Bitcoins, el ‘supervillano’ virtual del medio ambiente
¿Cómo algo que no existe físicamente puede contaminar la atmósfera? Un estudio revela que el consumo de energía y residuos derivados del uso de bitcoins genera unas emisiones de CO2 equivalentes a las de la ciudad de Las Vegas.
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Si para algunos ya fue todo un acto de fe aceptar que una moneda virtual sirviera para realizar transacciones económicas reales y funcionara a todos los efectos como dinero «de verdad», esperen a ver su cara cuando se enteren de que los bitcoins contaminan la atmósfera. Y no lo hacen metafóricamente, sino como lo haría en cuestión de segundos un fumador que se encendiera un puro en el interior de un ascensor. Concretamente, según un grupo interdisciplinar de investigadores de la Universidad Técnica de Munich (TUM) y del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), el uso de bitcoins genera unas emisiones de CO2 equivalentes a las de la ciudad de Las Vegas.
La pregunta es obvia. ¿Cómo es posible que algo que no existe más que en forma de intrincados códigos de lenguaje de programación pueda generar CO2 si, que se sepa, la facultad de contaminar era hasta ahora potestad exclusiva de entidades reales? No hablamos de combustibles fósiles, ni de residuos químicos industriales, ni de vertidos tóxicos altamente contaminantes… Algo que carece de materia no solo no parece acreditar los requisitos para dañar el medio ambiente sino que, de hecho, se diría que está en las antípodas de ser una amenaza.
Sin embargo, gracias a un estudio de los citados investigadores, publicado en junio pasado, ahora sabemos que esto en realidad no es así. La explicación la encontramos en el hecho de que, si bien, tal como el sentido común nos hacía sospechar, los bitcoins no pueden contaminar por sí mismos, sí lo hace el consumo de energía y recursos que lleva aparejado su uso. Para ser exactos –siempre de acuerdo a las estimaciones de los estudiosos del TUM y del MIT–, el uso de bitcoins genera una huella de carbono de entre 22 y 22.9 megatoneladas anuales, lo que sitúa a esta criptomoneda como el gran supervillano virtual del medio ambiente.
Las operaciones con bitcoins representan el 0,2% del consumo mundial de electricidad
La llamada ‘minería’ de los bitcoins –el conjunto de procesos informáticos necesarios para validar las transacciones y generar nuevos bloques– es la responsable del desmadre climático de esta moneda virtual. El estudio estima que estas operaciones representan el 0,2 % del consumo mundial de electricidad. Para llegar a esta chocante conclusión, sus autores han cruzado una serie de datos públicos, como los procedentes de la oferta pública inicial (IPO) de las principales compañías de hardware especializado en la extracción de bitcoins.
Otro factor que se ha tenido en cuenta es la localización geográfica de los grandes focos de operaciones de minería bitcoin a través del seguimiento de sus direcciones IP. El hecho de que un altísimo porcentaje de estos mineros se concentre en Asia, región del planeta en la que la producción de energía está fundamentalmente basada en el carbono, permite concluir que el auge de las criptomonedas está provocando un exceso de emisiones que no estaba contemplado en ningún protocolo.
Los propios investigadores reconocen que su estudio está apoyado en meras aproximaciones y que resulta difícil –por no decir imposible– aventurar el efecto real que para el cambio climático representa el uso de las criptomonedas. Sobre el fenómeno todavía gravitan oscuros nubarrones de desconocimiento y escepticismo, alimentados por su casi inexistente regulación. Burbuja para unos, realidad de crecimiento exponencial para otros, es difícil predecir cuál puede ser su evolución en los próximos años. En todo caso, el trabajo de estos investigadores sirve para poner encima de la mesa posibles derivas perversas de un crecimiento indiscriminado de las criptomonedas, y ya se apuntan soluciones alternativas como la creación de granjas de minería bitcoin de energía sostenible.
Dicen que cuando el norteamericano John Thompson inventó en 1919 el subfusil Thompson –la ametralladora de característico tambor redondo de las películas de gánsteres– quedó horrorizado al descubrir que en poco tiempo su niña bonita se acabaría convirtiendo en el arma predilecta del crimen organizado de la época. Tal vez el amable empresario había concebido inicialmente su subfusil automático para usos filantrópicos o de jardinería.
Del mismo modo, más allá de su rigor científico, las advertencias del TUM/MIT sirven para crear conciencia colectiva de los posibles efectos secundarios de la digitalización. Para llamar la atención de quienes piensan que los desarrollos virtuales son por completo ajenos al mundo físico y no tienen consecuencias más allá de los entornos informatizados. Para desarmar esa falsa sensación de impunidad y juego permanente, inocuo para el ser humano, en el que lo único que se requiere en caso de voz de alarma es hacer clic sobre el icono de apagado.
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