Opinión

Aprender a desaprender

Las sociedades modernas no pueden permitirse el lujo de tener a jóvenes memorizando miles de conceptos teóricos hasta los dieciocho años. Pablo Rivas, CEO de Global Alumni, desgrana en ‘Aprender a desaprender’ (Lid Editorial) los mecanismos de la educación activa que, insiste, deberían aplicarse en los pupitres del futuro.

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09
abril
2021

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En las aguas del siglo XXI, no hacemos pie. Nos está costando acostumbrarnos, porque del siglo XX salimos, después de todo, con el agua por los tobillos. Con la revolución tecnológica global –la Cuarta Revolución Industrial–, diferentes factores novedosos han disparado el caudal, y la piscina alcanza ahora niveles históricos de aguas turbias, más de los que somos capaces de descifrar. Existen dos actitudes: bucear como locos, intentando desentrañar lo que por ahora es imposible de desentrañar y muriendo en la búsqueda por falta de oxígeno, o dejarnos flotar, aprovechando al máximo las ventajas de la marea.

Lo verás más claro con un ejemplo. No hace tanto tiempo, al preparar el desayuno, lo habitual era calentar la leche en un cazo al fuego de butano. Debías saber abrir el cartón, calcular la cantidad de leche que necesitas para una taza, medir la intensidad del fuego y dominar el arte de saber cuándo la leche está caliente para sacarla del fogón antes de que crezca como la espuma y se desparrame por la cocina. Del mismo modo, tenías que saber la cantidad necesaria de granos de café para, tras pasarlos por el molinillo, llenar la cafetera, agregarle el agua en su justa proporción y ponerlo también al fuego. Es un proceso sencillo que con facilidad se convierte en una rutina aprendida.

Lo más seguro es que hoy, de toda esa rutina solo necesites conservar aspectos muy básicos: la leche debe calentarse en su punto, las proporciones importan y el café sabe mejor si haces la mezcla de líquidos cuando ambos están a una temperatura similar. El resto de las rutinas –digamos– tecnológicas aprendidas debes olvidarlas. No sirven para nada. Tendrás que dar marcha atrás hasta llegar a ese punto en el que sabías lo esencial. Porque, ahora, para preparar tu desayuno, es más importante que sepas manejar los botones del microondas y administrar con acierto la cápsula de café en tu cafetera expreso.

Gerjouy: «La nueva educación debe enseñar al individuo a considerar los problemas desde nuevas perspectivas»

Si tratas de prepararte el desayuno siguiendo con fidelidad los conocimientos de tu antigua tecnología, el resultado con las nuevas máquinas será dramático. Pero es probable que, si no has sabido conservar los conocimientos esenciales, tampoco puedas afrontar la tarea de aprender a desempeñarte con el nuevo microondas y la cafetera automática.

Esa es la idea. Es hora de aprender a desaprender. Necesitas tumbar paradigmas, incluso rutinas que se han grabado a fuego en tu cerebro. Necesitas regresar y reciclar esos conocimientos. No estoy proponiendo un ejercicio de fuerza bruta, sino un sentimiento de precisión.

La clave es saber hasta dónde tienes que desaprender. Y la respuesta es sencilla: hasta donde comience la tarea de reaprender. Y, más aún, es mejor que asumas –e incluso te entusiasmes– con la idea de que el proceso de aprendizaje ya no es algo que quedará intacto durante el resto de tu vida. Esa revisión y reeducación, en nuestro tiempo, es una necesidad de formación y actualización continua.

«Los alumnos no van a seguir acudiendo a un aula para recibir lecciones del profesor»

Piensa durante un instante en las aplicaciones móviles que más utilizas. Con frecuencia a veces agotadora, te notifican sus actualizaciones. En ocasiones, en alguna de ellas, te encuentras de nuevo ante la incertidumbre de no saber emplearla, de tener que volver a empezar. Bien, habrá merecido la pena. Si el desarrollador ha optado por esa renovación es porque ahora será mejor, será más eficaz y productiva y, en consecuencia, tendrá nuevas capacidades y posibilidades que antes no tenía.

Tu cerebro, tu forma de ser y de deshacer, salvando las distancias, requieren también de esta actitud: estar siempre dispuesto y ávido por recibir actualizaciones en cualquier momento y sobre cualquier aspecto. En Future shock, un bestseller de 197o, el escritor y futurista Alvin Toffler recogía con sus palabras una idea brillante que había formulado poco antes el psicólogo Herbert Gerjouy: «La nueva educación debe enseñar al individuo cómo clasificar y reclasificar información, cómo evaluar su veracidad, cómo cambiar las categorías cuando resulta necesario, cómo moverse de lo concreto a lo abstracto y viceversa, cómo considerar los problemas desde nuevas perspectivas; cómo enseñarse a sí mismo. El analfabeto de mañana no será la persona que no sepa leer; será la que no haya aprendido cómo aprender». En definitiva, ese es el reto. Rompe tus viejos esquemas. Abre tu mente. Ponte a desaprender hoy mismo.

