Sociedad

«El narcisismo narcotiza frente a los hechos; y muchos lo prefieren antes que cambiar la realidad»

El filósofo y antropólogo Iñaki Domínguez (Madrid, 1981) desgrana en ‘Homo relativus. Una historia del relativismo moderno’ (Akal) esa realidad humana actual donde prima lo subjetivo y advierte sobre cómo los poderes aprovechan nuestras ensoñaciones para apropiarse del mundo real.

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07
julio
2021

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El filósofo y Doctor en Antropología Iñaki Domínguez (Madrid, 1981) lleva años analizando la idiosincrasia de las generaciones actuales, intercalando métodos empiristas o teóricos para desgranar en sus obras el comportamiento humano y recorrer sus rincones más lóbregos. Con ‘Sociología del moderneo’ (Melusina, 2017) hablaba del consumismo y de ese «elitismo» de lo que se ha pasado a llamar ‘hipster’, hasta que amplió su producción con un estudio de dos volúmenes sobre criminales del siglo XX (uno de ellos, dedicado exclusivamente a Charles Manson) y elaboró un alegato contra el placebo emocional en ‘Cómo ser feliz a martillazos. Un manual de antiayuda’ (Melusina, 2018), demostrando cómo un bienestar autoabastecido puede empujarnos a la inactividad o incluso a la desdicha. En 2020, Domínguez publicó ‘Macarras interseculares’ (Melusina), un recorrido por esos márgenes de la sociedad a través de sus protagonistas (desde el boxeador Dum Dum Pacheco hasta los últimos toxicómanos) que le llevó a los primeros puestos de venta. Ahora, con ‘Homo relativus. Una historia del relativismo moderno’ (Akal), su última producción, se acerca a esa realidad humana donde prima lo subjetivo y reina la incertidumbre, un naufragio de las creencias tradicionales y un alentador de sospechas conspiranoicas.


Antes de hablar de nada más: ¿Qué es el relativismo?

Dar la misma validez a cualquier punto de vista. Es decir, el relativismo consiste en la ausencia de una verdad absoluta, objetiva que se imponga y sea compartida por todos. El relativismo ha gozado de buena salud en diferentes épocas, sobre todo en periodos de decadencia cultural, cuando la cosmovisión está vieja, dando lugar a los sofistas, los estoicos de la antigüedad. El relativismo cultural no es un fenómeno moderno, sino que era típico de la época de Sócrates, Platón y Aristóteles. Los estoicos fueron los primeros autores de autoayuda, ya que animaban a ver la realidad desde un punto de vista positivo. Según ellos, como defienden también los gurús de la autoayuda, el dato de la experiencia (desgracias personales) era lo de menos: la importancia recaía en la interpretación de ese dato. Por entonces, como ahora, era una época de globalización –la vieja polis había muerto y Alejandro Magno había establecido un imperio más amplio– en la que el ciudadano se sentía huérfano de una cultura local y recurría a manuales estoicos para aprender a ser feliz (como ocurre hoy también). Los sofistas, por su parte, era los coach de la época, filósofos itinerantes que formaban a los jóvenes para tener éxito en el mundo al tiempo que cobraban grandes emolumentos.

¿Por qué el relativismo goza en la actualidad ahora de tanta presencia?

Porque vivimos una crisis de valores y porque el propio sistema político en el que nos movemos, el parlamentarismo, es relativista. Por otro lado, vivimos inmersos en una financiarización de la economía, la teoría queer es omnipresente, la autoayuda nos dice que todo es relativo y vivimos nuestras vidas a través de las redes sociales. Todos estos fenómenos desprecian, en gran medida, el referente material porque el referente, lo objetivo, es un enemigo fundamental del relativismo, que prepondera el vuelo de la imaginación frente a los hechos.

¿Cuál es la línea de tiempo más reciente que hemos seguido hasta llegar a ese relativismo moderno del que habla?

Antes del Renacimiento la Iglesia afianzó su poder e impidió que el relativismo resurgiera. Pero desde el siglo XV, aproximadamente, ha ido imponiéndose inexorablemente.

Tenemos una alucinación colectiva sobre lo que vemos: cuando conocemos algo que independiente a la conciencia humana, lo convertimos en una ‘cosa para nosotros’. Kant lo llamaba el «noúmeno», o «la cosa en sí». ¿Qué representa esto en nuestros días?

Desde Kant no tenemos acceso a ‘la cosa en sí’. Todo es subjetivo y, al no conocer las cosas tal y como son, las despreciamos en favor de nuestras posiciones subjetivas. En realidad es un engaño ideológico: mientras damos omnipotencia a nuestras decisiones mentales, otros se apropian el mundo objetivo, de las cosas del mundo. Al poder le interesa que desprestigiemos el mundo objetivo porque así se lo apropia.

