Cultura

«A veces no descubrimos a los demás hasta que percibimos nuestra fragilidad»

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29
octubre
2020

Nickolas Butler publicó en 2013 ‘Canciones de amor a quemarropa‘ (Libros del Asteroide), su primera novela, y de inmediato irrumpió como un notable cronista del Medio Oeste americano. Sus relatos mezclan sencillez, angustia y lirismo y evocan imágenes puras de la amistad, el amor o el sentido de comunidad. Este último es uno de los temas que se cuela en esta entrevista en la que aborda, entre otras cuestiones, la imagen que su obra proyecta de ese país ilimitado y profundo que celebra elecciones el 3 de noviembre. Butler (Pensilvania, 1979) se conecta a la videollamada desde su casa al sur de Eau Claire, Wisconsin, donde se recluye junto a su mujer y sus hijos ajeno al entusiasmo que el confinamiento ha despertado en otros creadores. «Siento ansiedad y preocupación y estos no son estados que me permitan escribir. Antes no salía mucho, pero ahora echo de menos a mis amigos y a otras personas próximas», revela sentado en su mesa de trabajo, desde donde contempla el frío invierno estadounidense, que ya ha dejado caer la primera nevada.


Sus lectores rastrean en sus novelas las vidas de los estadounidenses del Medio Oeste. ¿Tanto le deben sus personajes a este territorio?

Creo que, como cualquier otro escritor, trabajo con aquello que conozco. Y, aunque viajo bastante, toda mi vida la he pasado aquí. En el Medio Oeste, si eres uno de tantos jóvenes que crecen en una familia de granjeros, financieramente lo tienes cada vez más difícil. La tierra es muy cara y no es fácil echar a andar una granja. Luego están las manufacturas y sus buenos trabajos sindicados, pero eso casi ha desaparecido por completo. Tan lejos como puedo remontarme no recuerdo otra cosa que problemas, gente tratando de reinventarse, de encontrar un modo de supervivencia. Ha sido algo tan próximo que es inevitable que aparezca en mi trabajo.

Hay acciones y sentimientos que quizá no serían similares en escenarios urbanos. La culpa, por ejemplo, la mencionan sus personajes a menudo.

Sí, podemos verlo desde esa perspectiva. Más que culpa, a mi alrededor –y creo que eso es lo que se percibe después en mis libros– veo arrepentimiento. Más bien ese es el término correcto, no tanto el de culpa. Es algo que podría explicar hablando de mí mismo. Pienso que no soy un tipo perfecto, pero intento ser mejor persona, padre, marido y amigo cada día. Y cuando hago algo mal, como no ser totalmente honesto o abierto en ciertas situaciones con quien me importa, de veras me acabo sintiendo molesto. Es algo que siempre me ha ocurrido y que también llevo a mi ficción porque me gusta que mis personajes se desarrollen –y soy incapaz de concebir que una persona cambie sin lamentar ciertas acciones que ha llevado a cabo–.

«Trump es alguien a quien nunca ha tocado el clima. Es un tipo que nunca está a la intemperie»

¿Pero diría que esas experiencias pertenecen más a unas zonas de EE UU que a otras?

Puede ser… Me gusta creer que sí y que es debido a que este [el Medio Oeste] es uno de los últimos lugares de América donde la gente todavía se vincula estrechamente a un código, donde existe una conducta moral. Y que eso informa sus acciones. Si miro a mi alrededor, a mi familia o a mis vecinos, ocurre efectivamente así. Seguramente en Brooklyn exista algo parecido, y también en otras partes. Puede que aún esté en el corazón de este país.

Y luego está esa «proverbial amabilidad del Medio Oeste», como usted la denomina. Ya que las cosas van mal, al menos habrá que tener consideración hacia los demás…

Yo lo veo así. Muchos de mis vecinos viven hoy en el mismo lugar donde se asentaron sus antepasados, los primeros pobladores europeos. Eran personas que tenían una relación muy profunda con la tierra y también entre ellos, fundamentalmente debido a que necesitaban protegerse mutuamente. Pienso que esa solidaridad aún existe de algún modo. A veces no descubrimos a los demás hasta que percibimos nuestra fragilidad. Y aquí eso es algo que ocurrre rápidamente: aunque solo sea para quitar la nieve de la puerta de tu garaje o porque se te ha estropeado la caldera, en esta zona del mundo necesitas a tus vecinos.

