Ciudades
Ciudades abiertas a lo inesperado
El modelo urbano en el que prima consumir frente a habitar está roto. La pérdida de diversidad, de lo espontáneo, la reducción de los espacios y el fomento de las necesidades individuales demuestran que nuestras ciudades enfermas deben dar el paso hacia la apertura, el desorden, lo complejo.
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Vivimos en un planeta donde prácticamente todo está diseñado. Hasta el último detalle se proyecta, se interviene y se mide por la mano del hombre con el objetivo de que, aquello que es objeto de diseño, funcione, sea atractivo y conecte con lo que ahora llamamos audiencias. Bajo la premisa de mejorar la vida de las personas y satisfacer sus necesidades, el diseño se ha presentado como un aliado indiscutible. Esto también sucede con las ciudades.
No obstante, el problema de la ciudad del siglo XXI –entre otros– es que los diseñadores, en su gran mayoría, han sido los grandes inversores, que aplicando la lógica de la arquitectura racionalista se han centrado en modelos que se puedan empaquetar y replicar. Una aproximación que ha impactado en la vida de los propios ciudadanos y en las ciudades de todo el mundo, haciendo que pierdan su identidad y, como consecuencia, su capacidad creativa. Ciudades donde ha primado consumir frente habitar.
Este modelo está roto, las grietas en los últimos años cada vez son más profundas. La pérdida de diversidad, de lo espontáneo, el reducir los espacios única y exclusivamente a espacios de consumo, y el fomento de dar respuesta a intereses y necesidades individuales versus colectivas son algunas de las señales que nos indican que vivimos en ciudades enfermas, y más aún después de una crisis sanitaria, social y económica sin precedentes fruto de la pandemia que las ha colocado en fase terminal. Toca parar y reflexionar. Tanto es así, que en los últimos meses arquitectos, urbanistas y políticos han empezado a plantear ideas como la ‘ciudad de los 15 minutos’, la ‘ciudad compacta’, y a poner foco en temas que ahora parecen todavía más prioritarios, como las desigualdades, los cuidados, la soledad, la contaminación y la salud. Todo esto en cuestión de meses ha pasado a formar parte de la agenda del «futuro de las ciudades» de todo el mundo, como si de una fórmula o una receta se tratara.
«Ha llegado el momento de dejar de diseñar –al menos de forma controlada y cerrada– y dar paso a la apertura, al desorden, a lo complejo»
Sin embargo, las soluciones a problemáticas complejas, nunca suelen ser simples. En su libro Vida urbana e identidad personal (Chicago 1943), Richard Sennett defendía algo que hoy cobra una relevancia fundamental para hacer este ejercicio de reflexión y que realmente supone una mejora significativa: un urbanismo anti-jerárquico, hecho a la escala del hombre, crítico con el poder. Este tipo de ciudad a la que él se refiere no se consigue sólo con inversiones e infraestructuras, como hemos venido haciendo hasta ahora, sino comprendiendo el uso que hacen las propias personas de las ciudades, y que muchas veces trasciende a la propia participación ciudadana.
Sin duda, nos encontramos ante una oportunidad maravillosa para hacer cambios y transformaciones que nos lleven a habitar ciudades más amables, más humanas. Pero cuando dicen que somos el único animal capaz de caer dos veces sobre la misma piedra, por algo será. Ha llegado el momento de dejar de diseñar –al menos de hacerlo de forma controlada y cerrada– y dar paso a la apertura, al desorden, a lo complejo.
En las ciudades compramos, trabajamos, producimos, nos desplazamos… pero, sobre todo, nos relacionamos. Y las relaciones e interacciones son complejas, abiertas, inesperadas. La investigación creativa que hemos realizado en Wander en este último año de trabajo ha querido atender a la ciudad como máxima expresión de las relaciones humanas. Querer tener todo controlado y que funcione de manera eficiente es mermar nuestra capacidad creadora, resolutiva, de improvisación, tan necesaria para crear sociedades y ciudades resilientes y con capacidad de adaptación.
Una investigación que nos ha permitido profundizar e ir más allá de las tendencias, para dejar de diseñar y sentir la ciudad y los ciudadanos, pudiendo conectar conocimientos que ofrecen más de 14 aprendizajes que suponen una mejora e impacto en el bien común y con un entorno más natural. Entendiendo por natural al ser humano, su propia esencia y el ecosistema de donde venimos: la naturaleza, esa gran olvidada entre bloques de cemento y hormigón.
Aprendizajes que, entre otras cosas, reivindican que tenemos que buscar espacios para la incertidumbre que tanto nos inquieta y agobia. Porque cuando se pretende controlar todo –el tráfico, la seguridad, la salud, e incluso las relaciones– no hay espacio para lo inesperado, no hay espacio para la vida.
Carmen Bustos es socia fundadora de Wander.
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