Cambio Climático

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Piensa en verde: filosofía para un planeta en emergencia climática

Millones de especies al borde de la extinción. Temperaturas tan al alza como el nivel del mar. Por si fuera poco, una pandemia que deja miles de muertos y abre la puerta a una crisis socioeconómica de dimensiones aún desconocidas. En plena era de la incertidumbre, la filosofía puede ayudarnos a responder a las necesidades medioambientales y de justicia social del mundo del mañana… que ya habitamos.

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Marco Kinder von Knobloch
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19
noviembre
2020

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Marco Kinder von Knobloch

«Cuando nació la generación a la que pertenezco, encontró al mundo desprovisto de apoyos para quien tuviera cerebro y corazón al mismo tiempo. El trabajo destructivo de las generaciones anteriores había hecho que el mundo para el que nacimos no tuviese seguridad en el orden religioso, apoyo que ofrecernos en el orden moral y tranquilidad que darnos en el orden político. Nacimos ya en plena angustia metafísica». Si esto fuese un concurso de televisión y les preguntasen quién escribió estas líneas o en qué época las situarían, es probable que no se fueran muy atrás en el tiempo. Podrían haber sido escritas esta misma semana, o hace un par de años a lo sumo, por algún joven descontento con el sistema. Entonces, el presentador les sacaría de su error porque, aunque parezcan actuales, están extraídas de las primeras páginas del Libro del desasosiego de Fernando Pessoa, una maraña de más de quinientos aforismos, pensamientos e inquietudes filosóficas escritas entre 1913 y 1935. En un siglo en el que parece que todo ha cambiado, quizá nuestras inquietudes no lo hayan hecho tanto. Eso sí, a ese leitmotiv de «angustia metafísica» hay que añadirle un elemento que hoy nos acongoja, pero al que el poeta luso era ajeno: el cambio climático.

«La amenaza del colapso climático genera un patrón cognitivo sorprendente, paradójico y casi incomprensible: muchas personas somos conscientes del riesgo irreversible al que nos estamos exponiendo y, sin embargo, somos incapaces de traducir en una conducta responsable esa certeza indiscutible», reflexiona Diego S. Garrocho, profesor de Ética y Filosofía Política de la Universidad Autónoma de Madrid y autor del ensayo Sobre la nostalgia (Alianza). El filósofo apunta al sesgo generacional que, naturalmente, tienen esos miedos. «Los niños hoy en las escuelas están siendo instruidos en una conciencia climática prudente, razonable y fundada, pero quienes hoy tenemos la capacidad de tomar decisiones vamos muy por detrás: las generaciones nacidas desde mediados de los ochenta hasta hoy nos estamos enfrentando a una incertidumbre y a una colección de amenazas para las que no fuimos educados», señala.

No es casualidad que sean precisamente los más jóvenes los que se muestran más sensibles a la inquietud causada por la delicada situación medioambiental porque, al fin y al cabo, ellos serán los más afectados. Hace algo más de un año, los miembros de la generación Z –nacidos a partir de mediados de los noventa– fueron mayoría en las manifestaciones y huelgas escolares por el clima, lideradas por la activista Greta Thunberg, quien, pese a su corta edad, logró situar el calentamiento global en el centro del debate político y económico de una forma como nunca antes se había visto. «La lucha climática es decisiva porque indica que somos capaces de movilizarnos por un bien común que afectará básicamente a las generaciones venideras, es decir, que prestamos atención a riesgos latentes que van más allá del interés inmediato, que dejamos de considerar el futuro como el basurero del presente», explica por su parte el filósofo Daniel Innerarity.

La Asociación Americana de Psicología ya ha puesto nombre a una preocupación antropológica que termina con frecuencia en la consulta: la ecoansiedad, el «temor crónico por sufrir un cataclismo ambiental que se produce al observar el impacto aparentemente irrevocable del cambio climático y preocuparse por el futuro de uno mismo y las generaciones futuras».

¿Todo está perdido?

