Cambio Climático

A propósito de Garoña

Países como Alemania, Bélgica o Suiza han anunciado el abandono definitivo de sus programas nucleares. El cierre de Garoña abre el camino al resto de centrales españolas.

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03
agosto
2017

28 de marzo de 1979, Central de Three Mile Island, Pensilvania (Estados Unidos). Una pequeña fuga en el generador de vapor desencadenó el segundo accidente más grave de la historia de la energía nuclear. Si bien los efectos de la catástrofe sobre la salud de la población están todavía sometidos a controversia, se han detectado aumentos de malformaciones congénitas y de cánceres. Fueron necesarios 14 años para limpiar el reactor, con un coste total de 975 millones de dólares. Entre 1985 y 1990 se eliminaron casi 100 toneladas de combustible radiactivo.

26 de abril de 1986, central nuclear Vladímir Ilich Lenin, Chernóbil (actual Ucrania). Alrededor de 135.000 personas tuvieron que ser evacuadas de los 155 000 km² afectados por el escape nuclear más apocalíptico de la historia. Aunque los datos difieran según las fuentes consultadas, la Organización Mundial de la Salud (OMS) cifra en 9.000 las muertes causadas por la alta radiación.

11 de marzo de 2011, central de Fukushima (Japón). Han pasado más de cuatro años desde aquel fatídico terremoto que destrozó la central nuclear de Fukushima, pero los efectos de la radiación liberada apenas empiezan a conocerse. El Gobierno japonés acaba de confirmar por primera vez un caso de cáncer causado por exposición a la radiación entre los trabajadores de la central.

Alemania, Bélgica o Suiza han anunciado el abandono definitivo de sus programas nucleares. Austria ya lo hizo hace 30 años

Países como Alemania, Bélgica o Suiza han anunciado el abandono definitivo de sus programas nucleares (Austria ya lo hizo hace 30 años) o la reducción de su dependencia de la energía nuclear (como Japón, Reino Unido o Francia). Otros, como China, Rusia, India o Estados Unidos, han confirmado la continuidad de los mismos, y que son promotores de buena parte de los 150 reactores nucleares que está previsto construir a nivel internacional. «Vuelve la energía nuclear y está aquí para quedarse, al menos hasta que encuentren alternativas a la misma que sean baratas, eficientes y de muy alto factor de carga», opina Adrián Poyo, economista y analista en la firma internacional de inversión XTB.

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Este panorama nos traslada a un terreno ya conocido, el de la disputa entre el «sí» y el «no» a la energía nuclear. El Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) presentó en 2015 un informe en el que recomiendaba duplicar la capacidad de producción de energía nuclear para 2040 para contribuir a la meta de mantener por debajo de 2 grados centígrados el incremento de la temperatura del planeta.

«La energía nuclear no produce prácticamente ninguna emisión de gases de efecto invernadero o contaminantes y sólo emisiones muy bajas durante todo su ciclo vital», sostiene el informe. En él se defiende la energía nuclear como una fuente más barata que el carbón, más limpia incluso que la solar y la eólica y con suficiente capacidad como para satisfacer la creciente demanda de electricidad. Del estudio se desprende que, en los últimos 25 años, el uso de energía nuclear ha evitado la emisión de 56 gigatoneladas de CO2, equivalente a las emisiones globales de dos años. Y que el precio de la electricidad generada por lo nuclear es de entre 26 y 64 dólares por megavatio/hora, frente a los 65-95 dólares de las plantas de carbón.

Sin energía nuclear es «improbable» que se logre detener el cambio climático, opina David Shropshire, jefe de Planificación y Estudios Económicos del OIEA. «Requeriría actividades muy importantes para sustituirla, bien mediante un aumento de las renovables hasta un nivel que es difícil de creer, o con una eficiencia energética aplicada hasta tal extremo que requería una enorme cantidad de dinero».

Según este experto, para que el átomo mantenga su rol en la lucha contra el calentamiento global, será necesario construir entre diez y veinte centrales atómicas en las próximas dos décadas. ¿Es la energía nuclear, en línea con el dictamen de la OIEA, un aliado en la lucha contra el cambio climático?

Las voces ecologistas desestiman sus virtudes. Aunque produce menos CO2 que el petróleo o el carbón, los residuos nucleares son altamente contaminantes y dejan su huella durante cientos de años antes de degradarse. Y, en caso de un accidente como el de Pensilvania, Chernóbil o Fukushima, los efectos sobre la salud, la habitabilidad y el ecosistema son catastróficos. «Accidentes así pueden volver a producirse y el coste social, ambiental y económico lo sufragan los ciudadanos y no la industria nuclear», denuncian desde Greenpeace.

«No hay que olvidar que el primer mandato de la OIEA es defender la energía nuclear», advierte Raquel Montón, responsable de la campaña antinuclear que protagoniza esta organización. «Por el contrario, la propia International Energy Agency, en su informe Energy Technology Perspective 2008, ya advertía sobre las desventajas de la energía nuclear así como del alto coste económico y de inversión que supone la instalación y mantenimiento de nuevas plantas, que hace que sea descartable», añade.

El cierre de Garoña abre el camino al resto de centrales españolas

«Además, triplicando la capacidad nuclear mundial existente solo se reducirían las emisiones de carbono un 6%. Una reducción muy pequeña dada la magnitud de las reducciones que necesitamos», continúa Raquel Montón. «Y triplicar la capacidad nuclear mundial es totalmente irreal». La responsable de área de Greenpeace no lo duda: «Promover la energía nuclear es un franco retroceso».

«El riesgo de las centrales nucleares es desproporcionado, inaceptable e inasumible. Cada pocos años se produce un accidente grave, incluso en países de alto nivel tecnológico», alertan desde Ecodes. «El riesgo de las centrales nucleares no se limita al ciclo productivo, sino que incluye circunstancias meteorológicas (como ocurrió en Japón), terremotos o, especialmente el terrorismo. No podemos dejar que nuestro país dependa de un sabotaje o un avión estrellado sobre una central».

Garoña echa el cierre

La decisión del Gobierno de echar el cierre definitivo a la central nuclear de Santa María de Garoña (Burgos) se ha tomado seis meses después de que el pasado 8 de febrero el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) emitiera un informe favorable -con el voto en contra de la entonces consejera Cristina Narbona- a la renovación de la autorización de explotación sin una fecha determinada.

De ese modo, Garoña se convertiría en la primera central nuclear en llegar hasta los 60 años de operación y abriría el camino al resto de centrales españolas, que se van acercando progresivamente hasta los 40 años de vida útil, en pleno proceso del Gobierno por definir el modelo energético del futuro. El desmantelamiento se prolongará entre 13 y 16 años. Ahora se abre un nuevo debate, el de qué hacer con las toneladas de residuos radiactivos que almacena la planta burgalesa.

«Durante estos años, entidades ambientales, ayuntamientos y comunidades autónomas, hemos generado un movimiento de reflexión, crítica y propuesta que nos ha llevado a demandar el cierre definitivo de Garoña, el desmantelamiento del resto de centrales nucleares en un plan a corto plazo, y el desarrollo de un nuevo modelo energético que nos lleve, cuanto antes, a un escenario de energía 100% renovable, imprescindible en la lucha contra el cambio climático», concluyen desde Ecodes.

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