Siglo XXI

Los índices del progreso

La reducción de la pobreza extrema y el analfabetismo, el empoderamiento de la mujer, la mejora de la sanidad, el incremento de la longevidad y un planeta más libre y tolerante revelan el avance del mundo desde comienzos del siglo XX.

Ilustración

Romualdo Faura
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06
septiembre
2018

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Romualdo Faura

La ansiedad, la nostalgia y el pesimismo conducen al hombre a la noche oscura del alma. Un lugar donde apenas se filtra la luz. Un espacio donde siempre son las cuatro de la mañana. Sin embargo, el mundo es más luminoso que nunca. El planeta orbita alrededor del mejor momento de su historia. Vivimos más años, más sanos, más felices. Eso, al menos, relatan las estadísticas. Porque no hay que olvidar que la vida es algo que sucede a pequeña escala.

Jamás los índices de pobreza habían mostrado semejantes números. En 1990, no hace tanto, más de un tercio de la población del mundo padecía bajo la miseria extrema. Esta tasa ha caído hasta una décima parte. Hay menos dolor. Aunque es verdad que no ha desaparecido. Todavía cinco millones de niños mueren antes de cumplir los cinco años. Un número inasumible, porque solo uno ya es un número inasumible. Pero la mejoría es real.

Las libertades también han caminado esos mismos pasos. Más de cien países disponen de leyes que protegen al colectivo LGTB. Desde luego, aún quedan batallas que dar. Las grandes oligarquías petroleras, Irán o Rusia son lugares donde ser diferente o amar a alguien del mismo sexo puede costar la vida. Pese a todo, pese a la podredumbre de la mirada de algunos, es un planeta que crece en libertades. Steven Pinker, profesor de Psicología en Harvard, y una de las voces más prestigiosas del mundo en su oficio, acaba de publicar un libro (Enlightenment Now, algo así como: El Siglo de las Luces hoy) que reivindica el optimismo universal. En el texto, cita varios informes que defienden que la población del planeta cada vez tiene menos prejuicios y es más abierta y liberal.

«Nos dirigimos hacia un mundo de abundancia educativa. A medida que esta se desmaterialice Y se desmonetice, todo hombre, mujer y niño de la Tierra será capaz de aprovechar los beneficios del conocimiento»

De hecho, el libro destaca quince aspectos que muestran la mejora del caminar del ser humano por el mundo. No es solo lo obvio: vivimos más y disfrutamos de mayor salud. Sino, también, la letra pequeña. Desde el comienzo del siglo XX, la probabilidad de que un estadounidense muera alcanzado por un rayo es 37 veces menor debido a una mejor predicción meteorológica, mejor educación y mejores medidas de seguridad. Esa fortaleza se siente en las calles. Un ciudadano del mismo país tiene 3.000 veces más posibilidades de morir antes en un accidente que en un atentado terrorista. Y también es verdad que cada vez hay menos fallecimientos en el trabajo. Estos son algunos datos trascendentes. Existen otros, quizá algo más prosaicos, que evidencian una relación distinta entre la vida y el tiempo. En 1920, una persona dedicaba 11,5 horas a la semana a hacer la colada, hoy apenas destina 90 minutos.

Quizá uno de los lugares donde más se siente este avance es en los pupitres. La tasa de alfabetización de los adultos es del 85% y más del 90% de los chicos en edad escolar acuden a clase en el mundo. Por término medio, se forman durante 12 años y dos meses. El tiempo más elevado de la historia. «El número de personas capaces de leer y escribir nunca había sido tan alto», refrenda Alejandro Martínez Borrell, presidente de Grant Thornton. «Estos datos tan alentadores nos acercan a la erradicación del analfabetismo». Tanto lejos como cerca de casa. El índice de alfabetización en España –recuerda el responsable de la consultora– se sitúa en el 98,84% de los hombres y el 97,7% de las mujeres. Números para la esperanza. A fin de cuentas, la educación es la gran batalla de los derechos civiles de nuestro tiempo. Un ejército que aún debe combatir. Todavía 263 millones de chicos no pueden acceder a las aulas, decenas de miles las abandonan y 758 millones de adultos son analfabetos. Hace falta más compromiso y dinero. Para conseguir la educación universal en primaria y secundaria sería necesario –acorde con las Naciones Unidas– destinar unos 3.000 millones de dólares en 2020. Estos días andamos en 1.200 millones. «Necesitamos invertir más pronto, invertir en calidad e invertir en igualdad o pagaremos el precio de una generación de chicos condenados a crecer sin los conocimientos ni las habilidades para alcanzar todo su potencial», observa Anthony Lake, director de Unicef.

