El cambio climático y su complejidad
La tradicional dificultad analítica de esta cuestión trascendental para nuestra vida en el planeta se ha visto ahora incrementada por la irrupción de otros problemas concretos, como la pandemia, que monopolizan el foco y acaban por diluir el problema de la crisis ambiental.
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COLABORA2021
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El cambio climático es un proceso caracterizado por su complejidad. Así lo acreditan tanto la amplitud de sus consecuencias ambientales y socioeconómicas –incluso sanitarias– como sus características, esencialmente interdependientes de estrategias y comportamientos institucionales, corporativos e individuales. De ahí las dificultades que entrañan su análisis y su gestión. En atención a ello, su estudio según el método científico se ve envuelto en dificultades, no solo por lo intrincado de su diagnóstico, sino también por los obstáculos a los que se enfrentan los intentos para su mitigación.
La dificultad analítica de esta cuestión trascendental para nuestra vida en el planeta se ha incrementado con la irrupción de otros problemas concretos y complejos –multifacéticos en sí mismos− como la crisis económica y financiera de 2008 o la pandemia de la covid-19. Situaciones que, debido a su propia fuerza y a las dimensiones implicadas, tienden a generar incertidumbre, favoreciendo la focalización en ellas y en detrimento de otros acontecimientos de igual o mayor calado (algunos potencialmente irreversibles) que se dispersan y diluyen en la ecuación de la realidad histórica y presente.
Por otra parte, la comprensión de los problemas complejos y multifacéticos, que requiere una adecuada disección y análisis de sus distintos componentes y, sobre todo, de sus interacciones, se ve limitada cuando se aborda mediante su excesiva fragmentación. Esta aproximación, habitual y recomendable tanto en la ciencia como en cualquier disciplina que aborde este tipo de cuestiones, resulta inadecuada cuando se lleva al extremo y se desligan los diferentes constituyentes del problema, generando una resolución que pretende abordarse con aproximaciones monodisciplinares y soluciones sencillas.
Es el caso de la emergencia ambiental, esta tiende a tratarse bajo el paraguas del concepto de ‘cambio climático’ derivado del ‘calentamiento global’, diluyendo así los distintos elementos que constituyen el problema y su naturaleza-. Se trata de una cuestión ambiental, no meramente climática, puesto que no estamos ante algo contingente, sino frente a un proceso real de degradación que puede devenir en irreversible. Por lo tanto, cabe referirse a él como una alteración, una anormalidad dañosa, una degradación del medio ambiente. Se trata de una enfermedad ambiental que, por su capacidad de propagación y alcance global, puede identificarse como ‘pandemia ambiental’.
¿Aumentan los conocimientos y se suscita el interés?
Recientemente, hemos propuesto un marco de referencia basado en dos de los elementos fundamentales que guían nuestro análisis de la complejidad que acompaña a esta sociedad de los albores de un siglo XXI que ha traído consigo un ciclo de crisis multifacético: la evolución la perspectiva interdisciplinar. El cambio climático incorpora dos de las tres ‘íes’ que enmarcan el trilema político de la sociedad actual, es decir, la incertidumbre y la irreversibilidad. Queda a un lado, de momento, la tercera, que se refiere a las informaciones y sus patologías. Por otro lado, la cuestión ecológica, el cuidado de la Tierra y sus habitantes es igualmente multifacética en sus dimensiones y dinámicas: «Política, científica, metafísica, emocional, artística, espiritual y léxica». Apela, por tanto, al conocimiento, al interés y a las emociones, los tres elementos del trilema.
De acuerdo con la psicología cultural, los seres humanos somos entidades biológicas y, por tanto, nuestro comportamiento tiene una base biológica y evolutiva. Pero somos también fenómenos sociales y culturales. Por ello, no existe la posibilidad de que no estemos vinculados a formas de comportamiento que se estructuran a partir del entorno sociocultural. Como resultado, la mayor parte de la información que recibimos y, por tanto, muchos significados, son compartidos colectivamente por los miembros de una sociedad; hay una forma común de procesar la información, una cognición social.
«La dificultad analítica de esta cuestión trascendental para el planeta se ha incrementado con la irrupción de otros problemas complejos, como la covid»
Las preocupaciones sociales son un tipo de cognición social. La determinación de los temas de interés, de los problemas que los individuos consideran que debe afrontar una sociedad, se construyen de forma colectiva como resultado de una cognición socialmente compartida en la que desempeña un papel fundamental la información disponible en los medios de comunicación. Esta aproximación ayuda a entender por qué el cuarto informe del Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC) generó en 2007 un tsunami de preocupación por el cambio climático que se desvaneció en cuanto empezó a asomar la crisis económica global de 2008 −a este respecto, puede consultarse la evolución de los temas informativos que interesan a la población española, según la encuesta de FECYT−. O por qué el medio ambiente pasa a ser considerado uno de los principales problemas del país cuando ocurre algún acontecimiento que supone una grave amenaza como, por ejemplo, los incendios forestales, o desastres medioambientales como la rotura de la presa de Aznalcóllar y el vertido de petróleo causado por el Prestige, para caer posteriormente a niveles inapreciables en cuanto el tema pierde actualidad.
