Educación
Educación de ayer para la sociedad del mañana
El último informe PISA revela que los países desarrollados, en su mayoría, están estancados o retroceden en la eficacia de su sistema educativo. Ante un futuro incierto para la enseñanza, las corrientes tradicionalistas chocan con las más innovadoras. Y, en algunos casos, confluyen.
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Corren tiempos desconcertantes para la educación. Las nuevas tecnologías arrasan con toda nuestra cotidianidad y nos llevan a cambios constantes, a menudo improvisados por la velocidad con la que suceden. Estamos ya en una suerte de tiovivo acelerado y no vemos el momento de bajarnos de él. Como señala el filósofo y pedagogo José Antonio Marina en su libro El bosque pedagógico (Planeta, 2017), necesitamos más que nunca «una educación potente y eficaz para afrontar lo que viene, que incluirá el concepto de transhumanismo, pero no sabemos cómo pensarla». Desde el fin de la dictadura se han dictado siete leyes referidas a la enseñanza, de la LGE a la LOMCE, fuertemente politizadas y con un implacable sesgo dogmático impuesto por el Gobierno de turno. Las consecuencias quedan plasmadas en cada informe PISA: aparte de algunas felices excepciones como Galicia, España solo da pasos hacia atrás y, en el último, ha quedado por debajo de la media de la OCDE.
El estancamiento y el retroceso es algo que se repite en la mayoría de los países desarrollados. La educación, como dice Marina, está en un proceso de cambio y de futuro incierto –en el que todo cabe, desde una refundación de la pedagogía– hasta su desaparición, como vaticinaba el pensador austriaco Iván Illich en los años setenta, algo que muchos expertos hoy no descartan.
Entre quienes presuponen –en el entorno pedagógico– que la educación seguirá evolucionando, las corrientes son diversas: hay quienes pugnan por una vuelta a la enseñanza tradicional, como Inger Enkvist, hispanista de la Universidad de Lund y exasesora del Ministerio de Educación de Suecia, cuyas teorías han impregnado la opinión pública en los últimos años. Otros movimientos apuestan por una revolución total. Y también los hay que defienden un punto intermedio y pensado, tal es el caso de Marina: «Debemos recoger de la enseñanza de toda la vida lo que funciona, y, al mismo tiempo, aplicar lo que ofrecen las nuevas tecnologías. No es una cuestión de todo o nada». El filósofo reivindica, por ejemplo, el ejercicio de la memoria como eje central. Pero eso no pasa por aprenderse una lista interminable de monarcas o de ríos y regiones. «Tenemos que recuperar la idea de qué es lo que hace la memoria realmente. Es fundamental en todo aprendizaje, no solo en el de conceptos y datos, sino también en el de procedimiento, esto es, resolver problemas», explica, y añade: «Eso no solo no está reñido con la memoria, sino que la hace necesaria y, por tanto, hay que entrenarla».
El filósofo, al que el Gobierno encargó hace cuatro años el Libro Blanco de la Profesión Docente (que marcaba las pautas de formación a los nuevos profesores), opina que uno de los mayores problemas a los que nos enfrentamos son las estructuras tan rígidas a la hora de diseñar el sistema educativo. «¿Por qué tienen que estar todos los alumnos a la misma edad en el mismo curso? Es un disparate. Y, además, nos empeñamos en unos currículos tan sumamente grandes que no dejan tiempo para ser aplicados. Por tanto, el debate no es si hay que dedicarse a la memoria o no, sino de si los conceptos los utilizas o te limitas a retenerlos de forma aislada, en cuyo caso valen para muy poco».
José Antonio Marina: «Debemos recoger de la enseñanza tradicional lo que funciona, y, al mismo tiempo, aplicar las nuevas tecnologías»
Marina critica abiertamente esta suerte de edad de hielo en que se encuentra la educación en nuestro país. Y pone el foco en la política, incapaz de dejar a un lado ideologías interesadas. «No se ha hecho nada, es una parálisis institucional. Hace ya tres años presenté el libro blanco, que es fundamental para mejorar la educación, y no solo de los docentes, también de quienes dirigen los centros educativos. No se ha hecho nada con eso». Y apunta a otro problema: «Los recortes han provocado que descuidemos algo tan importante como la atención a los niños con necesidades educativas especiales, tanto quienes tienen dificultades de aprendizaje como quienes tienen altas capacidades. Seguimos teniendo, y ese es el gran fracaso del sistema, más que las notas en PISA, una cantidad inaceptable de alumnos que repiten algún curso: casi el 65% a lo largo de primaria o de secundaria. Si añadimos el número de abandonos, donde somos los penúltimos por la cola, estamos en una situación realmente crítica».
