Opinión

Influencers de mi vida

La gente ya no se cree tantas mentiras y desconfía de los políticos, de los todólogos, opinadores e influencers, que son en el fondo una moderna alegoría de cómo se mira en el espejo esta sociedad irreverente y egoísta.

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24
noviembre
2020

La Policía, dicen los periódicos, ha desalojado de un lujoso chalet de Marbella a 40 influencers que, en plena pandemia, con cierre perimetral en Andalucía, severas restricciones de movilidad y con las reuniones prohibidas, se habían refugiado en una finca de la muy exclusiva urbanización Villa Marina. Los asistentes, que según parece serán sancionados convenientemente, tienen menos de 30 años, procedían de diferentes puntos de España y se habían conjurado para pasar un largo fin de semana. Según las fotos publicadas en redes sociales, lo hacían sin mascarillas, revueltos, fumando en cachimbas colectivas y, supongo, haciendo alguna cosa más ya que –eso dijo el organizador o convocante a las fuerzas de seguridad–, se trataba de grabar un videoclip. Al final, ni videoclip ni nada: posibles multas entre 100 y 60.000 euros porque, como dicen las autoridades locales, «Marbella cumple la ley», y todos nos alegramos de que así sea.

Me acuerdo de que, recientemente, El Roto nos ha regalado una maravillosa viñeta en la que al personaje protagonista se le separa del cuerpo su propia cabeza/globo que se eleva hacia el cielo con el siguiente y esclarecedor mensaje: «ascender es fácil si tienes la cabeza hueca». Es el caso de estos sujetos –y me barrunto que probablemente esos influencers concernidos e insolidarios, vía Instagram–, sabrán cómo sacar partido a este irresponsable incidente de Marbella para incrementar sus fáciles y desproporcionados ingresos y multiplicar el número de sus seguidores que, en algunos casos, se cuentan por millones porque, y eso es sabido, la estupidez humana no tiene límites.

«La educación es la fuerza espiritual que hace grandes y fuertes a los pueblos»

Muchos influencers son, en el fondo, mercenarios muy mercenarios (del latín merces-edis, pago), es decir, personas que trabajan por dinero sin tener en cuenta los principios o preferencias de aquel que les hace el encargo, sea cual fuere este. Así que les da lo mismo aconsejar un perfume, una prenda de vestir, un comportamiento, el voto o un modo de vida. Todo depende de lo que cobren, porque es el dinero el instrumento que les marca la senda. Y, lo digo con pena, nunca serán los influencers profesionales serios porque se aprovechan de su reconocimiento público, sobre todo en las redes sociales, para marcar tendencia y, previo pago de su importe, incidir en las decisiones de consumo de sus admiradores gracias a su capacidad para influir en ellos, sobre todo en los mas jóvenes a los que, merced a un caduco sistema educativo, hemos sido incapaces –como nos pedía Montaigne en sus Ensayos– de «formar» sus cabezas y nos hemos empeñado solo en llenarlas sin ton ni son. Edgar Morin nos habla de la necesidad de vincular los saberes y darles sentido, promoviendo y apoyando el ejercicio de la curiosidad, sembrando dudas sobre la propia duda y ayudando a los jóvenes para que sean capaces de traducir su saber en un constante ejercicio crítico y de formarse, vía ejemplo, en valores. No ha sido así, no está siendo así y no parece que en el futuro pueda serlo. Los políticos han sido incapaces de ponerse de acuerdo para darnos un sistema educativo adecuado a las necesidades del siglo XXI, un sistema donde, sin desigualdades, se conjuguen calidad y equidad para todos. Por nuestra parte, los ciudadanos hemos sido incapaces también de reclamarlo con uñas y dientes, echando a los dirigentes ineptos y eligiendo democráticamente a los que entiendan de una vez por todas que la educación es la fuerza espiritual que hace grandes y fuertes a los pueblos.

He confirmado que algunos estudios –incluidos los del CIS– señalan que el máximo aspiracional entre la juventud española de hoy es, precisamente, ser famoso, una categoría tan ambigua como carente de peso racional. Pero los jóvenes españoles, no importa cómo, erre que erre, quieren ser famosos como lo son los influencers a los que siguen… Así que tendremos que olvidarnos de la educación y formación, del trabajo, del esfuerzo y de la decencia y, ante tamaña ausencia de sentido común –el sentido de la realidad del que hablaba Castilla del Pino–, ponernos a llorar paroxísticamente por las esquinas porque esto no hay ley Celaá que lo resuelva. También tendremos que recordar aquello que nos dijo Antonio Machado, aplicable a tantos influencers, incluidos no pocos dirigentes políticos: «Se miente más que se engaña, y se gasta más saliva de la necesaria…». Porque, mira por dónde, la gente ya no se cree tantas mentiras y desconfía de los políticos, de los todólogos, opinadores e influencers, que son en el fondo una moderna alegoría de cómo se mira en el espejo esta sociedad irreverente y egoísta.

Así que, muy estimados influencers, si de verdad queréis prolongar vuestras carreras, cejad en tal empeño y, una vez más, acordaos de Antonio Machado y «huid de escenarios, púlpitos, plataformas y pedestales. Nunca perdáis contacto con el suelo, porque solo así tendréis una idea aproximada de vuestra estatura», de vuestra escasa estatura, porque los tiempos cambian y, afortunadamente, la gente se ha dado cuenta de que sobran influencers y faltan referentes. Ellos sí que predican con el ejemplo.

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