Opinión

De la pandemia a la leyenda

El coronavirus no parece haber sido suficiente para establecer una simarquía de la humanidad: estamos luchando a la vez, pero no juntos. Compartimos la responsabilidad de quedarnos en casa y los esfuerzos para encontrar una cura que nos lleve hacia la victoria, pero no compartimos la derrota.

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16
abril
2020

Las leyendas hacen que la realidad sea soportable, sobre todo cuando esta es adversa. Le dan un sentido al sufrimiento y, a nosotros, una razón para seguir. Será quizá por eso que, ya desde el principio de esta pandemia, estamos hablando de héroes, de mártires, de un enemigo común o de la pertenencia a la raza humana. Y lo hacemos, además, con términos épicos, como los números, las bajas o la importancia de resistir. Igual que en 300, esa película que narra –a su modo– la legendaria batalla de trescientos héroes espartanos que resistieron en el paso de las Termópilas para proteger al resto de los griegos, sabiendo que con ello darían su vida.

En la escena final, podemos ver un gran ejército de soldados venidos de ciudades-estado de toda Grecia. Los espartanos habían perdido en las Termópilas, los atenienses vencieron en las batallas de Salamina y Maratón. Y, juntos, ganaron la guerra en Platea. A esta antigua institución los griegos la llamaban simarquía, «luchar juntos». El problema es que la simarquía formalizaba una alianza, pero no una voluntad común. Así que, cuando llegó la paz, Atenas se creyó sus glorias y Esparta reivindicó la suyas. Una fundó la liga de Delos y la otra, la del Peloponeso. Y así pasaron más de un siglo enfrentándose y debilitándose hasta que Filipo II El macedonio los conquistara fácilmente a todos.

Los griegos tenían una imagen muy nítida de lo que era el mundo helénico y un claro sentimiento de pertenencia a una cultura común. De hecho, a pesar de sus tres milenios de historia, su idioma ha permanecido más estable que muchas de nuestras lenguas romances, con mucha menos historia. Seguramente fue gracias a las instituciones educativas, el registro escrito y esa fuerte conciencia de comunidad. Sin embargo, para luchar juntos y crear una gran alianza común fue necesaria una amenaza externa.

«Cuando superemos la pandemia, la victoria será común, pero las derrotas habrán sido todas particulares»

La convergencia tecnológica está llevando paulatinamente a la humanidad, si no a una cultura común, a una cultura compartida. Aun así, esta amenaza que es el coronavirus no parece haber sido suficiente para establecer una simarquía de la humanidad. Estamos luchando a la vez, pero no juntos. Es verdad que se han multiplicado los actos maravillosos de solidaridad o que algunas personas están dando, literalmente, todo para protegernos. Es verdad que compartimos la responsabilidad de quedarnos en casa y los esfuerzos para encontrar una cura que nos lleve hacia la victoria. Pero hay una cosa que no compartimos: la derrota.

Cuando superemos la pandemia, la victoria será común, pero las derrotas habrán sido todas particulares, especialmente las de los desprotegidos, los marginados, los que no tienen una sociedad fuerte que los respalde, quienes no tienen cobertura sanitaria… todas esas personas que no han nacido en el lugar ni el tiempo apropiados. Y entonces, quizá, al ver los estragos causados, decidamos reforzar las viejas alianzas del siglo anterior, que ya habían empezado a descomponerse. Pero eso ya no será suficiente. Si queremos compartir las derrotas y que la victoria sea perpetua, habremos de formalizar un gran acuerdo, no una simple alianza, y constituir juntos las instituciones que den forma a la solidaridad y nos ayuden a controlar nuestras pesadas maquinarias que, aún siendo racionales, estamos usando de forma irracional, destruyendo nuestro entorno y matando a nuestros congéneres. Porque la mayor amenaza para la humanidad somos nosotros mismos, sin control, sin restricciones, sin un acuerdo social que limite nuestra voracidad.

Los griegos constituyeron la simarquía para luchar contra un adversario común, pero sus peores enemigos fueron ellos mismos, y eso los condujo a una época de declive económico y social –aunque ciertamente no para el desarrollo del pensamiento–. Por eso, para fundar la simarquía de la humanidad no deberíamos buscar los enemigos fuera, sino dentro: nuestro orgullo, como el de Esparta; nuestra soberbia, como la de Atenas; nuestra ambición, como la de las pequeñas ciudades peloponesas; nuestro egoísmo, como el de los jonios. Podemos estar seguros de que volverán a estar presentes cuando hayamos vencido juntos al coronavirus y la realidad que vivimos ahora sea solo una leyenda.

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