Cultura

Gentrificación, la okupación ‘cool’ del espacio urbano

Los núcleos urbanos históricamente con menos recursos se han convertido en espacios revitalizados por las clases medias-altas, pero sus vecinos de siempre se han visto excluidos.

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Luis Ávila
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18
abril
2018

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Luis Ávila

Aunque el concepto, ‘gentrificación’, lleva más de cincuenta años en boca de expertos, arquitectos, sociólogos, activistas, ecologistas y técnicos, conviene situarnos. Imaginen un barrio humilde de cualquier capital, degradado por la violencia, la droga, la suciedad o la escasa inversión pública que se convierte, poco a poco, en una zona de moda, en un territorio cool, que despierta el interés de clases medias-altas, que deciden mudarse a ellos y, en consecuencia, se despliega el omnívoro poder económico en busca de beneficios, poblándolo con locales consagrados al «acto trivial del consumo», como diría Bauman. Ahí tienen la explicación de este incómodo y deprimente concepto: gentrificación.

La socióloga británica Ruth Glass fue quien empleó por vez primera esta palabra, en 1964, para referirse a los cambios ocurridos en determinados barrios londinenses caracterizados por un serio deterioro ante la llegada de nuevos vecinos con un poder adquisitivo mucho más elevado, lo que originó el desplazamiento y disgregación de cuantos los habitaban. La Fundación del Español Urgente, Fundéu, propuso el término ‘elitización’, por considerar que se ajustaba más a nuestro idioma, pero no prosperó su uso. Triunfó la grisácea y enojosa ‘gentrificación’.

Piensen en el madrileño barrio de Chueca unas cuantas décadas atrás. Era una zona obrera marcada por la droga y distinguida por la inseguridad. Hoy en día sus pisos rozan los seis mil euros por metro cuadrado. Recuerden el barrio barcelonés de Ciutad Vella, tan bohemio, tan decadente en sus recodos, tan proletario en su economía. Ahora, la acción de plataformas de economía colaborativa como Airbnb, a través de las cuales personas de todo el mundo ofrecen alojamiento en sus hogares a cambio de módicas retribuciones económicas, han convertido el barrio en un escenario sin alma, sin vínculos, sin referencias.

Ciutad Vella, Barcelona | Foto de Roser Vilallonga

Es obvio, también sucede más allá de nuestras fronteras. El caso de Malmö, en Suecia, donde la zona portuaria originariamente industrial se ha convertido en un barrio residencial presidido por el rascacielos Turning Torso, de Calatrava. O Brooklin, uno de los cinco condados de Nueva York, que tan bien conocemos a través del cine, un territorio urbano marcado por la mezcolanza de culturas y por la depauperación económica que, sin embargo, dados los precios imposibles de su vecina Manhattan, se está transformando en una demarcación en la que despuntan los asentamientos de la jet (intelectual, económica, política, empresarial). Y así podríamos continuar, con ejemplos en casi cualquier punto referido en los mapas.

Perder el espacio público

«Con la gentrificación, la autenticidad de los barrios se banaliza, se convierten en zonas comerciales, en decorados caros, y los vecinos, los que llevamos toda la vida viviendo en ellos, perdemos el espacio público, perdemos los vínculos, y el paisaje urbano que ya no es el nuestro», explica Ramón Sanz, miembro de la Asociación Vecinal de Lavapiés.

La Fundéu propuso el término ‘elitización’ por adaptarse mejor a nuestro idioma, pero no triunfó

Este barrio madrileño lleva en pie de guerra desde hace varios años por un solar de la calle Valencia. Durante un tiempo, cuando la titularidad correspondía a la Comunidad de Madrid, tenía un uso público, pero después pasó a manos privadas que proyectan construir un hotel. «No tiene sentido un hotel en plena plaza de Lavapiés. Ya tuvimos suficiente con la apertura de un Carrefour 24 horas, que afectó a los pequeños comercios. Un hotel aquí subiría el precio de los alquileres, y habría muchos vecinos que tendrían que abandonar el barrio. Estamos hartos de la especulación», cuenta Olga, una mujer de setenta años que participa en las concentraciones de rechazo al hotel. Tenía una pequeña perfumería que tuvo que cerrar hace poco. «Es imposible competir con las grandes superficies».

Lavapiés,_Madrid_(16722661396)

Y es que el tipo de comercio indica el nivel de gentrificación existente. «En los barrios conquistados por el capitalismo desaparece el comercio de proximidad, en especial aquel dedicado a la alimentación. Hay una parte importante de vecinos que, por problemas de movilidad, se abastecen casi en exclusiva gracias a este tipo de negocios. La gentrificación acaba con ellos, porque al hacer del barrio un centro comercial, lo que abundan son locales consumistas, prescindibles, que venden palomitas con sabores, jabones de un millón de olores, ropa de precios abusivos, alcoholes importados y exclusivos… nada esencial, nada necesario», asegura Miguel Pardo, un vecino del barrio bilbaíno de San Francisco.