Son numerosas las evidencias empíricas de una alteración del clima de la Tierra −que se produce a gran velocidad y a la que contribuyen en gran medida factores antropogénicos−, de la creciente contaminación ambiental y de la pérdida de biodiversidad. Tim Flannery, en su libro La amenaza del cambio climático, proporcionaba hace una década muchos ejemplos y evidencias. Y hay datos más actuales: por ejemplo, en los últimos años, la concentración de CO2 en la atmósfera ha crecido rápidamente, marcando récords año tras año. Asimismo, el año 2020 (junto con 2016), ha sido el más cálido en la historia del planeta, con temperaturas muy cercanas a los limites señalados en el Acuerdo de París.
«La cooperación requiere asumir costes a corto plazo, y comportarse de forma egoísta proporciona beneficios inmediatos»
Sin embargo, a pesar de la proliferación de estas evidencias y la multitud de datos disponibles, un importante porcentaje de la población mundial no siente un interés suficientemente desarrollado sobre el tema o, al menos, no lo plantea como uno de los principales problemas que le preocupen. Priman los intereses individuales o grupales y la perspectiva cortoplacista sobre el interés por un problema a escala global con efectos que gran parte de la población percibe como una preocupación a largo plazo. Pero, como asegura la doctora en filosofía Ana Muñoz van den Eynde, «combatir el cambio climático demanda cooperación y esfuerzo colectivo». «El desafío es conseguir que las sociedades y sus individuos contribuyan a una causa común. Sin embargo, la cooperación requiere asumir costes a corto plazo cuando los beneficios se van a producir a largo plazo. Y comportarse de forma egoísta proporciona beneficios inmediatos». El negacionismo y las redes sociales lo tienen fácil para hacer exitosas sus estrategias.
Por otra parte, la ciencia del clima no es fácil de acercar a la sociedad, de forma que el grupo de ‘escépticos informados’ no puede ser numeroso ni activo. Muchas personas ni siquiera alcanzan a manejar las evidencia y datos disponibles para comprender su significado y vislumbrar la magnitud del problema medioambiental. Para el común de la población, no versada en metodología científica, resulta difícil entender cómo se han obtenido esos datos; no conocen los procedimientos utilizados para calcular esas cifras a partir de los registros. Y, por lo tanto, se resisten a aceptarlas. También tienen dificultad para visualizar la relación de la emergencia climática con esos otros problemas que les preocupan más directamente –fenómenos climáticos extremos, salud, economía, migraciones, etc−. ¿Se suscita, entonces, el interés? Queda claro que no existe una respuesta rotunda.
¿Y las emociones?
De acuerdo con el neurocientífico Antonio Damasio, el dispositivo de la toma de decisiones en los seres humanos está integrado por distintos módulos que se construyen uno sobre otro, evolutivamente hablando. El más antiguo es el de la regulación biológica básica. En el centro se sitúa el relacionado con el ámbito personal y social. El más reciente incorpora las operaciones abstractas que hacen referencia a las capacidades humanas superiores. Hay múltiples evidencias de que los impulsos biológicos y las emociones influyen en la toma de las decisiones. De hecho, son fundamentales para desarrollar ciertos comportamientos racionales tanto en el ámbito personal como social.
Tampoco las emociones, el tercer elemento del trilema, tienen una trayectoria bien definida en el caso del cambio climático. Son, sin duda, significativas, puesto que conceptos como la emergencia climática o la pandemia ambiental, al combinar incertidumbre y desconocimiento, son presa fácil de las patologías informativas (desinformación, bulos…) y, por tanto, fácilmente derivables al ámbito de las emociones.
Es posible que, en relación con el cambio climático, las emociones no nos estén ayudando a tomar decisiones inteligentes porque este no genera las emociones negativas que pueden desencadenar conductas de evitación necesarias para afrontar el problema de manera eficiente –reducción de emisiones, reducción del uso de combustibles fósiles, preservación de la biodiversidad−. Al contrario, tal y como indica la ‘teoría de las perspectivas’ de Daniel Kahneman y Amos Tversky, lo que genera emociones negativas es la perspectiva de tener que cambiar nuestro modo de vida. Y no vivimos, precisamente, en un momento en el que se observe la disposición a renunciar a nada.