Un día antes de esta conversación, Butler publicó un post en Instagram en el que anunciaba que acababa de votar por el candidato demócrata, Joe Biden. Cuatro años atrás, Wisconsin fue uno de los feudos clave en el resultado electoral al otorgar una estrecha victoria a Trump frente a Clinton. Un 86% de los habitantes de este Estado es blanco y parte de este grupo de población, a juzgar por las palabras del escritor, «no siente mucha simpatía» por movimientos sociales en auge como Black Lives Matter, que aboga por la igualdad de los afroestadounidenses. Más allá de su relevancia para la contienda electoral, Wisconsin es uno de esos Estados en los que se evaluará la capacidad del ganador de unir a una sociedad que está cada día más polarizada.

¿Es la que existe entre el campo y la ciudad la mayor fractura que sufre su país?

No sé. Puede ser que sí. Tal vez en este momento sí lo sea. En cualquier caso, esto sí es algo que sabría explicarle a una persona que no ha estado nunca aquí. Me bastaría salir de mi casa y caminar apenas dos millas hasta dar de bruces con unos amish que parecen de otro tiempo. Viven sin tecnología y para desplazarse usan caballos y carros. ¿Se ve lo mismo en grandes ciudades? Hay algunos ejemplos, pero sería más difícil. Estos amish son un caso límite, pero que muestra muy bien cómo parte de la brecha la explica la tecnología, parte la religión y, claro, otra parte también el miedo a la diversidad. El campo y la ciudad en Estados Unidos son dos realidades que cada vez están más alejadas. Y el problema es que eso se explota electoralmente.

Pero eso ocurre en muchos otros países. ¿Qué hay esencialmente estadounidense en esa división?

Es cierto que hay cosas en común con lo que ocurre en otros lugares, pero también existe un miedo diferente, muy americano, que se remonta a que aquí, hace siglos, los pobladores se bajaron de unos barcos, mataron a los indios, cruzaron el continente y se acostaban cada día sin saber qué habría a la vuelta de la esquina. Ese es el miedo que hace que muchos de mis vecinos, más de un siglo después, tengan cuatro o cinco armas en casa. Es algo del pasado, pero, al final, todo se remonta a que en el origen de este país se sintió mucho miedo. Y eso sigue ahí.

«Olvidamos que en los orígenes de EEUU hubo mucho miedo»

¿Trump es más una consecuencia que una causa de esa división?

El presidente forma parte del proceso, que es muy complejo. A comienzos del siglo XX, América era un país no sé si más saludable, pero definitivamente con sus habitantes mejor repartidos entre las zonas rurales y urbanas. Las migraciones hacia la ciudad hicieron astillas nuestra política, dejamos de estar unidos. Allí eran más ricos, más progresistas, con más tecnología. Aquí, para preservar esa unidad desaparecida, no quedaron más que las iglesias.

Y estos cuatro años, ¿para qué han servido?

Trump lo ha acaparado todo. Yo lo presento así: es alguien a quien nunca ha tocado el clima. Vive en la Torre Trump, toma un ascensor para bajar a la calle, una persona con un paraguas lo acerca a la limusina, otra persona con otro paraguas lo lleva de la limusina al avión… Es un tipo que nunca está a la intemperie. A mí eso me resulta espeluznante. ¿Cómo va a tener simpatía por un granjero de Wisconsin o un trabajador de la construcción que se muere de calor en Florida o Georgia? Alguien así no podría existir en el mundo que yo habito. A mí Trump me sirve para reflexionar sobre mi oficio, porque es alguien que acabaría con la ficción: que no es complejo, que no examina lo que hace, que todo lo decide por puro placer.

¿Revertirá Biden la división?

La gente tiene una buena imagen de él, pero no creo que vaya a plantearle a este país y a sus futuras generaciones los desafíos adecuados. Miro cada mañana a mis hijos y me preocupan muchas cosas, por ejemplo la crisis del medio ambiente, y no veo que la alternativa a Trump vaya a acelerar ninguna transición. Si algo unirá a este pueblo es un político que se atreva a plantear un gran proyecto en lugares donde no gusta mucho ni él ni lo que pueda decir. Y no veo que Biden vaya a Virginia Occidental o a Oklahoma a batirse el cobre. Creo que el país en general lo ve como alguien que ha hecho cosas importantes, pero que está ya en claro declive. Desgraciadamente creo que, de ganar, no resolverá las frustraciones que dieron la victoria a Trump. No veo que se dirija a ellas.