Hace algo más de una década que comenzó a hablarse de esa angustia medioambiental, aunque los términos académicos para referirse a ella se han acuñado muy recientemente. Filósofos como Wendy Lynne Lee y autores como Stuart Parker han escrito sobre un econihilismo o nihilismo medioambiental que, someramente, argumenta que estamos destinados no solo a agotar los recursos finitos del planeta, sino a generar una profunda injusticia social y violencia por el camino. «Cualquier forma de nihilismo es un lujo que colectivamente no nos podemos permitir», discrepa Garrocho, que ve estas tendencias filosóficas como un reflejo más de nuestra pulsión de consumo, sensible al contagio emocional, pero contrarias a otro interés racional: «Desconozco si vamos irremediablemente hacia el colapso. Lo único que sé es que tenemos la obligación moral de evitarlo a toda costa, y esa conciencia pasa por hacer concesiones personales y por cultivar un contexto de esperanza. Para eso se necesitan individuos, ideas e instituciones singulares que sean capaces de dinamizar esa confianza informada en el futuro. Nuestra obligación es pensar como si no todo estuviera perdido, incluso aunque lo estuviera».

Daniel Innerarity: «No tenemos derecho a dar por supuesto que las generaciones futuras van a ser tan estúpidas como nosotros»

Ya habíamos asumido que habitábamos la era de la incertidumbre, y el pasar de los meses no hace más que agravar la situación. Hace poco más de un año, en Reino Unido, saltaba a los medios la creación de la plataforma BirthStrike (huelga de natalidad), un movimiento para aglutinar a hombres y mujeres que han decidido no tener hijos para no exponerlos al colapso climático, una posición que Innerarity no comparte. «Necesitaríamos más certezas de las que actualmente tenemos para estar tan seguros de ese futuro catastrófico que algunos certifican como algo inexorable, más que como una advertencia sobre lo posible», sostiene.

En un contexto global en el que los cimientos parecen haberse tornado en arenas movedizas, ser optimista es, a menudo, misión imposible. El filósofo, que precisamente acaba de publicar el primer ensayo escrito durante el confinamiento –Pandemocracia: Una filosofía de la crisis del coronavirus (Galaxia Gutenberg)–, lo es y se muestra esperanzado con respecto a las próximas generaciones: «Seguramente no sea una buena idea no querer tener hijos para que vivan en esas condiciones, porque si nosotros nos hemos mostrado incapaces de frenar las crisis, tal vez nuestra obligación es permitir que otros lo intenten. No tenemos ningún derecho a dar por supuesto que las generaciones futuras van a ser tan estúpidas como nosotros».

Nuestro lugar en el planeta

A comienzos del milenio, el premio Nobel Paul Crutzen acuñó el término Antropoceno para referirse a la actual época geológica, en alusión al enorme impacto que las actividades llevadas a cabo por el ser humano han tenido sobre los ecosistemas. De hecho, nuestra capacidad de destruir lo que nos rodea puede ponernos en peligro, y para muestra un botón: los científicos apuntan a la pérdida de biodiversidad como catalizadora de la zoonosis causante de la COVID-19, y apuntan a que no será la última pandemia causada por este tipo de virus. Sobre todo, si tenemos en cuenta que, según la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES), más de un millón de especies se encuentran hoy en peligro de extinción, en su mayoría por la acción humana.

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En ese contexto, también se están escuchando otras voces que cuestionan la superioridad del ser humano sobre el resto de especies. «Venimos de una contraposición entre naturaleza y cultura, estado de naturaleza y civilización, que es muy rudimentaria. Nuestros sistemas políticos se han construido como ensamblajes de autores humanos, lo que implica no solo la exclusión de plantas, animales y entornos naturales de su horizonte de consideración y relevancia, sino la imposibilidad de servirse del modelo biológico para pensar las organizaciones políticas», apunta Innerarity. «Las transformaciones de la ciencia contemporánea nos invitan a considerar la posibilidad de otro modo de pensar la vida social y su gobierno, menos mecanicista, desde el modelo de la complejidad biológica. La política ya no puede ser pensada como lo hacíamos; disponemos ahora de un campo conceptual muy fecundo para pensar las transformaciones que debemos afrontar en el mundo contemporáneo, que puede resultar mejor explicado y comprendido desde la perspectiva de la biología que desde la física», prosigue.

