Salud
«No podemos confiar en tener una vacuna lista dentro de año y medio»
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COLABORA2020
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Miguel Hernán (Madrid, 1970), es un ejemplo de fuga –y recuperación– de talento: el catedrático de epidemiología en la Universidad de Harvard regresó a España hace dos meses para formar parte de varios estudios sobre el coronavirus junto al Ministerio de Sanidad. Hoy forma parte del grupo de expertos que asesora al Gobierno en la gestión de la crisis de la Covid-19.
Ayer tuvo una reunión con el comité científico. ¿Puede contarme algo de lo que allí hablaron?
No, de momento. Todos los contenidos de esa reunión son confidenciales.
Algunos medios denuncian «falta de transparencia» respecto a las personas que componen el grupo de expertos que asesora al Gobierno.
A mí me sorprende mucho este revuelo sobre los nombres, porque se han dado. Creo que la confusión radica en que hay tres grupos distintos. El primero es el comité científico que asesora al presidente del Gobierno, dirigido por Fernando Simón, y cuyos miembros son públicos desde marzo. Yo soy uno de esos miembros y, si tú no lo supieras, no estarías entrevistándome ahora mismo. Hay otros grupos de expertos que han asesorado al Gobierno durante la preparación de la desescalada, y esos nombres también se han hecho públicos. Yo también he estado en ese grupo, por cierto. Y, en tercer lugar, hay un grupo técnico dentro del Ministerio de Sanidad, que es el que decide qué provincias pasan de fase. Ese es el grupo del que no se saben los nombres, porque son técnicos del Ministerio y de las Comunidades Autónomas, y entiendo que no se hacen sus nombres públicos para que no se ejerza presión en sus decisiones. Son funcionarios públicos. No creo que haya un secretismo, precisamente, en torno a esto, como muchos insinúan.
Usted ha repetido varias veces la siguiente frase: «No sabemos lo que va a pasar». Viniendo de un epidemiólogo de su categoría, no suena muy tranquilizador.
A mí me dan más miedo los que dicen que saben lo que hay que hacer. Este es un virus nuevo al que nunca antes se había enfrentado la humanidad, y por tanto, lo adecuado ahora es ser cauto. Hay que aceptar que existen incertidumbres pero, dicho esto, tenemos un método científico que siempre ha funcionado con incertidumbres. Esto no es nuevo.
«Apostar por que se vaya infectando un porcentaje de la población para detener la epidemia comporta serios costes humanos»
Lo único que sí se sabe a ciencia cierta es que la llave para volver a la normalidad es una vacuna que nos haga inmunes. ¿Es posible tenerla en un año, como se dice, por ejemplo, desde el Gobierno de Estados Unidos?
Tener una vacuna en un año o año y medio sería un récord histórico. No es imposible, pero la experiencia en vacunas anteriores nos demuestra otra cosa. No solo se trata del tiempo de desarrollo y toda la investigación que lleva detrás: también debemos considerar el tiempo que lleva poder producirla a escala industrial para toda la población.
De modo que ese plazo, que es que el que más se ha difundido, es demasiado optimista.
Sí, porque además, suele ocurrir que la primera vacuna no es muy efectiva y se va mejorando con el tiempo. No se está teniendo en cuenta eso.
Estados Unidos, el país con mayor número de contagios, ha puesto todas sus expectativas en la vacuna. Hasta entonces, parece que no tiene un plan alternativo y están reabriendo los comercios. Aunque la curva de infecciones y fallecimientos parece que no se va a aplanar hasta julio, con suerte…
Aunque desde fuera se vea como una entidad grande, es un país muy diverso y heterogéneo. Son muchas entidades y, ahora mismo, hay grandes áreas del país –como las zonas metropolitanas de Nueva York, de Boston o de California–, que llevan muchas semanas con un nivel de confinamiento totalmente comparable al de los países europeos. Otras áreas están adoptando una actitud, digamos, muy relajada. Como es lógico, la intensidad de la epidemia está disminuyendo en Nueva York, mientras está aumentando en otras partes del país.
Me refería más a los mensajes que llegan desde arriba, desde el Gobierno de Trump. Parece que apoyan más a esas áreas «relajadas» que a las que lo están haciendo bien.
A mí me da pena ver la descoordinación que hay entre las actuaciones de los diferentes Estados y en el propio Gobierno. El proceso de desescalada no está siendo racional, y debería estar mejor coordinado desde arriba.
«El repunte va a ser controlable siempre que se vayan creando los recursos necesarios para un pilotaje de la epidemia»
¿Por qué en España llegamos a unas cifras de contagios tan elevadas?
En Madrid y en la áreas colindantes hemos acabado abril con tasas de contagio de más del 10%, como sabemos ahora por el estudio de seroprevalencia. Y en el resto de España, con la excepción de Barcelona, las incidencias son más bajas, entre el dos y el cuatro por ciento. La pregunta no debería ser sobre España, sino sobre Madrid: si quitas la capital, el brote no ha sido muy diferente que en otros países donde la incidencia ha sido mucho menor.