«Creer en la omnipotencia de nuestro punto de vista es una herramienta del poder para someternos en lo objetivo»

Entonces, en las artes, desde la literatura de caballerías o de Philip K. Dick, hasta el cine de ciencia ficción, ¿cómo ha evolucionado en la cultura popular?

El relativismo comenzó a imponerse en la cultura moderna por muchas vías: a través de la filosofía (con Kant, principalmente), del arte (con la perspectiva renacentista y el arte abstracto), del parlamentarismo, de la literatura, de la ciencia ficción, de la antropología… Y en los últimos años, el relativismo ha pasado a ser de lo más explícito y dominante.

¿Cómo condiciona esta teoría nuestros códigos de conducta?

Básicamente, nos hace creer que decidimos cosas que no decidimos, que estamos eligiendo mentalmente cuál es la realidad, cómo nos autodeterminamos. Por ejemplo, como si yo eligiese ser rico o talentoso. Pero somos nosotros quiénes decidimos nuestra identidad, sino los demás, que interpretan nuestra conducta y ser. Es una ley de vida. Creer en la omnipotencia de nuestro punto de vista es una forma de narcotizarnos, de vivir en nuestras propias fantasías. Es una herramienta del poder para someternos en lo objetivo. Algo así como: «Sí, sí, tú cree que eres el próximo presidente de Estados Unidos que, mientras tanto, yo te subo la factura de la luz».

Aseguras en el libro, además, que el posmodernismo aglutina toda esta corriente.

El posmodernismo filosófico es una herramienta ideológica del poder, un simulacro de lucha antisistema. Nos invita a desacreditar los hechos del mundo frente a la construcción de relatos.

Viene aliada también con el carácter identitario. ¿Por qué esto desemboca en un mayor narcisismo? 

Porque otorga superpoderes ficticios a la perspectiva mental. El narcisismo es una forma de masturbación emocional que nos narcotiza frente al mundo de los hechos, y muchos prefieren masturbarse mentalmente que transformar la realidad. Así nos va.

¿Es ese rasgo el que produce que proliferen, por ejemplo, las identidades sexuales?

Las identidades sexuales proliferan al son del capitalismo líquido. Cuanto más precaria es nuestra realidad económica, más precarias son nuestras identidades. No un tener trabajo fijo, ni casa, ni subsidio de desempleo, ni relaciones estables se traduce en una identidad también fluctuante y desarraigada. Cuando el suelo se mueve bajo nuestros pies, nos movemos con él. El engaño ideológico está en hacernos creer que dichas oscilaciones son elección nuestra.

«No hace falta creer en la tradición; lo necesario es no dejarse engañar por valores pseudo izquierdistas que nos invitan a favorecer los intereses de las élites económicas»

En este sentido, ¿cómo toma partido el feminismo y otras concepciones más sólidas de conceptos como ‘amor’ o ‘raza’, teniendo en cuenta las concepciones actuales sobre el amor romántico o personas las personas ‘racializadas’?

Este tipo de enfoques viene de Estados Unidos, país neoliberal por excelencia. El amor romántico lleva muerto mucho tiempo y pertenece, propiamente, a sociedades precapitalistas o del capitalismo clásico. La autopareja, el poliamor y la soltería no son herramienta antisistema sino fenómenos muy valorados por el capitalismo actual, puesto que nos aíslan de otros y rompen las relaciones sólidas. Se habla a menudo de la familia tradicional como opresiva, pero está demostrado contar con una familia sólida alarga la vida. Durante la crisis de 2008, fueron las familias quienes sacaron adelante a las personas desfavorecidas de este país, no las parejas de Tinder.

¿Está relacionada la transformación laboral en ciertos sectores con esta actitud? ¿Va acompañada de una pérdida de fe en lo tradicional?

No hace falta creer en la tradición. Lo necesario es no dejarse engañar por valores pseudo izquierdistas que nos invitan a favorecer los intereses de las élites económicas, en lugar de los propios.

Como conclusión, habla en el libro sobre deconectarnos de esos productos que supuestamente nos conectan y de hacer una inversión del orden de prioridades. ¿Llegará en algún momento algo que voltee esta tendencia actual?

Espero que sí.

¿Y qué ocurre con la pandemia? ¿Nos ha llevado a replantearnos valores como la pertenencia a un lugar, los trabajos que estaban denostados o a mirar hacia la necesidad de otras dinámicas urbanas?

La pandemia ha sido un paso más en la dirección de Matrix, un experimento psicosocial con el que hemos vivido encapsulados, filtrando nuestra visión del mundo a través de Google, Instagram, Facebook y otras plataformas que nos invitan a habitar nuestras propias fantasías. La herramienta más valiosa para el ser humano hoy sería conocer los hechos de primera mano, sin desacreditarlos; no vivir ensoñaciones porque nos resulten agradables. En la actualidad, la ideología nos invita a ver gigantes donde hay molinos para someternos a través de nuestras fantasías a una realidad que nos deja en desventaja.

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