Opinión

Excesos: amenazas a la prosperidad global

En la necesaria transición a un sistema más justo y estable, Europa está obligada a ejercer su liderazgo, a velar más intensamente por la calidad de la democracia. En ‘Excesos: amenazas a la prosperidad global’ (Planeta), Emilio Ontiveros hace una reflexión esperanzada sobre cómo anticiparse al mundo que viene.

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28
febrero
2020

¿Hasta qué punto podremos evitar la próxima crisis? ¿Existen posibilidades de corregir las tendencias autodestructivas en la dinámica de globalización y orientar esta al bienestar de la mayoría de los ciudadanos? ¿Es irreversible la ampliación de la desigualdad en la distribución de la renta y de la riqueza? ¿Seguirá coexistiendo esa desigualdad con la concentración de las grandes empresas y el aumento de su poder de mercado? ¿Existen límites al deterioro del medio ambiente?

No son dudas retóricas, sino reflejos de las inquietudes que numerosos ciudadanos en todo el mundo albergan en los momentos actuales. Son también algunos de los fundamentos en los que se basa el distanciamiento de las élites y de las instituciones en muchos países. Pero es más inquietante que lo ya verificado no sea más que una muestra de algo más amplio y determinante en la vida y organización política de los países. Son exponentes que nublan el optimismo sobre el progreso, la cooperación. Es verdad que en las últimas décadas se ha reducido la pobreza, que se ha tomado conciencia, aunque un poco tardía, sobre las consecuencias del cambio climático, que la democracia ha extendido su influencia como forma de gobierno. Pero se percibe una inflexión, un cierto agotamiento del sistema económico, necesitado de impulsos y renovadas adhesiones. Existen riesgos serios de confrontación, de que se echen por tierra instituciones basadas en la cooperación, de que se venga abajo el propio convencimiento de que la cooperación es necesaria.

Está claro que el fin de la historia tendrá que esperar, como ha sugerido entre otros Yuval Noah Harari. El decreciente grado de satisfacción con el funcionamiento del sistema económico capitalista y con la democracia liberal no es precisamente síntoma del final homogeneizador que anticipó Francis Fukuyama. Bajo formas aparentemente distintas a la tradicional oposición entre capitalismo y socialismo, incluso entre izquierda y derecha, han emergido planteamientos que están lejos de aquel idealizado consenso ideológico.

«Europa está obligada a ejercer su liderazgo en la transición a un sistema más justo y estable»

Son demasiadas las evidencias que deja el pasado reciente y las amenazas existentes en esta segunda década del siglo como para confiar en la capacidad de autocorrección del sistema. Es necesaria una política que tenga el bienestar de la mayoría, la inclusión, como prioridad fundamental. Para garantizar la defensa inteligente del libre comercio, pero lejos del papanatismo ultraliberal de estos últimos años. Sería un libre comercio supeditado a la defensa de los menos protegidos, asociado a políticas de compensación de sus efectos no pretendidos, desde la desigualdad en la distribución de la renta a los daños al ecosistema. Y para ello, la acción de los gobiernos nacionales, por muy poderosos que sean, no es suficiente. El fortalecimiento de las organizaciones multilaterales es otra de las condiciones necesarias para que pueda mantenerse la apuesta por la libertad de los intercambios, la movilidad de las de personas, de capitales, de información y del conocimiento. Y también se necesitan normas comunes en ámbitos que se han mostrado tan sensibles como las finanzas o la regulación de la competencia y fiscalidad de las grandes empresas.

Aunque signifiquen una seria inflexión en la tendencia de progreso que conformó una de las bases de la Ilustración, los problemas revelados en estas tres últimas décadas no son obstáculos permanentes. Pero para mantener ese optimismo histórico en la vigencia de ideales propios de la Ilustración que defiende Steven Pinker es necesario asimilar las lecciones de estos últimos años, el origen de los excesos relatados en las páginas que siguen. Las amenazas que asoman en su lectura no se exponen para intimidar o asustar: es una puesta en común de elementos útiles para evaluar una realidad susceptible de cambio.

En ese propósito, en la necesaria transición a un sistema más justo y estable, Europa está obligada a ejercer su liderazgo, a velar más intensamente por la calidad de la democracia, adecuando las políticas económicas a la preservación y mejora del proyecto integrador. Ha de hacerlo de forma cooperativa, con la misma capacidad que ha mostrado desde que en los años cincuenta del siglo pasado se propuso exorcizar las amenazas que la habían convertido en el escenario de las dos guerras mundiales.


Este es un fragmento de ‘Excesos: amenazas a la prosperidad global’ de Emilio Ontiveros (Planeta).

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