La vuelta al lápiz y el papel
Los países desarrollados están estancados en educación, a pesar de que muchos tienen más inversión, como apunta Inger Enkvist: «Miremos el contraste de Singapur, que sí que está progresando. ¿Cuál es la diferencia? Que allí el enfoque está en el conocimiento y en Occidente, cada vez más, en los alumnos. Prestamos más atención a su condición, a su felicidad, a si está en una situación igualitaria… Y dejamos de lado su aprendizaje. Deberíamos dar un poco más de importancia al conocimiento, sin descuidar al alumno y su condición. Llegar a una situación de más equilibrio». La pedagoga sueca insiste en la necesidad de una vuelta a la educación tradicional. «Hay corrientes que promueven que el nuevo conocimiento del siglo XXI es el que está en la red, y que la enseñanza debe enfocarse a encontrarlo y discernirlo. Yo creo que se equivocan. Estamos hablando de niños en la escuela obligatoria que necesitan conocimientos propios». Y matiza: «Un adulto que requiere de muchos conceptos en una situación profesional, que supone un vasto conocimiento de una materia, tal vez no necesite aprenderlo todo. Y ahí sí tiene sentido el acceso rápido que da la tecnología a diferentes tipos de conocimiento especializado. Pero los niños no tienen ninguna base, y no hay ningún estudio que haya probado todavía que es mejor para su desarrollo o adaptación social despojarlos de ese aprendizaje en la escuela de los datos y conceptos esenciales».
La experta es muy crítica, precisamente, con el país que más ha puntuado en el informe PISA: los niños de Finlandia ya no aprenden a escribir a mano, sino a mecanografiar directamente. «Se equivocan, porque no está probado por ningún estudio riguroso y fiable que eso sea positivo. Deberían ser más prudentes, ir probándolo en una o dos escuelas, y dejar que pasen bastantes años para ver qué consecuencias puede tener eso cuando sean adultos». Y explica: «Sí que se ha probado que hay una relación entre lo que hace la mano y la manera que tiene el cerebro de adquirir un conocimiento. Si cambiamos esa relación, deberíamos estar antes completamente convencidos de que es para mejor. Los niños de hoy ya están escribiendo mucho menos a mano que los de antes. En mi universidad me encuentro con muchos veinteañeros que tienen firmas que parecen la de un niño de 10 años. Deberíamos revertir eso, no potenciarlo».
Inger Enkvist: «La función del docente tiene varias facetas, no solo la de impartir conocimiento: tiene que crear una relación con el alumno»
Enkvist no reniega del encaje de las nuevas tecnologías en un concepto tradicional de la educación, pero advierte de que hay que hacerlo con tiento. Uno de los avances más llamativos viene de la mano de Amazon: hace unos meses, en colaboración con la Universidad CEU San Pablo, presentó un proyecto en el que su famoso altavoz inteligente Alexa, conectado a internet, podía llegar a sustituir a un profesor en algunos casos. «La función del docente tiene varias facetas, no solo la de impartir conocimiento», opina la pedagoga. «También es muy importante crear la relación con el alumno y el ambiente de grupo propicio. Y generar entusiasmo por el conocimiento. Llevé a cabo en Suecia un proyecto de aprendizaje de español en el que los alumnos podían recibir clases libremente con un software del Instituto Cervantes. Pues bien: en los registros, comprobamos que solo habían entrado unos pocos, y habían pasado muy poco tiempo practicando». Es consciente del potencial de aprendizaje que ofrece la avalancha de información en red. Pero también es escéptica: «Hoy en día podemos aprender cualquier cosa que queramos, tanto como un estudiante de Harvard, porque el material está en la nube. Pero los alumnos no lo hacen. Necesitamos un marco, un estímulo, algo que nos obligue en cierto modo, y ver la meta. Y esa es la función de un profesor humano. Algo como lo de Amazon solo podría funcionar para estudiantes muy motivados y para fines muy precisos en un tiempo muy breve, como, por ejemplo, para sacarse el carné de conducir. Por tanto, es una buena idea, pero deber dársele un uso muy específico», concluye.