«Es posible que, en relación con el cambio climático, las emociones no nos estén ayudando a tomar decisiones inteligentes»
Las emociones en relación con el cambio climático se detectan numerosas y de calado. Una consulta en Google, realizada el 25 de junio de 2021 con los términos ‘emociones’ y ‘cambio climático’ ha rendido más de 6.630.000 resultados. Volumen aparte, destacan por actualidad temporal los relativos a las ‘emociones incómodas’, puesto que evocan miedo, impotencia y culpa, hasta su derivada extrema como es el dolor. El compromiso con el cambio climático parece encontrar asociaciones con emociones dolosas. Incluso se recoge un sintagma sobre «el impacto psicológico del cambio climático», lo que denota un alto nivel de repercusión social. En el terreno del activismo, otro segmento de dicha repercusión, el foco parece centrarse en los grupos ecologistas y eco-políticos. Entre los primeros sobresale un acotamiento etario con la mayor implicación de los jóvenes e, incluso, los muy jóvenes, como Greta Thunberg.
El tema de las emociones ha sido abordado parcialmente en un artículo titulado Cómo actuar frente al ‘populismo climático’, publicado a finales de 2019 con motivo de la COP25 celebrada en Madrid. En ese texto identificamos dos comunidades sociales: una, guiada por una mezcla de racionalidad y emociones (científicos, ecologistas, agentes sociales movidos por la visión ética weberiana que interpela a la responsabilidad); otra, sustentada en una racionalidad emocional diferente, procurando a través de una perspectiva conservadora el continuismo de las situaciones, algo que, en el caso del cambio climático, debe considerarse una contradicción tanto en visión como en misión.
El seguimiento del número de lecturas recibidas por este y otros artículos publicados en The Conversation ha permitido identificar dos fases en la lectura de artículos sobre el medio ambiente y el cambio climático, que se embeben en momentos de significación mediática y se instrumentalizan bien por impactos emocionales e influencia sociales, o bien por las citadas repercusiones mediáticas. Tras una primera fase, identificamos una segunda que podemos llamar ‘fase posmediática’ o ‘posemocional’, determinada por una mezcla de factores que modulan las emociones e incentivan los intereses de los lectores, y en la que intervienen la presión evolutiva o la pulsión ética, las otras dos es que, junto con la ecología (entornos), instrumentalizan el camino de la interdisciplinariedad científica.
El director de Eurointelligence, Wolfgang Münchau, da un giro interesante a este análisis evocando desde el principio la figura de Greta Thunberg como pionera en el conocimiento de la tendencia política al incumplimiento de las promesas. Aprovecha esta declaración para situarse –¿cínico o apocalíptico?– en el dilema de que los partidos verdes decepcionen y «el multilateralismo y el corporativismo verde no ayuden». En este escenario negro, expresa el temor de que la reacción ecologista escoja la violencia.
Como «escenario benigno» plantea, para conseguir nuestros objetivos climáticos, «ir ampliando la frontera tecnológica». En suma, para el desarrollo de un mundo verde el analista político propone rutas similares a las que han aplicado en colaboraciones (más o menos fructíferas) entre lo público y lo privado, las biotecnologías, la biología sintética, la economía circular y la inteligencia artificial. Procesos que han revelado la importancia de las reacciones sociales y los profundos –no siempre fructíferos– debates entre la percepción social y la cultura científica.
Evolución, ecología (entornos) y éticas
Parece deducirse que, entre los instrumentos para afrontar el análisis del cambio climático a través del trilema, las influencias de la evolución y de la ética son pequeñas, mientras que la ecología es demasiado selectiva entre colectivos como para ser esencial en la configuración de una conciencia ambiental que desencadene respuestas políticas y poblacionales. Por lo tanto, el ámbito de la información ilustrada y su correlato, la comunicación, son (o pueden ser) determinantes.
En este sentido, es de suma importancia comunicar de una forma adecuada la pandemia ambiental –sus causas, efectos y consecuencias– para que la población comprenda su escala. Como señala Miranda Massie, es necesario reconocer las carencias comunicativas antes de intentar explicar las consecuencias y conexiones del cambio climático y demostrar cómo nos afectan estas consecuencias aquí y ahora. No solo a escala local, puesto que tienen un alcance planetario y son de largo recorrido. Como explica Tim Flannery, lo que sufrimos ahora es consecuencia del carbón que quemaban nuestros abuelos, y lo que hacemos ahora afectará a generaciones sucesivas.
Jesús Rey Rocha es investigador en el Departamento de Ciencia, Tecnología y Sociedad del Instituto de Filosofía (IFS) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Ana Muñoz van den Eynde es científica titular y responsable de la Unidad de investigación en Ciencia, Tecnología y Sociedad (CTS) del Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT). Emilio Muñoz Ruiz es profesor vinculado emérito en el Departamento de Ciencia, Tecnología y Sociedad del IFS-CSIC y en la Unidad de Investigación CTS del CIEMAT.
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