El momento de la entrevista y la vinculación de la obra de Butler con un electorado clave en los comicios del martes obligan a abordar cuestiones políticas, pero ello no es óbice para que el escritor aborde algunos comentarios que su obra, celebrada casi unánimemente, ha recibido en España y en otros países. Algunos de sus lectores en estos lugares no hacen la misma lectura que aquellos que, antes de la pandemia de coronavirus, en Wisconsin o en estados próximos, se le acercaban en las presentaciones: le perciben muy apegado a unas ideas de las relaciones de pareja, familiares y de amistad que, a fuerza de rurales –dicen–, no pueden ser sino tradicionales.

«La buena ficción trata de buenas personas comportándose no tan bien»

¿Conoce este comentario de que es un escritor tradicionalista? 

Mi español es sólo lo suficientemente bueno para escuchar lo que la gente dice y hacerme una pequeña idea. Aunque puedo leer, entiendo a medias. No sé si los críticos en sus textos o los lectores que pueden hacerme este comentario se refieren a que soy conservador políticamente o a otra cosa.

No necesariamente, pero también.

Bien. Eso tiene sentido. Cuando escribo una novela no pienso en hablar del bien y del mal, de la política o de la amistad. No trabajo de ese modo. Pienso más bien en cómo construir una historia por la que los lectores se vayan a interesar y en cómo poblarla de personajes siguiendo el mismo principio. Después, creo que confío lo suficiente en mi intelecto para que vaya desparramando todas mis preocupaciones en ella. Y siempre me han interesado las nociones de amor, amistad, honor… Creo que eso me viene de los autores a los que leí primero, que fueron los que, quizá, más me influenciaron, como Steinbeck o Hemingway. Abordaban estos mismos conceptos casi siempre y coincido, es cierto, que son cuestiones que pueden ser consideradas tradicionales. Pero están en el tejado de lo que toda historia debería contar. Esto va del bien y el mal, la amistad y el amor, también del odio y de luchar por lo que uno cree. Lo que definitivamente no hago es escribir para planteármelas. Es algo que nace por sí solo.

¿Y considera que se pone en riesgo lo suficiente? Han dicho de su obra que siempre acaba como a Nickolas Butler le gustaría que lo hiciera.

Eso se lo preguntan, quizá, quienes ven en mí a un autor absolutamente realista. Pero si escribiera una novela basada en mí sería la historia de un padre, alguien que lleva a sus hijos al colegio, que hace parte del trabajo del hogar, que corta madera, que lee, que piensa en el sexo constantemente… No lo sé: quizá fuera un buen libro. Pero prefiero presionar a mis personajes y hacerles tomar decisiones difíciles. Un profesor mío decía que la buena ficción trata de buenas personas comportándose no tan bien. Esa es algo que me aplico al dedillo.

Y esas cosas no tan buenas están también dentro de uno.

Sí, y la ficción te permite explorarlas. Por ejemplo, en los últimos diez años he estado preguntándome por qué sentía envidia de la vida de mis amigos o por qué de me daba celos algo que ocurría en la vida de mi hermano. Y me decía a mí mismo: «¿Por qué te ocurre esto, si tienes una mujer, unos chicos, una casa en el campo estupendos?». La suerte es que como artista puedo sentarme conmigo mismo y hacer ficción con todo eso. Confieso que mi último libro, Algo en lo que creer (Libros del Asteroide), lo escribí en un momento en el que me surgía mucho el pensamiento del ultramundo. Pero, de nuevo, no construyo a mis personajes pensando en mí mismo, sino para que representen un espectro de creencias amplio, de alguna manera. Creo que no soy un escritor realista en ese sentido. No parto de la realidad, sino que esta se filtra en lo que cuento después, y con algo de magia.

¿Pero no debe la ficción de alguna forma devolverle al escritor algo distinto? ¿O usted prefiere ser transparente?

Si alguien dice que se imagina quién soy después de leer uno de mis libros, lo único que puedo decir es que eso me hace muy feliz. Está bien que un lector haya entrado tanto en una historia que he escrito como para hacerse una idea acertada de qué clase de tipo soy yo en realidad.

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