Opinión

Bla, bla, bla

La palabra -sólida, veraz, reflexiva y profunda– es el pilar que nos sostiene, haciendo posible todo lo que realizamos. Y quien daña la palabra, destruye por completo el mundo.

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23
agosto
2021

«Después de la verdad nada hay tan bello como la ficción», proclamaba Antonio Machado a través de la boca de su Juan de Mairena. Seguramente porque el poeta pensaba que «se miente más de la cuenta por falta de fantasía: también la verdad se inventa». No sé si, a falta de noticias de enjundia –que no ha sido este año el caso– o por una inveterada costumbre veraniega, muchos todólogos y ‘comentaristas/opinadores’ (de los que están en el banquillo y salen a «jugar» en agosto en televisiones y radios) que dicen saber de todo, desde el secreto de nuestras relaciones con Marruecos, pandemias varias, Afganistán o Haití, la factura de la luz y, naturalmente, el gobierno/desgobierno que disfrutamos/padecemos –claro está, en función de la ideología del tertuliano–, tratan de guiarnos por atajos extraños que nos hacen confundir progreso con velocidad y nos arrastran por caminos llenos de peligrosos precipicios.

No hace todavía demasiado tiempo se ha puesto de moda hablar de propósito: líderes, empresas, proyectos, países, ciudades y hombres y mujeres con propósito; que uno no sabe exactamente qué es, pero es lo que se lleva y sobre lo que escriben sesudos articulistas y consultores que siempre están a la que salta. Como ya hemos escrito, nos estamos perdiendo el respeto, olvidando –como nos enseñó Baltasar Gracián– que «la panacea de todas las necedades es la prudencia, porque cada uno debe conocer su esfera de actividad y su condición. Así podrá ajustar la imaginación a la realidad», y eso no ocurre cuando nos ponemos a inventar/especular (como si hubiéramos descubierto la pólvora) sobre empresas, liderazgos, o lo que sea, con propósito. No sé todavía lo que es, pero parece un nuevo modelo que combina la conciencia social y el resultado económico.

«No es lo mismo tener una obligación, cumplirla y ser consecuente, que el deseo de hacer algo y, si no se hace, no pasa nada»

Es decir, lo que hemos perseguido siempre: el maridaje entre los resultados económicos y la función social de las empresas e instituciones; en síntesis, la Responsabilidad Social, el compromiso. Si el compromiso es la obligación que se contrae por una persona, una empresa o una institución, el propósito es la intención de hacer algo. Y no es lo mismo tener una obligación, cumplirla y ser consecuente, que el deseo de hacer algo y, si no se hace, no pasa nada…

El gatopardismo, que debería ser una anécdota, ha penetrado como doctrina en la clase dirigente (no solo la política) y ha permeado tanto que ha mutado en la categoría de ‘cambiar para que nada cambie’ –ahí es nada– supone retorcer la forma sin modificar el fondo, que es lo que debería transformarse si fuere preciso. Leo, por ejemplo, que el nuevo modelo de liderazgo comporta un cambio: un CEO convertido en influencer es, al parecer, nuestro inmediato futuro. Por cierto, son las marcas las que, a través de las redes sociales y como estrategia de marketing buscan influencers, personas capaces de cambiar comportamientos cobrando, naturalmente, por ello.

«La palabra es el pilar que sostiene el mundo y hace posible todo lo que realizamos: quien daña la palabra, destruye el mundo»

Si en la moda de los intangibles todo es lo que parece, los ‘consultores/asesores’ dicen que hay que estar a la última, que es, precisamente, corregir las denominaciones, cambiar las palabras para dar la impresión de que estamos ante algo nuevo y diferente, olvidando que la palabra es el mayor bien que posee el hombre. La palabra, el concepto, es todo. La palabra –solida, veraz, reflexiva y profunda– es el pilar que sostiene el mundo y hace posible todo lo que realizamos. Todo. Quien daña la palabra, destruye el mundo.

Y la palabra, el lenguaje, como explicó Heidegger, tiene dos funciones muy distintas: una función o valor instrumental –como medio para comunicarnos o informarnos– y otro ontológico, mucho más radical, que consiste en expresar nuestro ser profundo y nuestro estar en el mundo, con todas sus dudas, inquietudes y oscuridades. Esta función, absolutamente indispensable, es la que explora el pensamiento y la que está siendo arrinconada, olvidada y dañada por la superficialidad. En ocasiones, incluso, por la falsedad de la avalancha de comunicaciones instrumentales (redes fecales y fake news mediante) a la que, entre todos, habremos de poner remedio. Los líderes deben ser coherentes y ejemplares, y si atesoran algunas cualidades más, la influencia se dará por añadidura. Así que, por favor, menos influencers y más referentes. Ese es el verdadero desafío.

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