David vs Goliat: cómo emprender el camino hacia el cambio que necesitamos

El coronavirus nos ha dado el más contundente de todos los avisos: algo tiene que cambiar. Cada vez que comemos o bebemos, cada vez que consumimos, elegimos entre desperdicio o circularidad, cambio climático o transición ecológica, precariedad o justicia social.

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¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Quedan unos días para el primer aniversario de la declaración del estado de alarma y aún no somos capaces de responder con certeza en qué punto del camino tomamos el rumbo equivocado. Ni siquiera el periodista Iñaki Gabilondo, capaz de encontrar respuestas hasta en las preguntas más audaces, es capaz de decirlo con claridad. «A nadie se le escapa a estas alturas que estamos navegando una profunda crisis», reflexiona oculto tras una mascarilla, con la mirada puesta, desde un balcón, en el infinito horizonte de Madrid. «La sociedad tiene miedo, eso es un hecho. El virus de la globalización ha atacado a nuestro sistema inmune. Hasta el planeta, a su manera, nos pide a gritos un alto al fuego». Quizá deberíamos aprovechar la oportunidad, plantea, «para ponernos de acuerdo, para reinventarnos. Porque algo tiene que cambiar».

Según una nueva investigación realizada por las Naciones Unidas, casi una quinta parte de toda la comida del mundo termina en los cubos de basura de casas, restaurantes y otros servicios alimentarios. Un problema que afecta a los países desarrollados tanto como a los que están en vías de desarrollo. En total, más de 931 millones de toneladas de alimentos terminan en la basura, lo que equivale a 121 kilogramos de comida por persona al año. Sin embargo, en el mundo hay más de 690 millones de personas que viven en condiciones de desnutrición.

Una quinta parte de la comida del mundo termina en los cubos de basura

En las ciudades, los contenedores rebosan de comida, a pesar de que hay cientos de familias haciendo cola cada día por un plato caliente. Comer y beber es un acto que roza lo político. Cada vez que elegimos lo que nos llevaremos a la boca, estamos decidiendo entre desperdicio o circularidad, cambio climático o transición ecológica, precariedad o justicia social. Especialmente tras la pandemia, que ha llevado a aumentar en un 40% las solicitudes de ayudas para alimentos en España. Además, en nuestro país hay más de 3,4 millones de viviendas vacías, y más de 18.000 personas viviendo en la calle. Y sin embargo, encontramos a una España Vacía, invadida por el silencio, cuyas zonas rurales que pierden cinco habitantes cada hora y, con ellos, infraestructuras y servicios básicos. Son números que resultan familiares: la sociedad ya es consciente de sus problemas.

Pero, para conseguir cambiarlos, es necesaria la reflexión. Y la autocrítica: un sistema no puede transformarse si ciudadanos, empresas e instituciones no comparten puntos de vista y buscan alternativas. Con el objetivo de desbrozar parte del camino, Iñaki Gabilondo ha compartido una conversación con Paolo Tafuri, director general de Danone España, y Beatriz Borrás, responsable de Alianzas Estratégicas,  un buen ejemplo que refleja la labor desarrollada por cientos de entidades durante los últimos años de cara a transformar el binomio sistema alimentario-sistema social.

Algo tiene que cambiar danone

«Una de las cosas que vi en nuestra empresa cuando llegué a España hace año y medio fue que hacía muchas cosas, pero contaba muy poco. ¿Por qué llevamos a cabo iniciativas con impacto si luego la gente no puede conocerlas?», arranca Tafuri en esta conversación a tres. La campaña que acaba de lanzar Danone, Algo tiene que cambiar, es, precisamente, esa forma de explicar cómo una empresa trabaja por impulsar cambios sistémicos que afectan a los retos cotidianos de la gente.

«Queremos aportar algo más que un granito de arena. Tenemos el papel de contribuir a este cambio que necesitamos. Y lo que tenemos claro es que no podemos hacerlo solos», confiesa. La sostenibilidad es, para Tafuri, «una palabra sagrada» y lo que Danone quiere demostrar a la sociedad es que su proyecto de transformación forma parte «del ADN que le ha definido» desde sus inicios, cuando comercializaba los primeros yogures con la misión de mejorar la salud de los niños que sufrían malnutrición tras la primera guerra mundial.

Viejo capitalismo, nuevo capitalismo

En la actualidad, Danone es la primera empresa de gran consumo con sello B Corp, un reconocimiento que certifica qué compañías cumplen con las exigencias más altas en materia social, ambiental y de transparencia. A nivel nacional, solo medio centenar de entidades forman parte de este grupo. Sin embargo, este reconocimiento choca frontalmente con una de las contradicciones más significativas de nuestro sistema productivo actual: obtener beneficio en el menor tiempo posible, a toda costa. Una batalla entre David y Goliat. «Durante años ha habido movimientos sociales que han estado en la calle reclamando que las empresas y los gobiernos escuchen y hagan las cosas más orientadas hacia los ciudadanos. Tuvimos el 15M, Fridays for the Future, el movimiento feminista, las mareas… toda esa presión ha derivado en que, por fin, se produzca esta reacción desde las empresas e instituciones», resuelve Borrás.

«En vuestra propia compañía habéis tenido la prueba de que esa tensión se vive con mucha dureza», reflexiona Gabilondo, haciendo alusión a la reciente noticia que anunciaba la retirada de Faber como CEO tras la presión de fondos activistas motivada, en parte, por su estilo de dirección, centrado en la sostenibilidad, que no terminaba de convencer a algunos de los inversores. «Claro que hay tensiones», reconoce Tafuri. «Siempre hay tensiones entre un modelo que tiene como propósito remunerar al accionista y otro que entiende que no sirve de nada dar beneficio al accionista si no hay un impacto positivo en el futuro».