Sin embargo, pese a lo que aún falta, es mucho lo que se ha logrado. La educación es la tercera partida presupuestaria de los países más desarrollados. El 12% de todos los fondos se sienta en sus pupitres. Solo la protección social (36%) y la atención sanitaria (14%) superan este compromiso. «Nos dirigimos hacia un mundo de abundancia educativa. A medida que esta se desmaterializa [por efecto de la tecnología], se desmonetiza y se democratiza todo hombre, mujer y niño de la Tierra será capaz de aprovechar los beneficios del conocimiento», apunta Peter Diamandis, cofundador de Singularity University. El planeta ya destina el 5% de toda su riqueza a la formación. Una garantía frente a esa veleta que son las finanzas y los tiempos. «En cierto momento, se pensó que, con menos formación, uno se podía ganar bien la vida, incluso mejor que un universitario y, además, ascender socialmente», recuerda Aurelio García del Barrio, secretario general del Instituto de Estudios Bursátiles (IEB). «Sin embargo, la crisis echó por tierra esa creencia al afectar directamente el paro a las personas con menos estudios. Tener una buena formación es un parapeto frente al riesgo de desempleo». Algo muy valioso en unos tiempos donde la precariedad atraviesa los años jóvenes.

«Los chicos de hoy –que disfrutan de una esperanza de vida superior a la de sus padres– viven en una sociedad que tiende al empleo precario y escaso»

«Los chicos de hoy –que disfrutan de una esperanza de vida superior a la de sus padres– viven en una sociedad que tiende al empleo precario y escaso», advierte José Antonio Herce, socio de Analistas Financieros Internacionales (AFI). «Sin embargo no hay tiempo para lamentaciones. Les corresponde a ellos labrarse su futuro. Preguntarse: qué hago, cómo lo hago y empezar a dominar las instancias de control de poder. Abrirse paso. Los viejos estamentos no se lo pondrán fácil, pero el mañana es suyo».

Esta aldea global en transformación permanente ha topado con los anhelos de 7.000 millones de seres humanos. Una población ingente que se refleja en las palabras del filósofo Auguste Comte cuando recordaba que «la demografía es destino». Bajo este sol, el planeta se mueve entre futuros apocalípticos e integrados. Desde una falta maltusiana de alimentos hasta la premonición de que los habitantes del mundo dejarán de crecer en 2075 debido, sobre todo, a la caída de la natalidad. Por entonces, seremos 11.000 millones. Y habrá que devolver la voz a las palabras. «Dentro de un contexto tecnológico y de longevidad, adquirirá valor la sabiduría que solo se logra con la edad. Esto es algo que vemos en los grandes artistas, científicos, pensadores o humanistas», desgrana Francisco Abad, cofundador de la Fundación Empresa y Sociedad. «Un valor, por cierto, que nunca proporcionará la inteligencia artificial, porque es una sabiduría que se cultiva con los años y depende de las ilusiones y los sentimientos». ¿Un planeta más humano? Un planeta distinto.

