Opinión

Buycotting: el otro activismo

«Aún no se ha logrado generar una conciencia común que supere los argumentos de la crítica y la indignación y premie el desempeño ético», escribe Marta González-Moro, socia fundadora de 21gramos e impulsora de Marcas con Valores.

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01
octubre
2018

En estos tiempos marcados por la incertidumbre y por la permanente exageración del riesgo y el peligro, nos encontramos también con una corriente humanista que, más allá del pánico colectivo, se emplaza en la búsqueda del propósito y sentido del día a día desde una perspectiva ética renovada. No es que la ética per se se renueve, sino que su aplicación pragmática al contexto convulso actual ejerce una adaptación evolutiva de su esencia.

Es curioso que, cuando preguntamos a una audiencia sesgada, a un grupo de consumidores que se declaran comprometidos y dicen sopesar el atributo ético a la hora de comprar, la casi totalidad de esas personas afirman conocer el significado exacto de boicot (no requiere de comillas, pues es un término ya aceptado en la RAE) y, sin embargo, prácticamente ninguna ha oído hablar del buycott.

Los optimistas activados se visualizan en una sociedad más justa, humana y sostenible. Una sociedad en la que, ante un desafío global titánico –el de superar el colapso medioambiental y la reducción de la desigualdad sistémica– su aportación individual en positivo cobra el máximo sentido como suma en ese cómputo general de creación de valor compartido. Aun así, no se ha logrado todavía generar una conciencia común que supere los argumentos de la crítica y la indignación, donde premiar a quien sí hace esfuerzos legítimos por mejorar su desempeño en aspectos sociales o medioambientales de manera concreta y trazable merezca el reconocimiento más eficaz, aquel vinculado a la decisión económica más democrática y de más impacto: la cartera de los ciudadanos de a pie.

«No queremos consumir más, pero sí anhelamos satisfacer nuestros deseos de manera más responsable»

El comportamiento del consumidor ha evolucionado. Tras el largo periodo de crisis, somos pocos los que no hemos cambiado nuestros hábitos de consumo de una forma u otra. Gracias a la digitalización, nos sentimos empoderados y mayoritariamente somos proactivos en querer discernir y separar la información útil y veraz entre el escombro acumulado de posverdad. Queremos practicar y adquirir mayor criterio sensato que nos ayude a gestionar nuestros dilemas a la hora de decidir qué producto o servicio comprar. No queremos consumir más, pero sí anhelamos satisfacer nuestros deseos de manera más responsable.

La compra inteligente ha sido hasta ahora aquella que equilibraba precio y calidad. Sin embargo, ¿qué mayor ejercicio de inteligencia existe que incluir en esa ecuación la variable sostenibilidad, esto es, aquella que evitará la autodestrucción? El activismo pragmático se ejerce con optimismo, es contagioso y, lo más importante: su impacto, positivo.

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