La gentrificación suele operar en barrios céntricos y el tipo de comercio de la zona indica el nivel de desarrollo de este proceso

Como en casi todos los aspectos de la vida, la conclusión depende del ángulo desde el que miremos. «La gentrificación también trae progreso a los barrios. Renovación de fachadas, aperturas de restaurantes, y los puestos de trabajo que ello implica, calles más limpias, más seguridad… ¿Alquileres más altos? Tal vez, pero se pagan los servicios y la calidad de vida». Quien habla es Juan, vive en la casa que heredó de sus padres, en el centro de Malasaña, otra zona madrileña que también acusó la gentrificación.

«Sí, claro, el capitalismo siempre parece llegar cargado de regalos. ¿Calles más limpias, más seguridad, renovación de fachadas? No te digo que no, la cuestión fundamental es: ¿a qué precio? Yo te lo digo: al precio de desplazar a la gente que habitaba estos barrios. Al precio de romper las redes de solidaridad vecinal, porque la gente humilde de estos barrios no puede continuar en ellos porque se encarecen, y eso supone que esta gente se disperse y pierda el apoyo de sus iguales», apostilla Sanz.

Nada ocurre por azar

La gentrificación requiere tiempo. Y el territorio concreto sobre el que actúa no es casual. «La gentrificación es uno de los principales mecanismos de gestión urbana neoliberal, que se oculta bajo conceptos tan ambiguos como regeneración, revitalización o renacimiento», apunta el sociólogo Jorque Sequera, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid.

El arquitecto Álvaro Ardura lo sintetiza en cuatro fases: degradación del barrio, estigmatización, resignificación y mercantilización

«Cuando los barrios sufren desinversión, baja la renta del suelo que puede extraerse en esa zona y, en consecuencia, descienden los precios de compra y alquiler de inmuebles. A medida que continúa la desinversión, el abismo que separa la renta del suelo en esta zona de la renta del suelo que podría obtenerse en caso de remodelación crece hasta el punto en que la reinversión comienza a ser rentable. Todo esto no ocurre por azar, sino bajo la injerencia fundamental de los agentes externos (gobierno, promotores, entidades financieras)», concluye.

El arquitecto Álvaro Ardura sintetiza en cuatro fases el proceso de gentrificación: degradación del barrio, estigmatización del mismo, resignificación y mercantilización.

En ocasiones, son las propias administraciones públicas quienes provocan la gentrificación, como ocurrió en el barrio valenciano de ‘El Cabanyal’, una barrio de obreros ligados a la pesca. Según denunció la asociación vecinal ‘Salvem El Cabanyal’, la presión política sobre el barrio resultó insostenible: no se concedían licencias para reformar locales e inmuebles, proliferaron los solares abandonados, lo que daba a la zona un aspecto pesadillesco y, por último, la decisión de Rita Barberá, quien fuera alcaldesa de Valencia, de partirlo en dos para prolongar la avenida de Blasco Ibáñez, sumió a ‘El Cabanyal’ en un vórtice de desolación cuyo único salvador posible parecía la especulación urbanística. Sin embargo, el nuevo alcalde, Juan Ribó, se ha comprometido con los vecinos a regenerarlo sin que suponga un nuevo caso de gentrificación.

A veces, es la iniciativa privada la que enciende la mecha de la gentrificación, como ocurre en el barrio de San Pablo, en Zaragoza. Al expirar la moratoria de la Ley de Arrendamientos Urbanos, las rentas antiguas se extinguieron. «Eso provocó que los arrendatarios de los locales de toda la vida tuvieran que cerrar, porque las rentas que les pedían los dueños multiplicaban por mucho lo que hasta entonces pagaban, y comenzaron a abrirse comercios ‘de corte creativo’, ropa exclusiva, librerías distinguidas, tiendas de diseño gráfico y vinilos… y eso atrajo a un sector de la población con un mayor poder adquisitivo que los que vivíamos aquí, encareciendo el barrio y cambiándolo de aspecto», comenta la portavoz de la Asociación de vecinos Lanuza-Casco Viejo.

Curiosamente, la gentrificación, salvo excepciones de rigor, opera en barrios céntricos de las ciudades. Tiene que ver con una manera concreta de apropiarse del espacio. Con el ocio consumista. Con la (falsa) etiqueta de ‘barrios inclusivos’ cuando no lo son, entre otras cosas, porque ningún barrio es socialmente homogéneo por completo, siempre existen diferencias, pero esas diferencias se acentúan con la gentrificación. Salvo cuando ya no queda ni uno de los vecinos originales. Neil Smith, uno de los mayores expertos del mundo en estos procesos, lo califica como «la ciudad revanchista», en tanto que significa la recuperación del centro urbano de la ciudad por parte de las clases medias-altas. Es una estrategia, dice el entendido, que trata de negar la diferencia y excluye a los grupos más pobres y marginados desplazándolos de sus lugares de referencia.

Ya no se les olvidará esta palabra, larga como un invierno, y antiestética quizás por justicia poética. Gentrificación.

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