En esta misma línea, Joaquín Ortega, pedagogo y director de las escuelas infantiles El Sitio de Tu Recreo, añade que, hoy en día, el reto no está en enseñar a los niños a usar una tableta o un teléfono inteligente, sino a medir su uso: «No hay que plantearlo como una prohibición, pero sí debemos controlarlo. A esas edades debemos cuidar que no pierdan el contacto con la realidad, que sean capaces de disfrutar de una obra de teatro o de un libro. Es muy importante que sigan anclados a las manualidades y que no se acostumbren a ver la vida a través de una pantalla. La tecnología puede aportar mucho a nuestro sistema educativo, siempre que la dosifiquemos».
Las claves para mejorar la educación desde la base
Otra de las corrientes educativas que causa polémica es la que prioriza la realización del niño en un momento determinado por encima de su formación. Si Oscar Wilde decía que «el mejor medio para hacer buenos niños es hacerlos felices», Marina matiza esta apreciación: «El concepto de felicidad subjetiva se está manoseando demasiado. Hay muchos padres que repiten: “Yo lo que quiero es que mi niño sea feliz”. Pero si reducimos el exigir cualquier esfuerzo a que es un ataque a la felicidad, estamos metiendo a los niños y adolescentes en una situación de vulnerabilidad que les puede machacar la vida. Los niños no tienen que estar felices en este preciso momento, sino que los tenemos que preparar para que sean felices a lo largo de toda su vida. Por eso, el miedo a poner límites, a exigir, es hacerlos felices a corto plazo, pero volverlos incapaces para el resto de su vida, porque cualquier dificultad a la que se enfrenten les va a hundir».
Joaquín Ortega: «El reto está en enseñar a los niños a dosificar el uso de la tecnología»
Enkvist añade: «Falta ese factor de obligatoriedad que viene de la escuela tradicional. Hay dos deseos contradictorios en la política educativa de los países occidentales de hoy: somos muy permisivos y queremos que los alumnos hagan las cosas por su propio interés. Queremos que aprendan sin obligarlos, sino porque ellos quieren. Y que, además, el resultado sea igualitario. Es imposible algo así. Si queremos que sea igualitario, habrá que aplicar un poco más de presión. Porque no a todos les va a gustar aprender en todos los momentos».
Por su parte, María Pilar Garrido, docente y miembro de Red Educa, propone la transversalidad como fórmula de motivación del alumno: «Es la metodología por proyectos. Como crear un periódico: los alumnos tienen que buscar una noticia, un tema que les llame la atención, como por ejemplo, el conflicto de Palestina. Por medio de este tema estudian geografía, historia, temas religiosos, y desarrollan el pensamiento crítico: se preguntan por qué se da ese conflicto, qué soluciones podría haber…». Y añade: «Se trata de ir un poco más allá. Ofrecer un aprendizaje contextualizado que tenga en cuenta muchas materias. Y eso requiere que los profesionales dentro de secundaria sean capaces de salirse de su propia materia, que un profesor de matemáticas, por ejemplo, tenga conocimientos de otras áreas. Para que no se generen compartimentos estancos».
La competitividad es otro concepto cada vez más interiorizado en las aulas de los países desarrollados, donde muchos centros escolares enfocan la educación al futuro profesional del alumno. Carlos Ureña, pedagogo y experto en coaching educativo, opina que es un error. «Cada cosa tiene su momento. Los medios de comunicación tienden a presentar el informe PISA como una suerte de ranking en el que destacan qué países quedan por arriba y cuáles por abajo. Esto se traslada en muchos casos a las aulas, a que los alumnos compitan entre sí. Y eso no beneficia en absoluto su aprendizaje». Y zanja: «No debemos dar tanta importancia a este tipo de informes. No tenemos que intentar que nuestros niños sean los mejores, sino lograr que sean niños mejores».
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