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Hay un cambio de paradigma porque vivimos un cambio de civilización. «El verdadero bienestar llega no por tener más posesiones materiales sino por vivir más años», precisa José Luis Blasco, responsable global de Sostenibilidad de KPMG. «Esa es la gran promesa. Nos han dicho que, si comemos bien, si hacemos ejercicio, si nos cuidamos, entonces, prolongaremos la existencia. El sueño de esta generación no es ser rico, porque la tecnología está abaratando muchas cosas, como el ocio, sino descontar las hojas del calendario». Y añade: «La gente está siendo inteligente y sabe que el incremento de la longevidad está muy vinculado a sus hábitos de vida». Diríase, tal vez con ingenuidad, que ese mundo materialista empieza a desvanecerse. Algunos estudios señalan que, en las sociedades occidentales, unos ingresos anuales, por término medio, de 20.000 dólares bastan para cubrir las necesidades materiales. A partir de ahí, la gente estaría dispuesta a vivir otra vida. Veremos si ese mantra se recita en un país como España, donde el destino de las pensiones empieza a girar como unos dados en el cubilete.

«Hay grandes desigualdades dentro de los países, pero la pobreza extrema ha caído con fuerza. Ya no existe esa fractura entre un Norte rico y un Sur muy pobre»

Un viaje distinto hacia su desaparición es el que ha iniciado la miseria. La pobreza extrema es aquella que obliga a un ser humano a vivir con menos de 1,90 dólares al día. Durante 150 años, entre 1820 y 1970, fue continuo el aumento de personas atrapadas en esa noche negra. A finales de la década de los años setenta, más de 2.000 millones de hombres, mujeres y niños lidiaban con este infierno. Hoy, esa cifra ha bajado hasta los 705 millones. Aunque continúan siendo muchísimas vidas, se filtra la mejoría. «La pobreza extrema en el mundo cae con fuerza», cuenta Carmen González, investigadora del Real Instituto Elcano. «Otra cosa es que dentro de las naciones en desarrollo, las desigualdades todavía son importantes. Pero ya no existe esa fractura que se sentía durante décadas entre un Norte rico y un Sur muy pobre. Un ejemplo es Marruecos y España. La diferencia en términos de desarrollo y riqueza se ha reducido de manera sustancial gracias al crecimiento del país africano».

Existen muchos indicadores más allá de la pobreza que revelan un mundo que tal vez no se muestre muy feliz, pero sí bastante mejor. La vacuna de la polio ha erradicado casi totalmente la enfermedad y, por ejemplo, el uso de anticonceptivos es mayor que nunca, lo que relata el empoderamiento de la mujer. Todo esto le sucede a un planeta donde también el VIH está acorralado. Con el tratamiento correcto, la esperanza de vida de muchos pacientes es la misma que la de una persona sana. Hoy, la tasa de fallecimiento por ese virus es de 0,14 por cada mil personas. A comienzos de los años 2000, se estimaba en 0,30.

La razón última de todos estos avances habita en la tecnología. Cuna y tumba de soluciones y problemas. Infinidad de trabajos advierten de la destrucción de empleo que causará la robotización económica. La riada tecnológica en la sociedad postindustrial ha puesto en duda muchos de los asideros que creíamos sólidos. Se vive un cambio y una transformación cuyo alcance todavía no entendemos. «No solo en el plano político, con la multiplicación de voces y canales, sino también en la ciencia, a través de la capacidad ciudadana de producir investigación, o en la medicina, con la tecnología al servicio de la mejora de la calidad de vida», describe Tíscar Lara, directora de comunicación de la Escuela de Organización Industrial (EOI). «Fruto de ello, nos encontramos con prótesis de bajo precio accesibles en países en vías de desarrollo, gracias a que se pueden fabricar en impresoras 3-D domésticas, y robots que asumen tareas logísticas aplicando inteligencia artificial». Pero todo este mundo solo será de verdad mejor cuando lo sea en las pequeñas cosas. Como conversar o entenderse. Verbos que vierten sentido a la existencia. De lo contrario, el nuevo Siglo de las Luces únicamente iluminará la noche oscura del alma.

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