Paolo Tafuri: «Siempre hay tensiones entre remunerar al accionista y buscar un impacto positivo»

El enfrentamiento entre el viejo y el nuevo capitalismo es ya tan evidente que incluso el Foro Económico Mundial, en palabras de su fundador, Klaus Schwab, reconoce que «el capitalismo ha descuidado el hecho de que una empresa es un organismo social, además de un ente con fines de lucro. Esto, sumado a la presión del sector financiero para la obtención de resultados a corto plazo, ha hecho que el capitalismo esté cada vez más desconectado de la economía real». De este modo, el foro definía las directrices para aplicar el llamado stakeholder capitalism, un modelo económico en el que el objetivo de las compañías no solo responde ante sus accionistas, sino ante toda la sociedad.

En la búsqueda de una estrategia perfecta que permita recuperar ese tinte más social del sistema, los ciudadanos han asistido a un desfile compuesto por cientos de empresas que han enarbolado públicamente la bandera de la sostenibilidad, a pesar de haber mantenido los mismos patrones contaminantes de puertas adentro. Gabilondo lanza la pregunta: «¿Estamos haciendo un uso superficial de la palabra sostenibilidad?». «Corremos el riesgo de que se haga, y se ha hecho», responde Borrás, que se incorporó a Danone durante el estado de alarma, en plena crisis sanitaria. «Muchas veces se ha utilizado como una manera de lavar la imagen. Somos víctimas de nosotros mismos cuando la utilizamos así, porque estamos generando desconfianza y, al final, el propio término acaba perdiendo su esencia».

Superar las contradicciones para bailar al mismo compás

Borrás es la voz de una generación joven que, tras haberse enfrentado a la dureza de la crisis económica de 2008, ve aterrizar una nueva con un  40% de desempleo juvenil y mayores dificultades para independizarse. «Somos una generación que tiene mucho miedo a un futuro, plagado de incertidumbres. Creo que la pandemia nos ha dejado desolados y hartos», relata.

Beatriz Borrás: «Corremos el riesgo de hacer un uso superficial de la palabra sostenibilidad»

«Pero los jóvenes tienen que transformar también su mirada sobre lo que dicen», rebate Gabilondo. «Pueden estar pregonando la limpieza del planeta y dejar hecho un basurero el lugar donde se han tomado unas cervezas con los amigos, lo cual me parece inexplicable. Son personas con enorme sensibilidad que se reúnen para celebrar y terminan dejando aquello como una auténtica letrina. A mi padre le hubiera dado vergüenza, y eso que no estaba concienciado como ellos. ¿No hay que acusar también esa contradicción?».

Las Naciones Unidas advierten de que, si no se toman medidas, en 2050 más de 12.000 millones de toneladas de desechos plásticos se repartirán entre vertederos y el océano. Para Borrás, estas contradicciones entre lo que pensamos y lo que hacemos forman parte de todas las generaciones, y hay que superarlas. Aunque «es cierto que los jóvenes, a pesar de estar completamente formados en problemas medio ambientales gracias a las redes sociales, también nos hemos dejado llevar por el consumo extremo y la inmediatez que fomentan», reconoce. «Esto nos hace pensar a corto plazo. Creemos que por no reciclar una botella no hay consecuencias instantáneas, a pesar de que sí las tiene».

algo tiene que cambiar

Operar en el corto plazo es, para Gabilondo, «el pecado de nuestro tiempo». Uno que no distingue edades y que, en numerosas ocasiones, no permite ver más allá del presente en el entorno empresarial. «Es muy importante aceptar nuestras debilidades», reflexiona Tafuri. «Yo no soy perfecto, mi empresa no es perfecta. Pero no pasa nada: nos estamos moviendo para ir en la dirección buena, tanto individual como colectivamente». En las compañías, encontrar ese «para qué» puede suponer la diferencia entre llamar a la acción y pasar a ella.

Mientras tanto, el mundo sigue envejeciendo. En treinta años, el número de mayores de 80 años se habrá triplicado. España será el tercer país del mundo con la mayor esperanza de vida, detrás de Suiza y Japón, reto al que la crisis de la natalidad sumará más presión: el número de nacimientos ha caído más de un 27% en una década. Con estas cifras, el optimismo empieza a debilitarse. «Tú mismo, Iñaki, has decidido hacerte un lado y escuchar a los jóvenes porque no querías seguir inyectando pesimismo», apunta Borrás. Para Gabilondo, dar espacio a los jóvenes es parte de la conversación intergeneracional que cree que debe llevarse a cabo de cara a encauzar el camino hacia la sostenibilidad. «Pero cometeréis un gran error si creéis que sois los únicos», apunta el periodista. «Este es un tiempo de gran sacudida que tenemos que aprovechar para aprender la gran moraleja de que tenemos que trabajar juntos».

Lo novedoso, apunta Iñaki, es que las empresas se estén convirtiendo en el motor de ese cambio que se ha exigido desde las calles: «Eso no lo había visto nunca antes. Es una especie de exigencia que dice: ‘ustedes tienen algo que hacer aquí’». «La pandemia nos ha demostrado, de forma muy evidente, cosas que ya sabíamos», recalca Tafuri. «Somos frágiles y estamos interconectados». La diferencia es que, ahora, no podemos elegir cuándo hacerlo. Todos los actores sociales, incluidos los ciudadanos, esperan ya que las empresas trabajen sobre las nuevas insurgencias. Todos estamos de acuerdo: algo tiene que cambiar.


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