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«Los primeros años de los ODS han sido una declaración de intenciones, pero tenemos que espabilar»

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23
septiembre
2020

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Con motivo del quinto aniversario de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), charlamos con el CEO de Basf España, Carles Navarro, sobre la evolución de la Agenda 2030 y el papel del sector privado frente a retos como el cambio climático, la salud o la desigualdad social.


¿Cuál es tu valoración de estos cinco años de andadura de los Objetivos de Desarrollo Sostenible?

No es excesivamente positiva. De todos los objetivos, hay uno que me preocupa especialmente, que es el 13, sobre protección del clima, y ahí no estamos haciendo ningún progreso. Seguimos emitiendo más CO2 o gases de efecto invernadero cada año y, por tanto, no vamos en la dirección correcta. Emitimos 40.000 millones de toneladas al año, aunque este ha sido una excepción debido a la pandemia. El parón económico en algunos sectores nos ha permitido reducir las emisiones en un 9%, según algunos estudios pero, cuando volvamos a la normalidad, seguiremos en esa senda de crecimiento. No hay certeza de que en 2030 estemos realmente donde deberíamos estar. Tenemos que empezar a reducir emisiones de forma importante: en una década, según McKinsey, deberíamos estar en 20.000 millones de toneladas, es decir, la mitad de las que hay ahora en la atmósfera. Para conseguirlo, hay que cambiar totalmente la forma en que estamos trabajando: habría que incrementar el uso de energías renovables y multiplicar por ocho la capacidad instalada de energía solar y por cinco la eólica. Estamos muy lejos de este escenario, así que soy escéptico con que hasta ahora hayamos conseguido algo realmente significativo.

«No hay certeza de que en 2030 estaremos realmente donde deberíamos estar»

Los ODS ponen el foco en el sector privado y advierten de que la empresa del siglo XXI debe implicarse, junto con el resto de sectores, en la búsqueda de soluciones frente a los desafíos sociales y medioambientales. ¿Crees que la sostenibilidad ha permeabilizado realmente en el mundo empresarial y se está integrando la sostenibilidad en el centro de gravedad de las estrategias de negocios?

La sostenibilidad ha llegado a las estrategias corporativas, pero de forma heterogénea. Las empresas grandes se han visto abocadas a incorporar la sostenibilidad de forma genuina, mientras que en las más pequeñas y medianas hay mucha casuística: aquí en España, empresas como Arpa, por ejemplo, se rigen 100% por objetivos de sostenibilidad, mientras que en otras casi no hay conciencia. Los consumidores hoy están mucho más informados y son capaces de tomar decisiones de consumo basándose en criterios de sostenibilidad, y esto es algo nuevo. Por tanto, ahí sí observo una evolución positiva que nos va a llevar a un escenario diferente en el que la sostenibilidad no será algo adicional, sino que estará en el centro de las estrategias de las compañías.

Para recorrer el camino de la transición verde tenemos que ser capaces de impulsar una economía circular que convierta los residuos en recursos. ¿Qué papel juega el sector químico en este proceso de transformación del sistema de producción y consumo?

Uno realmente relevante. El sector químico se ha caracterizado por ofrecer soluciones a los grandes retos, y este es uno de los que tenemos ahora encima de la mesa: cómo convertir la economía lineal –de extraer, producir, consumir y desechar– en circular, es decir, en la que todos los recursos estén durante mucho tiempo dentro del sistema. Para conseguirlo hace falta un cambio de mentalidad y diseñar soluciones que sean sostenibles y circulares. Tenemos muchos ejemplos en los que la industria química aporta materiales que permiten esta circularización o que ayudan a que nuestros clientes trabajen con más simplicidad, con menos materiales, aprovechando los residuos para volver a usarlos como materia prima y, de esta forma, contribuir a esa economía en la que el crecimiento económico no va asociado al aumento del consumo de recursos. Sin química será muy difícil hablar de circularización y aprovechar residuos que ahora mismo son complicados de reciclar para que vuelvan a convertirse en materia prima.

¿Nos podrías dar algunos ejemplos prácticos?

El uso de materiales biodegradables o compostables para fabricar las cápsulas de café son un buen ejemplo. Cada día se desechan muchos millones porque, aun siendo reciclables, la mayoría no se recicla. Sin embargo, si se fabrican y diseñan con plásticos compostables, tanto el café como la cápsula acabarán en un centro de tratamiento de residuos y se convertirán en compost. Es decir, los volvemos a recuperar como elementos valiosos que pueden ser usados en los campos como abono. Por tanto, ese residuo no acaba en un vertedero, sino que vuelve a ser una materia prima para otra aplicación. Otro ejemplo serían las zapatillas de deporte, que son elementos de consumo muy complejos y con muchos elementos, pero hemos encontrado maneras de fabricar todas sus partes con un solo material. De esta forma, una vez llegado al final de su uso, se pueden triturar para fabricar plástico que puede reinyectarse para producir otra zapatilla. Es un ejemplo perfecto de circularidad: un producto que termina su vida útil y es reciclado para fabricar otra vez el mismo producto.

