Opinión

Ciudadanos artúricos: caballeros andantes del siglo XXI

En estos tiempos, la necesidad de un ideal caballeresco es más acuciante que nunca: no nos sirven los ejemplos de santidad, sino los de excelencia y efectividad. ¿Qué camino y qué ideales vamos a ofrecer a todos esos soñadores que buscan el bien y la gloria?

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15
febrero
2021

Cuando tenía 21 años, montar una empresa era lo más parecido a una aventura que podía imaginar. Ahora que ya no quedan nuevos mares que surcar, ni tierras que descubrir, aquello era lo más parecido a una gesta en la Compañía de las Indias Orientales o una hazaña en el Amazonas: era una aventura del siglo XXI. Yo, como muchos otros jóvenes, me había ilusionado con la aventura romántica de los tres chavales que montan una empresa en un garaje y acaban cambiando el mundo desde Silicon Valley. Había leído historias de personas emprendedoras como José María Arizmendiarrieta Madariaga, que impulsó con sus acciones lo que acabaría siendo la Corporación Mondragón, una de las empresas cooperativas más importantes del mundo; personas aventureras que, en vez de esperar pasivas, se lanzan a cambiar los hechos de la historia. Sin embargo, parecería que estas aventuras que nos sirven como modelo no puedan hacerse al margen del sistema de economía de mercado. Pues, al final, hasta una ONG acaba siendo una gran empresa. Hasta esta revista, que explora los retos éticos de nuestra época y lanza un mensaje relevante al mundo, no puede existir ajena a los procesos mercantiles.

El ideal caballeresco también surgió del relato de una aventura, la del rey Arturo de Camelot. Fue esta leyenda la que inspiró las leyes de caballería a lo largo de los siglos, dando lugar a una forma de entender la realidad, una dimensión espiritual y normativa que ejerció más fuerza en la historia que muchos caudillos y reyes de la realidad. Los caballeros no tenían, salvo excepciones, un poder ni una inteligencia sobrehumanas, más allá de su voluntad, su firmeza y su nobleza. Tampoco eran inmaculados, sino humanos imperfectos que buscaban la gloria de su nombre y la recompensa a sus acciones. Su intención era la de ayudar y desfacer entuertos, pero cometían equivocaciones y se dejaban llevar por sus pasiones. Lo importante era que al final de su andadura hubieran conseguido el buen propósito, superando sus vicios con sus buenas acciones. Eran personas como nosotras, de carne y hueso, con las que resulta fácil identificarse. En cambio, algunos de nuestros héroes de la dignidad y los derechos humanos, como Gandhi, Luther King, la Madre Teresa o incluso Mandela, tienen un aura de santidad y sacrificio vital que nos hace sentir incómodos.

Los griegos hablaban de areté para invocar este ideal cívico y moral del que estamos hablando. Según Alasdair MacIntyre, el concepto evolucionó desde significar efectividad vital hasta aludir una forma más etérea de virtud o nobleza. En origen, era la eficacia con la que se cumplía el compromiso adquirido con la sociedad. La del soldado era luchar; la del rey, reinar; la del zapatero, hacer zapatos. Areté era la aptitud con la que se cumplía esta función y rehuirla o no asumirla hasta las últimas consecuencias impedía su consecución. De esta forma, gloria y virtud se alcanzaban por el mismo camino. No había diferencia entre perseguir la una o la otra. El ideal caballeresco estaba cercano a este sentido de excelencia y eficacia vital, pues no convertía a sus héroes en santos, sino que eran emprendedores que tomaban iniciativa para conseguir un beneficio propio y buscaban la gloria a través de las aportaciones a su comunidad. Ese era su compromiso, su función, y por ellos se les reconocía la gloria. No eran seres inmaculados, pero sí efectivos en la consecución de su propósito.

«Puede que las personas no busquemos riqueza y fama, sino que necesitamos es encontrar nuestro lugar en la comunidad»

Puede que las personas no busquemos riqueza y fama, sino que en realidad lo que necesitamos es dar sentido a nuestra existencia, encontrar nuestro lugar en la comunidad. La gloria, que normalmente tiene la forma de riquezas y fama, solo es la manera que tiene la sociedad de reconocer nuestra valía, esto es, bienes sociales que nos devuelve a cambio de nuestras contribuciones. El problema está en la correspondencia de la recompensa con la aportación de nuestras acciones. Es posible, como he escrito en otras ocasiones, que la lente que usemos para transformar el talento de una persona en estos bienes, que no es otra que el Mercado, genere falsas imágenes, otorgando gloria a personas que no aportan nada y olvidando a muchas que sí lo hacen.

El relato de un emprendedor artúrico podría ser perfectamente el de los chavales que montan en el garaje de su casa una empresa que cambiará el mundo, como Google y Facebook. Sin embargo, hay muchas gestas que se nos pasan desapercibidas… Y la gloria es parte fundamental de la hazaña; esta no puede existir si no es reconocida por la sociedad mediante sus bienes simbólicos o económicos. La pregunta sería entonces: ¿Estamos haciéndolo bien? ¿Estamos reconociendo las hazañas correctas, las que nos benefician a todos, las que contribuyen a extender la justicia sobre la tierra, a que haya menos sufrientes, menos dolor, menos sometidos y sometedores, en definitiva, menos entuertos?

Es verdad que estamos limitados por el sistema de mercado, pero los caballeros andantes también lo estaban por el sistema feudal. Las órdenes de caballería andante velaban por enmendar las aberraciones que el feudalismo generaba. ¿Cuál podría ser el relato que impulsase a nuestros valientes y soñadores a lanzarse al mundo para desfacer los entuertos que el mercado produce, a cambiar las situaciones injustas y proteger a los débiles? Porque en estos tiempos la necesidad de un ideal caballeresco es más acuciante que nunca. No nos sirven los ejemplos de santidad, sino los de excelencia y efectividad. De nada nos ayudan las imágenes ilusorias que durante esta pandemia han convertido algunos colectivos en héroes cotidianos que salvan vidas, porque al final se han mantenido los sueldos bajos y las largas horas de trabajo. Ni un ápice de gloria, porque el sistema que la reconoce –que sigue siendo el Mercado– solo ensalza youtubers, influencers, cantantes, actores, empresarios…

¿Qué camino y qué ideales vamos a ofrecer a todos esos soñadores que buscan el bien y la gloria? Tiene que haber algún otro modelo de excelencia, más allá del emprendedor, que podamos ofrecer a los jóvenes de 21 años. Necesitamos un ideal que los inspire a lanzarse al mundo para desfacer agravios, enderezar entuertos, acorrer a los débiles y limpiar la tierra de villanos y normas injustas. Necesitamos un ideal que los convierta en ciudadanos artúricos, que cumplen su compromiso con eficacia, ya sea este enseñar en la escuela, desarrollar una vacuna, pasar consulta o salvar vidas en África, entre muchos otros. Esos son mis héroes, mis emprendedores artúricos, mis caballeros andantes del siglo XXI, y deseo con toda mi alma que esta sociedad aprenda pronto, no solo a reconocer su valor, sino también a pagarles con toda la gloria que se merecen.


(*) Samuel Gallastegui es doctor en Arte y Tecnología por la Universidad de País Vasco.

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