalmente, terminaré donde todo comienza para mí, reflexionando sobre España.

La pandemia ha actuado así como una suerte de solución de contraste que permite auscultar zonas de la realidad y el ánimo colectivo que quedaban ocultos al ojo humano sin ella, como le gusta decir al colaborador de este libro. Ahora se trata, en mi opinión, de clarificar el momento, de aproximarnos a un posible diagnóstico de una situación elusiva y dinámica y, especialmente, de esbozar escenarios en los que merezca la pena vivir y, como reza la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América, ejercer el derecho de buscar la felicidad. Se lo debemos a todos los que ya no pueden hacerlo por culpa de esta pandemia y a cuya memoria quiero dedicar este libro.

Culmino esta introducción con un poema escrito y publicado a finales del verano de 2020 y cuyo título, Lo que nos pasa, alude al propósito del libro, que es intentar aclarar y explicar el momento en el que nos encontramos. Pero también, y aludiendo a la frase de Ortega («No sabemos lo que nos pasa, y eso es, precisamente, lo que nos pasa»), para, en primer lugar, consolarme y aclararme yo.

Nadie sabe muy bien lo que sucede

ni por qué ha sucedido

ni a quién atribuirle

de forma simultánea el mérito y la culpa.

Tan sólo hay que seguir, vaticinando cosas prediciendo un futuro de caos y de nadas

o más bien lo contrario,

la gloria de vivir hasta la misma muerte y levantarse un día,

sin oír,

y sin ver,

y sin decir palabra.

De todo lo que digo

yo sé que lo que digo

me lo dicen los niños solitarios y doscientas mujeres ataviadas con sábanas de hilo

para cubrir mi cara de farsante y de torpe que no puede entender qué es un sudario y lo que significa y lo que oculta.

No mires al futuro, me aconsejan.

Tú, mientras estés vivo, sólo existe la vida y a todo lo demás renuncias

ignorándolo

y aunque te adviertan todos los peligros

tú dices que no sabes

que no entiendes qué dicen

ni por qué te lo dicen a ti precisamente.

Esto es lo que nos pasa.


Este artículo es un fragmento del libro ‘Sobrevivir para contarla‘ (Deusto), por Antonio Garrigues Walker.

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