Entonces, ciñámonos al caso madrileño.
Hablamos de una ciudad grande y muy densa si la comparamos con otras capitales europeas. Tiene un transporte público muy extendido y un gran número de visitantes. El ejemplo más comparable es Nueva York, con la que comparte estas características, y que está sufriendo una epidemia de una magnitud muy similar. Y, si quitas a Nueva York de la ecuación, el resto de Estados Unidos no está en una situación tan crítica. Es un caso muy parecido al de España.
La desescalada en España va acompañada de cifras muy bajas en contagios y fallecimientos, pero las consecuencias las veremos dentro de dos o tres semanas.
La cuestión clave es si la siguiente oleada será excesiva, o se mantendrá bajo control.
De modo que, desde el comité, ya dan por sentado que habrá una nueva oleada.
Hay que tener en cuenta que, después de dos meses de confinamiento, el número de infecciones en gran parte de España se ha quedado en unos niveles muy bajos. Pero tenemos que contar con que, a medida de que se abran la actividad económica y la circulación de personas por la calle, y aumente con ello el contacto social, habrá más contagios. Eso no tiene vuelta de hoja. Lo importante es que ese aumento no desborde la capacidad de nuestro sistema sanitario.
Pero tendrán algún tipo de previsión al respecto. ¿Confían en que ese repunte va a estar bajo control?
Creo que las cosas se están haciendo de una forma razonable.
«Si alguien nos hubiera dicho en febrero que íbamos a llegar a un distanciamiento social como el de ahora, no lo hubiéramos creído»
¿Podría concretar más?
Va a ser controlable siempre y cuando se vayan creando los recursos necesarios para un pilotaje de la epidemia. Dicho esto, es muy difícil saber lo que va a pasar porque lo que hemos experimentado en marzo ahora no tiene aplicabilidad: la situación ha cambiado radicalmente y la sociedad ha cambiado radicalmente. Mucha gente va con mascarillas por la calle, y la mayoría practica un distanciamiento social que hace solo tres meses era impensable. Por eso, todo lo que hemos aprendido basándonos en los datos de cómo se ha transmitido el virus en España, ahora ya no vale. Ha cambiado todo.
No hay datos, por tanto.
No, porque ha cambiado mucho la situación. Por eso es aventurado responder hoy sobre qué tipo de medidas se deben aplicar en las próximas semanas para que no se desborde la epidemia. La mejor manera de actuar es ir poco a poco, sin precipitarse, al mismo ritmo que van surgiendo los datos, antes de dar el siguiente paso.
Sí que se prevé que, en las zonas donde ha habido mayor número de contagios, la transmisión sea más lenta.
Claro, como en el caso de Madrid, siempre y cuando haya una inmunidad relativa.
¿Y respecto al rebrote de otoño? Los CDC (Centros para el Control y Prevención de Enfermedades) ya han advertido de que la oleada será más intensa.
Habrá rebrote en otoño siempre y cuando el virus se comporte de manera estacional, esto es, que se deje de transmitir en verano. Pero, si tenemos en cuenta lo que está pasando en otros países con climas cálidos, lo más probable es que el virus se siga propagando en verano.
Por tanto, las teorías de que el calor puede acabar con la Covid-19, eran erróneas.
El calor podría tener un efecto que disminuye la transmisión, pero en muchos países latinoamericanos cercanos al ecuador se está viendo una alta tasa de contagios. No es probable que el verano anule el virus.
A falta de vacuna, los test de diagnóstico de enfermedad activa (PCR) se presentan como una vía ineludible.
El primer objetivo para la gestión de la epidemia es que todas las personas con síntomas reciban un test. Para que eso ocurra, hace falta tener la capacidad de fabricar los componentes de los test y la de procesarlos en laboratorios clínicos. España ha avanzado mucho en estos frentes estos dos últimos meses.
«Lo que hemos aprendido basándonos en los datos de transmisión del virus en España, ya no vale: ha cambiado todo»
La percepción generalizada es que no hay test suficientes.
Los sistemas sanitarios autonómicos aún tienen mucho trabajo por delante para garantizar la administración de pruebas diagnósticas a todos los sintomáticos. Y, en segundo lugar, para garantizar el procesamiento rápido de esas pruebas en sus laboratorios clínicos. Este no es un problema solo de España, es algo generalizado entre los países occidentales, quizás con la excepción de Alemania. El resto de países también están trabajando duro ahora mismo para garantizar la capacidad de realizar test a todos sus sintomáticos.
Ha mencionado a Alemania, que comenzó ya en enero a producir test, porque sus laboratorios tienen esa capacidad de reacción. No es el caso de España, donde la inversión en ciencia e investigación, en las últimas dos décadas, ha sido de las más bajas de Europa. Usted es un ejemplo del talento que exportamos a otros países, porque aquí no se les dota de recursos.
En España hay mucho talento.
Eso es indudable, me refiero a los recursos.