El sector químico tiene aún una gran dependencia de los combustibles fósiles. ¿Cuál es el plan para descarbonizar su actividad de cara al año 2050?

Este es un gran reto. La industria química está firmemente comprometida con la descarbonización y, de hecho, apoya totalmente el Acuerdo de París de 2015, que insiste en que deberíamos limitar el incremento de temperatura en 2050 a 2 grados o, idealmente, a 1,5. Para hacerlo hay muchas maneras de trabajar, y una de ellas es usar energía verde. La industria química es muy intensiva en consumo de energía, ya que requiere una cantidad para funcionar que, en este momento, se basa en combustibles fósiles. Si queremos avanzar en la dirección correcta, hay que incrementar el porcentaje de energía que consumimos en plantas químicas procedente de fuentes renovables. Pero el problema es que todavía no es posible, porque no hay capacidad instalada. Tenemos que convencer a gobiernos y empresas para que pongan a disposición de la industria esta capacidad superior de energía verde. Sin esto será realmente muy complicado.Por otro lado, trabajamos también en mejorar la eficiencia de nuestras propias operaciones. Hemos hecho grandes avances en este sentido: hace 25 años, en BASF emitíamos 40 millones de toneladas de CO2 y ahora que hemos doblado la producción estamos en 20 millones. La eficiencia es un camino, pero estamos ya casi al final de los avances que podemos conseguir con ella.

«El precio del carbono tiene que ser global para que todos tengamos el mismo nivel de competencia»

El tercer camino será el de idear nuevas rutas de síntesis que no emitan carbono a la atmósfera. Ahora mismo, siete u ocho principales productos petroquímicos son responsables del 80% de las emisiones y en todos esos procesos hay una gran generación de CO2. El reto está en fabricarlos por vías alternativas que eliminen este último de la ecuación, o con electricidad de origen renovable. Estamos trabajando con otras empresas químicas para electrificar el cracker, esa instalación enorme que procesa hasta un millón de toneladas de combustibles fósiles para fabricar productos pretroquímicos y que en cualquier polígono es la responsable de la mayoría de las emisiones. Pasándonos a electricidad de origen renovable, reduciendo ese millón anual que emite casi en un 90%. Pero para llevarlo a cabo necesitamos tener esa energía renovable a nuestra disposición, y todavía no es posible. Por último, en Europa tenemos un precio al CO2 –con el cual estamos de acuerdo–, pero que no se da en otras partes del mundo: estamos en cierta desventaja competitiva, porque en otros lugares no se grava el carbono de la misma forma que aquí y, por lo tanto, hay un cierto riesgo de fuga de carbono hacia otras regiones. El precio del carbono tiene que ser global para que todos tengamos el mismo nivel de competencia.

Están investigando y trabajando en el reciclaje químico de los plásticos, uno de los grandes desafíos medioambientales de las próximas décadas. ¿Qué han logrado ya y cuáles son los objetivos de futuro?

El logro principal es que tenemos tecnologías que permiten procesar esos residuos plásticos que ahora mismo, en su gran mayoría, acaban en vertederos o en incineradoras, porque no se pueden reciclar fácilmente por vía mecánica, ya que están sucios o son complejos y, por lo tanto, acaban como residuos sin aprovechar. El reciclaje químico permite introducirlos en un proceso que, mediante calor o catálisis, los convierte en materia prima que puede reincorporarse a nuevos procesos de producción. Esta tecnología existe y está disponible y, de hecho, BASF tiene partners con contratos importantes para procesar algunos tipos concretos de plástico, como neumáticos –un residuo con el que ahora es difícil hacer algo realmente útil– o colchones de espuma viejos. Esta materia prima puede incorporarse a procesos químicos para fabricar productos de calidad estándar normal, es decir, que no pierden calidad en el proceso. El objetivo final es que no haya residuo plástico que quede sin aprovechar, ya sea por la vía mecánica –la que hemos usado durante décadas– o química. Para ello habría que conseguir dos cosas. Primero, que haya sistemas de recogida selectiva que nos permitan acceder a esos residuos e introducirlos en el reciclaje químico. Segundo, que los consumidores aprendamos a comportarnos de una forma más cívica, y no hablo tanto por Europa, sino por otros lugares donde el residuo plástico acaba fácilmente en el medio ambiente. Si combinamos las dos cosas, será posible un mundo sin residuos plásticos.

Dentro de su estrategia de innovación sostenible, apuestan por la captura de CO2 con el objetivo de convertirlo en fuente de energía. ¿En qué consiste este proceso y cuáles son sus expectativas?