No vas a asistir a clases

Tal vez todavía recuerdes con cierta nostalgia los pupitres de tu escuela. El profesor escribiendo con tiza en la pizarra. Los alumnos copiando las preguntas de un examen en un papel, al dictado del profesor. Tal vez recuerdes aún el papel donde el maestro marcaba la casilla que confirmaba tu presencia en la clase. Quizá guardes en la memoria a algún profesor repartiendo fotocopias a cada alumno, tal vez un artículo interesante para completar la explicación de alguna materia. O incluso las horas de trabajo individual en silencio mientras el maestro paseaba por la clase. La mano levantada para pedir el turno e interrumpir con alguna duda o aportar algo extra a la lección. Tal vez recuerdes la cajonera de tu pupitre rebosante de libros y carpetas. El material escolar, los bolígrafos de colores, los subrayadores, el compás y las reglas, y esas libretas cuadriculadas en las que tomabas con diligencia tus apuntes.

Si todavía lo recuerdas, olvídalo. Los alumnos no van a seguir acudiendo a un aula para recibir lecciones del profesor. La mayoría de los universitarios no lo harán, pero tampoco gran parte de los escolares de formación básica. No se trata solo de que las tecnologías superarán la distancia geográfica, sino que la clase se reinventará como tal. Y en ese renacimiento no parece que tenga sentido reunir a un montón de personas en torno a la lección recitada por un maestro.

La tendencia de las metodologías educativas señala hacia un aprendizaje personalizado, un tipo de formación opuesta a la imagen del profesor dictando una lección en presencia de decenas de alumnos. Cada vez más instituciones educativas ensayan con proyectos piloto de aprendizaje activo, un modelo en el que el maestro plantea grandes cuestiones y proyectos que resolver, organiza a los alumnos por grupos y les proporciona las herramientas para llevar a buen puerto la resolución del problema.

«El modelo de aprendizaje activo obliga al alumno a ejercitar mucho más que la memorización»

Si los estudios avalan que la retención de información de quienes asisten a una clase magistral no supera el 10 %, si una investigación de Harvard en 2014 concluyó que, de media, la asistencia a clase se desploma del 79 % del comienzo de curso al 43 % al final, disponemos de suficientes señales de alarma como para adoptar metodologías de vanguardia que garanticen mejores resultados y obliguen al alumno a participar activamente en sus procesos de aprendizaje.

Según el modelo del aprendizaje activo, los alumnos deben hacer mucho más que escuchar: leen, escriben, discuten y trabajan en grupo involucrándose en la resolución de los problemas. Dicho de otro modo, este tipo de formación obliga al alumno a ejercitar mucho más que la memorización: debe analizar, sintetizar, evaluar, consensuar y alcanzar conclusiones. Hoy sabemos que desempeñar estas actividades aporta grandes beneficios a los estudiantes, especialmente en materias como ciencia, ingeniería y matemáticas.

Sin duda, lo hemos comprobado con nuestra propia experiencia durante años: una misma materia explicada a un grupo de alumnos obliga a los más aventajados a retrasar su ritmo de aprendizaje y descuelga también a los que necesitan más tiempo para esa lección en concreto. Este desajuste lastra toda la metodología tradicional y debe solventarse con nuevos métodos y formatos, así como con la ayuda de las nuevas tecnologías.

«Las sociedades modernas no pueden permitirse tener a jóvenes memorizando miles de conceptos teóricos»

Si ya hemos señalado que algunos alumnos necesitan dos horas para familiarizarse con una materia y otros tan solo veinte minutos, los rígidos horarios tradicionales de clase irán perdiendo su razón de ser. Será la capacidad de absorción de cada alumno la que marcará el ritmo de su aprendizaje. La interacción se producirá cada vez más a través de las máquinas. Los sistemas de inteligencia artificial (IA) pueden evaluar constantemente la evolución de cada alumno y ayudarle a reforzar aquellos conocimientos que aún no domina lo suficiente.

Los modelos educativos necesitan formar a estudiantes que sepan aplicar sus conocimientos al mismo tiempo que los aprenden, pues eso es lo que demandan las sociedades modernas; no pueden permitirse el lujo de tener a jóvenes memorizando miles de conceptos teóricos hasta los dieciocho años. El desarrollo práctico y personal será, en definitiva, un trabajo autónomo del estudiante, y este podrá realizarlo en las aulas o… en cualquier otra parte.

Proliferarán las aulas virtuales, las actividades de autoevaluación, el aprendizaje inteligente… No estoy insinuando que la figura del maestro sea prescindible, en absoluto. Tampoco es prescindible la leche para preparar el café. Pero el método y el contenido de su desempeño profesional van a cambiar –lo están haciendo ya a gran velocidad– en la misma medida en que lo hará la manera de recibir la formación necesaria para sacar adelante tu carrera profesional.


Este es un fragmento de ‘Aprender a desaprender’ (Lid Editorial), escrito por Pablo Rivas.

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