El problema de este país es que falta un sistema que canalice adecuadamente ese talento. Dicho esto, yo estoy fuera, pero en estos dos últimos meses he trabajado en España rodeado de gente realmente buena que no tiene nada que envidiar a la gente con la que trabajo en Estados Unidos. Pero, claro, el ecosistema español no les permite desarrollar todas sus posibilidades.
Aunque la estrategia la van elaborando casi día a día, en función de los datos, hay expertos que opinan que, ante las perspectivas lejanas de una vacuna, lo único que se puede hacer es ir aumentando los contagios de una forma controlada, para aumentar la población inmune sin desbordar el sistema sanitario.
Hay que tener en cuenta que esa estrategia tiene riesgos. Para empezar, no tenemos la certeza de que las personas infectadas tengan una inmunidad de larga duración. Se supone que sí, pero no lo podemos afirmar con certeza hasta que no lo comprobemos en los próximos meses. El otro problema es que en España ha estado en contacto con el virus poco más del 5% de la población y tenemos 27.000 muertos. Imagina lo que supone que se infecte una gran parte de la población… Hablamos de cientos de miles de fallecimientos. Más, por supuesto, las personas que acaben en las UVI, con secuelas serias en el los pulmones o en otros órganos. Apostar por que se vaya infectando poco a poco un porcentaje de la población lo suficientemente alto como para que la epidemia se detenga es una estrategia que comporta serios costes humanos, y eso es algo que no podemos obviar.
¿Qué opina del caso de Suecia? Muchos lo ponen como ejemplo de que esa otra vía puede ser eficaz.
Conozco muy bien ese país –tengo allí un grupo de investigación– y Suecia es muy diferente a España en muchos aspectos. Está teniendo una epidemia mucho menos explosiva, y por eso se pueden permitir el lujo de hacer ciertas cosas que eran totalmente impensables en nuestro país, dada la magnitud de nuestra epidemia en marzo. Lo único que podíamos hacer era confinarnos, o el desbordamiento de los hospitales hubiera sido aún mayor. Dicho esto, es difícil saber por qué la epidemia en Suecia ha sido menos explosiva. Una posibilidad es que la cultura española implica mucho más contacto social: nos besamos para presentarnos, hay poca distancia entre espacios públicos, tenemos viviendas relativamente pequeñas, hay mucha relación intergeneracional y salimos mucho a la calle porque tenemos un clima que nos lo permite la mayor parte del año. Pero en Suecia llevan siglos practicando el distanciamiento social y la mitad de los hogares son unipersonales, por eso una estrategia razonable para la cultura sueca no lo es para la española. Pero como he dicho, todo cambia. Si alguien nos hubiera dicho en febrero, en España, que íbamos a llegar a un distanciamiento social como el de ahora, no lo hubiéramos creído.
El 10 de marzo avisaba en una columna en El País que estábamos al principio de una pandemia y había que practicar el distanciamiento social, evitar darnos la mano, darnos besos…
Sí, y recibí un montón de mensajes de los lectores, que me decían que era un exagerado. Con esto quiero decir que el cambio de la sociedad española en dos meses ha sido brutal.
«No es una cuestión de libertades individuales ni de libertad de mercado: queramos o no, esta es una crisis en la que estamos todos juntos»
En este punto me resulta inevitable preguntarle por esas concentraciones de protesta contra el Gobierno que se están organizando en el barrio Salamanca de Madrid. ¿Lo ve como algo anecdótico y puntual, o le preocupa realmente que estos movimientos se extiendan? Sobre todo, si miramos a los alzamientos subversivos en algunos condados republicanos de Estados Unidos, o las concentraciones de la izquierda radical en Alemania. Todos reclaman lo mismo: su «libertad».
Me parece realmente preocupante. No es una cuestión de libertades individuales ni de libertad de mercado, ni en Estados Unidos ni en Europa. Son conceptos muy importantes que se están utilizando de forma irresponsable para marcar un territorio ideológico o para atacar a adversarios políticos. Queramos o no, esta es una crisis en la que estamos todos juntos y, con esos movimientos, nos ponemos en peligro los unos a los otros. La libertad individual acaba donde empieza la del otro. Yo espero que prime la racionalidad. Lo que ha pasado en España en marzo y en abril ha sido muy, muy duro. El sistema sanitario ha estado bajo una presión sin precedentes, y no queremos –yo creo que nadie quiere– que eso vuelva a pasar. Tenemos que estar juntos en esto.
Hay quien puede rebatirle con que, cuando hablamos de nuestra subsistencia, la economía tiene la misma importancia, o más si cabe, que la salud pública y que por eso hay que empezar a normalizar la solución y a reabrir comercios.
Esa dicotomía entre salud pública y economía es falsa. La única forma en que se puede reactivar la economía de una forma sostenida en el tiempo es si va acompañado de una gestión epidémica que no lleve a nuevos rebrotes descontrolados. No es una cosa o la otra, es todo a la vez.
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