Ciudades

¿Podrán adaptarse las ciudades al teletrabajo?

Uno de los puntos de fricción entre la nueva realidad laboral y los grandes núcleos urbanos radica en que estos no fueron diseñados para que sus habitantes trabajaran desde casa. Conceptos como ‘ciudades dormitorio’ solo tienen sentido en una visión urbanística basada en el trabajo presencial masivo.

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05
abril
2021

La pandemia ha llevado al teletrabajo a instalarse abruptamente en el día a día de las personas, trastocando la vida en las ciudades tal y como la conocíamos. Se habla del coronavirus como «la nueva gran revolución urbanística» porque un alto porcentaje de la población activa ha cumplido más de medio año realizando sus tareas, total o parcialmente, desde sus domicilios, lo que supone múltiples cambios en el pulso y la fisionomía de las metrópolis. Hay quien se pregunta si están listas para asumirlos. 

Aunque aún está por ver lo que sucederá cuando el virus haya sido vencido, todo indica que la modalidad de trabajo remoto permanecerá entre nosotros de una manera generalizada. De esta forma, uno de los posibles puntos de fricción entre esta nueva realidad laboral y los grandes núcleos urbanos radica en que estos no fueron diseñados para que sus habitantes trabajaran desde casa. En el libro de instrucciones de cualquier gran ciudad actual, la gente vive y trabaja en lugares distintos y, de hecho, ocupa buena parte de su tiempo moviéndose entre esos espacios.

Conceptos como ‘ciudades dormitorio’, que han ido acumulando grandes volúmenes de población en los alrededores de las principales áreas de actividad empresarial, como es el caso de Madrid o Barcelona, para nutrir a sus empresas de trabajadores, solo tienen sentido en una visión urbanística basada en la premisa del trabajo presencial masivo. Lo mismo puede decirse de los distritos financieros, centros empresariales o polígonos industriales, zonas que concentran la actividad profesional de una ciudad y en torno a las cuales se establece todo un microcosmos de negocios auxiliares –como restaurantes, gimnasios, peluquerías o sucursales bancarias– destinado a atender a esa población itinerante que acude allí a diario a trabajar.

El teletrabajo puede suponer una oportunidad de humanización y racionalización

El diseño presencial también marca la anatomía de las urbes. Las comunicaciones enfocadas al transporte de personas se convierten en esenciales, ya que deben ser capaces de soportar un interminable caudal diario de viajeros que se desplazan desde sus casas a sus lugares de trabajo y viceversa, con especial incidencia en unas determinadas horas punta. La proximidad a los centros laborales se convierte en un elemento que marca el valor inmobiliario. Y también el espacio es un factor en reformulación. Puesto que la gente tiende a pasar pocas horas de su vida en sus casas, la cantidad de metros cuadrados que se estiman necesarios para habitarlas ‘confortablemente’ tiende a reducirse. Pasar muchas horas fuera del domicilio también afecta al ocio o a la compra de suministros. En una cultura de escasez de tiempo y de ‘coche para todo’, los centros comerciales suponen la solución más alineada con un estilo de vida urbanita en el que la vida de barrio ha sido vaciada de contenido. 

Pero el teletrabajo no supone una revolución únicamente por razones urbanísticas. Parte de los que lamentaban el ritmo frenético y deshumanizado de las grandes capitales se sienten amenazados por la sombra de la pausa letal y el enclaustramiento que sobrevuela al trabajo remoto. Y se preguntan: ¿qué será de la ciudad sin el vibrante impulso de sus cines, teatros y restaurantes llenos y sus calles a rebosar? 

El pasado mes de febrero, la Comisión Europea presentó el proyecto de la nueva Bauhaus para la remodelación de las ciudades tras la covid-19

Sin embargo, el teletrabajo no tiene por qué acabar con ese pulso. Al contrario, puede suponer una oportunidad para humanizarlo y racionalizarlo. Atascos, contaminación atmosférica y acústica, aglomeraciones, prisas, estrés, tiempos de desplazamiento, gastos en transporte o en comer fuera, dificultades para conciliar… Como ya se encargó de demostrar el confinamiento, todos estos efectos secundarios del trabajo presencial mejoran sensiblemente en un escenario urbano consagrado al teletrabajo. También puede facilitar desarrollar otros aspectos que habían quedado relegados, como el comercio de proximidad o la economía circular, o devolver parte de esa población huida de la España vacía a sus lugares de origen. 

Habrá que hacer cambios, reajustar, rediseñar. Pero ya se estaba haciendo. El pasado mes de febrero, la Comisión de la Unión Europea presentó el proyecto de la nueva Bauhaus para la remodelación de las ciudades por covid-19, «un proyecto de esperanza para explorar cómo vivir mejor juntos después de la pandemia, combinando sostenibilidad con estilo, llevando el Pacto Verde Europeo más cerca de las personas y los hogares», en palabras de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Entre los principales objetivos: movilidad, zonas verdes y menos coches.

Así, el teletrabajo parece alinearse a la perfección con los nuevos modelos de ciudades inteligentes, digitalizadas, energéticamente sostenibles y limpias de contaminación hacia los que nos dirigimos. Plantearse si las ciudades serán capaces de adaptarse al teletrabajo es como cuestionarse si un fumador empedernido viviría mejor sin tabaco. Si se pide opinión al fumador, probablemente buscará  justificaciones para agarrarse a su hábito. Pero, pregúntele al neumólogo. 

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