Garrocho, por su parte, no cree que el ser humano sea una especie más entre las otras –como apuntan algunas corrientes–, sino que considera que debemos acoger nuestra responsabilidad singular, puesto que la capacidad de acción humana es mucho mayor que la del resto de animales: «Hemos conseguido escribir la Divina Comedia y hemos construido la catedral de Chartres, pero al mismo tiempo somos capaces de destruir el planeta varias veces solo con el armamento nuclear de un país. La responsabilidad de cualquier agente moral debe ser directamente proporcional a su capacidad de influencia y, en este sentido, el ser humano tiene una capacidad de acción incomparable».

Filosofía para un futuro feliz

En un momento en el que se produce una ingente cantidad de información, paradójicamente, percibimos que, cada vez más, todo se nos escapa. Innerarity lo achaca a que, aunque nunca habíamos sabido tanto como ahora, a la vez somos conscientes de que deberíamos saber mucho más para arreglar los problemas que nuestra sociedad puede provocar… y eso nos genera una incertidumbre que no estamos preparados para afrontar. «La humanidad ha vivido más en un mundo de peligros que de riesgos, y estos segundos son mucho más difíciles de anticipar y gestionar. Nuestro conocimiento se configura como experiencia en épocas estables, pero en entornos volátiles nos vemos obligados a aprender del futuro, es decir, a desarrollar un conjunto de actitudes que nos permitan prevenir, anticipar y pensar estratégicamente. El ser humano no está diseñado para sustituir la experiencia por la estrategia, pero no tiene más remedio que hacerlo», explica.

Diego S. Garrocho: «Desconozco si vamos irremediablemente hacia el colapso, pero tenemos la obligación moral de evitarlo a toda costa»

En medio de los titulares y noticias catastróficas que vaticinan un apocalipsis que los más osados se atreven incluso a datar, mirar hacia atrás puede hacer que se cuele un rayo de esperanza. En las últimas décadas, los indicadores sociales demuestran que hemos avanzado notablemente en aspectos como la sanidad, la educación o la igualdad entre hombres y mujeres. La esperanza de vida ha aumentado debido a los avances médicos y se ha reducido la pobreza extrema. Filósofos como Steven Pinker defienden la tesis de que, socialmente, vivimos más y mejor que en los siglos XIX o XX. «Además de comparar nuestra circunstancia con la que se vivió hace cincuenta años o un siglo, deberíamos interrogarnos sobre qué podría haberse logrado y qué podríamos conseguir. Es innegable que muchos indicadores parecen demostrar que nuestra calidad de vida es mejor que la de nuestros antepasados, pero este diagnóstico está plagado de percepciones tramposas: hay demasiadas regiones del planeta que siguen sometidas a unas condiciones de vida equivalentes a las peores de la historia y hay muchos escenarios de riesgo e incertidumbre que deberían preocuparnos», advierte Garrocho.

Parafraseando a Benedetti, cuando parecía que teníamos todas las respuestas, cambiaron las preguntas. Y, entonces, la filosofía puede ser también un refugio en el que buscarlas de nuevo, en parte para evitar –si es que eso es posible– cometer viejos errores. «Gran parte de las cuestiones éticas que determinan nuestro futuro ni siquiera son problemas, son ya amenazas ciertas donde el filósofo tiene poco oficio. La tradición filosófica donde es propiamente útil es a la hora de enfrentar dilemas, de localizar escenarios y de ordenar nuestra gramática moral y sus fuentes, que en muchas ocasiones es bastante opaca y contradictoria», mantiene Garrocho, que no cree que su disciplina tenga todas las respuestas ahora. A veces, ni siquiera es un consuelo. «Un lugar común sería recurrir a los estoicos, pero no estoy seguro de que leer a Séneca o a Marco Aurelio nos haga más felices, sino que, a lo más, deberíamos reformular esa condición imperativa de la felicidad forzosa».

«Vivimos, todos, en este mundo, a bordo de un navío zarpado de un puerto que desconocemos hacia un puerto que ignoramos; debemos tener los unos para con los otros una amabilidad de viaje». No es una cita de un econihilista, ni de un pensador que estudie hoy la sociedad y los cuidados. Estas palabras las escribía, páginas más tarde, el mismo Pessoa del comienzo de este reportaje. Surcando el mismo mar, seguimos sin tener claro el rumbo. Eso sí, de nuestra ruta depende no llevar al abismo a los navegantes que sigan mañana nuestra estela.


Este artículo fue publicado originariamente en el Número 9 de la Revista Circle. Puedes descargarte el PDF de ese número en este enlace.

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