Salud

La pandemia de la identidad invisible

El sexo y el género se entrelazan con otros factores identitarios, desde el estatus socioeconómico hasta las tradiciones culturales, e influyen estrechamente en los impactos de la covid-19: la pandemia no afecta por igual a hombres y mujeres, y las diferencias entre ambos comienzan en la recogida de datos.

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11
junio
2020

Durante siglos, la medicina se ha mantenido fiel a la idea de «el hombre por defecto» que planteaba Simone de Beauvoir: la consideración del hombre como modelo ideal en la investigación biomédica ha convertido el ser mujer en factor de riesgo, perpetuando el sesgo de sexo y género en la atención sanitaria. Mejorar la efectividad de las políticas sanitarias y lograr la equidad está a nuestro alcance, y la pandemia de la covid-19 presenta una oportunidad inigualable para ello.

En una carta dirigida a Caroline Kennard, no sin lamentarse, Charles Darwin afirmaba que, a pesar de ser superiores moralmente, las mujeres poseían una inteligencia inferior a los hombres. Históricamente, incluso las mentes más célebres han dedicado grandes esfuerzos a tratar de demostrar la teoría del «sexo débil» en todos los ámbitos. Los escasos conocimientos adquiridos sobre la biología de la mujer en este proceso nos excluyeron durante siglos de toda investigación médica. El razonamiento, de poco sustento y naturaleza vaga, era que los niveles hormonales de las mujeres cambian demasiado y con excesiva frecuencia, lo cual dificulta la interpretación de los resultados de cualquier estudio. De aquí derivan intervenciones y tratamientos médicos de talla única que invisibilizan las necesidades de las mujeres. Como una consecuencia añadida entre tantas, gracias a unos umbrales diagnósticos construidos con el hombre como referente, las mujeres tienen el doble de probabilidades de recibir un diagnóstico erróneo de un ataque cardíaco frente al sexo opuesto.

Aunque nada tienen que ver con la inteligencia o la moral, existen diferencias fundamentales entre hombres y mujeres a nivel biológico. Independientemente de nuestro género, todas y cada una de nuestras células contienen material genético que determina nuestro sexo. En general, las mujeres tienen dos copias del cromosoma X, aunque apenas expresan genes en una de ellas, mientras que los hombres tienen un solo cromosoma X, y un cromosoma Y. Si las mujeres tenemos una ventaja sobre la población masculina son precisamente nuestros dos cromosomas X. Los hombres tienen mayor probabilidad de sufrir enfermedades ligadas al cromosoma X, como la hemofilia –al tener una única copia del mismo, no disponen de un «comodín»–. El sexo del embrión depende de la presencia o ausencia del cromosoma Y; una vez establecido, cada sexo comienza a producir hormonas distintas, las cuales contribuyen a la determinación de los atributos físicos que los conforman.

Las mujeres tienen el doble de probabilidades de recibir un diagnóstico erróneo de un ataque cardíaco frente al sexo opuesto

Un cóctel de genética y hormonas particular a cada sexo es la base de nuestro sistema inmune. Las mujeres somos más resistentes que los hombres ante las infecciones, pero precisamente esa efectividad corre el riesgo de convertirse en nuestro peor enemigo, ya que también padecemos más enfermedades autoinmunes. El papel del sexo biológico como determinante de la salud es indudable, pero, ¿qué hay del género? Mientras que el sexo se refiere al conjunto de atributos biológicos que vienen dados por factores genéticos y hormonales, el género es una construcción social que comprende los roles y comportamientos que influyen en la identidad de una persona. Así, el sexo es un componente biológico, normalmente considerado binario –a pesar de una realidad biológica más compleja–, y el género constituye un elemento social con expresiones diversas.

Sin embargo, resulta difícil discernir entre ambos a la hora de estudiar el riesgo y la vulnerabilidad de un individuo ante cualquier enfermedad. Por ejemplo, los hombres acuden al médico con menos frecuencia que las mujeres, lo que repercute en el pronóstico de cualquier enfermedad, y eso responde a un comportamiento social asociado al género que, de no tener en cuenta, podríamos relacionar erróneamente con el sexo. Así, las interacciones sexo-género son inseparables y constituyen un determinante crítico de la salud.

El papel del sexo y el género en la crisis del coronavirus

La covid-19 también entiende de sexos. A pesar de presentar una tasa de infección similar en ambos, la mortalidad es más elevada entre los hombres. En España, los datos recogidos por la RENAVE señalan que, de los casos que se encuentran desglosados por sexo –un 99% del total–, un 56% de hospitalizados y un 70% de los ingresados en las UCIs son hombres. El patrón se repite en los países en los que existe información desglosada por sexo, que desafortunadamente son escasos. Debido –al menos parcialmente– al funcionamiento de su sistema inmune, los hombres sufren la enfermedad de forma más grave que las mujeres.

La mayor vulnerabilidad ante el virus en la población masculina podría deberse también a la localización del famoso receptor del SARS-Cov-2, el ACE2, en el cromosoma X. También desempeñan un papel importante los roles relacionados con el género. Aunque varía en función de la edad, la incidencia de condiciones médicas que aumentan el riesgo de covid-19 (hipertensión, enfermedades respiratorias…) es más elevada en la población masculina. En parte, el riesgo superior de padecer dichas enfermedades responde a comportamientos tradicionalmente asociados al género masculino, por ejemplo, ser fumador o mostrarse reacio a acudir al médico.