La captura de CO2, también como tecnología, lleva décadas funcionando, pero a una escala muy reducida. Se asocia sobretodo a extracciones de gas natural o de petróleo, donde hay que limpiar gases de salida a la atmósfera. El reto está en usar estos procesos de forma eficiente y en gran volumen, es decir, capturar grandes cantidades de carbono. La capacidad instalada actual es de 30 millones de toneladas, pero si queremos avanzar y que sea un elemento que juegue a favor de la descarbonización, deberíamos multiplicarla por cincuenta en diez años. Se trata de capturar ese CO2 y no solo de almacenarlo –como se ha hecho hasta ahora–, sino usarlo como materia prima para procesos químicos, dejando de utilizar combustibles fósiles. Sin embargo, el CO2 es una molécula muy estable y le cuesta mucho reaccionar, por tanto, no es un punto de partida fácil para aprovecharla en procesos químicos. Pero estamos teniendo ya éxitos importantes a la hora de usarlo y convertirlo en productos petroquímicos, más allá de la cadena de valor, que puedan convertirse en productos terminados. Por ejemplo, se están fabricando colchones de poliuretano en los cuales el producto inicial es el CO2.

Una de las áreas de actuación de BASF es la construcción. En alguna ocasión ha afirmado que su compañía está preparada para aislar y convertir en edificios medioambientalmente eficientes 10 millones de viviendas antiguas en España. ¿Cómo lo harían y qué impacto tendría en la mejora del medio ambiente?

Esta es una de las medidas que podríamos concretar de forma fácil y eficiente en los próximos años. Está en nuestras manos y en las de los gobiernos crear las circunstancias que nos permitan convertir millones de viviendas que en este momento son absolutamente ineficientes desde el punto de vista del consumo energético en otras con una performance mucho más elevada. Esto se hace, básicamente, con aislamiento: estos millones de viviendas tienen cámaras de aire que están siempre vacías y que podrían rellenarse con aislamiento, que es la forma más barata, rápida y eficiente térmicamente para pasar de un edificio que consume demasiado a uno optimizado. Esto tampoco tiene ningún secreto, pero hay que crear las empresas y los equipos entrenados para hacer esas inyecciones en cámara, lo cual permitiría también dar trabajo no deslocalizable a muchas personas. La instalación hay que hacerla in situ, por tanto, generaría riqueza para muchas personas al tiempo que reducimos el consumo energético de los edificios que en este momento supone el 20% del total y unas emisiones entorno al 10-12% del total. Estas últimas se podrían reducir fácilmente en un 30% si centenares de miles de viviendas cada año pasasen por este proceso.

«Durante los últimos 50 años hemos operado con el mantra de la maximización del valor, ahora hay que cambiar el paradigma hacia la consecución del bien común»

En sus artículos académicos ha mostrado su preocupación por la crisis económica y también por el auge de los populismos. ¿Cómo puede ayudar el sector privado a combatir la desigualdad social?

Durante los últimos 50 años hemos operado en el mundo económico con el mantra de la maximización del valor para el accionista. Esta forma de pensar ha generado desigualdad y, por tanto, ahora se impone un cambio de paradigma en el que las empresas realmente sigamos remunerando de una forma razonable a los accionistas, pero empecemos a tener en cuenta al resto de público al que impactamos. Tenemos que aportar valor a la sociedad, no solo al accionista, es decir, a nuestros proveedores, clientes, empleados –que son elementos indispensables–, a las comunidades en las que estamos instalados y a toda la sociedad civil que nos acoge. Tenemos que demostrar que con nuestro trabajo estamos aportando mejoras a la calidad de vida y al bienestar de todas estas personas. Y eso incluye, lógicamente, la desigualdad. No podemos estar contentos obteniendo grandes rendimientos económicos si la comunidad que nos acoge está pasando por momentos difíciles frente a los que hacemos oídos sordos. Hay que cambiar el paradigma para enfocar a las empresas a la consecución del bien común. Para ello, además de hacerlo de forma individual, deberían también hacerlo de forma colectiva, aliándose en el espíritu del ODS 17 para conseguir juntas aquello que cada una por su cuenta no puede.

¿Un último mensaje con ese telón de fondo de los cinco años de andadura de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y esa década que tenemos por delante para para llegar a 2030?

Tenemos que espabilar porque, como decía antes, los primeros cinco años han sido años de tanteo y de declaraciones de intenciones, pero con pocos resultados a escala global. Si no hacemos el trabajo en estos diez años que vienen, los siguientes veinte van a ser casi inútiles. La década que empieza el 1 de enero de 2021 es absolutamente crítica, lo que significa que o bien cambiamos realmente entre todos –gobiernos, empresas, sociedad civil– la manera de enfocar estos diez años, o estamos realmente abocados a un futuro desolador.

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