Los valores que se utilizan como umbrales en las pruebas serológicas y en los tests de detección también deben de ajustarse al sexo biológico, puesto que tanto los niveles de material genético viral en sangre como la cantidad de anticuerpos generados frente al virus son distintos entre hombres y mujeres en diversas infecciones víricas. En el caso de la covid-19, varios estudios señalan un mayor volumen de anticuerpos entre las mujeres, en particular aquellas que se encuentran en estado grave, lo cual a su vez podría contribuir a su inferior mortalidad frente a los hombres. Siguiendo el mismo planteamiento, es imprescindible que los estudios clínicos centrados en el desarrollo de vacunas y otras terapias se evalúen segregando a los participantes en base al sexo, pues la eficacia y toxicidad de cualquier fármaco a menudo varía entre ambos. Aplicar una perspectiva de sexo y género a la investigación sobre la covid-19 es fundamental para comprender cómo afecta la enfermedad a hombres y mujeres, y en consecuencia tener la capacidad de ofrecer atención médica de mayor calidad que responda a las necesidades individuales, con el objetivo de promover el bienestar común.

La brecha comienza en los datos

En plena crisis del coronavirus, las revistas científicas están desbordadas por publicaciones que salen a la luz a una velocidad sin precedentes. Pero ¿está la investigación tomando una perspectiva de sexo y género? La iniciativa Global Health 50/50 recoge un índice de datos segregados por sexo en los 39 países en los que esta información, al menos parcialmente, se encuentra disponible. Países como el Reino Unido, Estados Unidos, Rusia o Brasil no recogen el número de contagios, hospitalizaciones y fallecimientos desglosados por sexo, e incluso en los países que sí lo hacen, no todos los casos notificados disponen de esta información.

La brecha de sexo y género está arraigada en la recogida de datos. Debido a esta falta de uniformidad en su recopilación, plataformas de referencia como el Centro Europeo de Control y Prevención de Enfermedades no disponen de información segregada por sexo. Además, son escasos los países que realizan un seguimiento de los resultados de los tests de detección del SARS-Cov-2 en hombres y mujeres. Tal información es fundamental para contextualizar los datos de los que sí disponemos, ya que desconocemos si existe una desigualdad en la realización de pruebas: en la era de la información, carecemos de ella en un ámbito en el que resulta tan necesaria.

Aunque afortunadamente las instituciones públicas que financian la investigación médica hacen cada vez más énfasis en la importancia de segregar los estudios por sexo, las lagunas de información se perpetúan en la investigación biomédica y los estudios clínicos. En PubMed, la base de datos de publicaciones científicas especializada en ciencias de la salud, una búsqueda de artículos sobre la covid-19 con las palabras clave «sex-specific» y «sex differences», términos que se utilizan a menudo en investigación en los estudios desglosados por sexo, revela 77 referencias bibliográficas frente a 12,379 totales sobre la enfermedad publicadas en el último año.

Plataformas de referencia como el Centro Europeo de Control y Prevención de Enfermedades no disponen de información segregada por sexo

A grandes rasgos, sabemos que las mujeres enferman más, mientras que los hombres tienen una menor esperanza de vida. Las razones son tan biológicas y genéticas como sociales: los aspectos de índole social y relativos al género son complementarios e inseparables de la naturaleza biológica en lo concerniente a las diferencias entre hombres y mujeres en temas de salud.

Las mujeres somos la única mayoría demográfica que se percibe como minoría en todos los ámbitos. Como consecuencia de ser distintas y, además, desiguales, compartimos los sesgos sociales que acentúan el impacto de los vacíos de conocimiento sobre nuestra biología con muchas otras minorías: minorías sexuales, étnicas o personas migrantes, entre otras. Más allá del género, recoger datos sobre las múltiples variables que conforman la identidad de un individuo (orientación sexual, nivel educativo, cultura…) puede resultar tedioso, pero está tan lejos de ser imposible como de reconocerse como importante. Existen ramas de la epidemiología que estudian formas de introducir dichas variables en la investigación en salud pública. Las minorías sociales se enfrentan a un conjunto de dificultades agravadas por la crisis del coronavirus, incluyendo situaciones de precariedad económica, explotación laboral y violencia doméstica. Estas situaciones retroalimentan el estado de salud y bienestar de una persona, no necesariamente de forma inmediata, sino pudiendo generar problemas físicos y psicológicos a largo plazo. Solo incorporando dichas variables de forma sistemática en la investigación en salud pública podremos llegar a políticas sociales y sanitarias que reduzcan la desigualdad que sufren las minorías.

El sexo y el género se entrelazan con otros factores identitarios, desde el estatus socioeconómico hasta las tradiciones culturales, e influyen estrechamente en los impactos de la covid-19, tanto a corto como a largo plazo. Así pues, este conjunto de factores conforma el riesgo y la vulnerabilidad de un grupo social ante cualquier enfermedad. Quizá las mentes célebres de los comienzos de la medicina moderna no se equivocaban en la complejidad del asunto, pero sí en su manera de abordarlo: la ciencia debe de responder a las necesidades sociales, y está en nuestras manos que así lo haga. La visión de la medicina a través de una lente masculina ha pasado factura a la calidad de la atención sanitaria en las mujeres, pero la incorporación de una perspectiva de sexo y género que considere factores sociales favorece la salud y el bienestar común.


(*) Icíar Fernández Boyano es investigadora en la Universidad de British Columbia y BC Children’s Hospital Research Institute.

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