Derechos Humanos

«Los seres humanos tenemos sueños y no habrá muro capaz de detenerlos»

Arona Ndoye (Senegal) partió desde Tánger a bordo de una patera rumbo a Tarifa. Nos reunimos con él en una céntrica cafetería de Madrid para escuchar su historia.

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21
marzo
2017

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Más de 20.000 inmigrantes han muerto en las costas españolas desde 1988. Arona Ndoye (Senegal) logró sobrevivir a la travesía. Partió desde Tánger a bordo de una patera y llegó a Tarifa en noviembre de 2014. Nos reunimos con él en una céntrica cafetería de Madrid.

En 2006, solo a través de las costas españolas llegaron de manera irregular 39.180 inmigrantes, el mayor repunte desde que estas peligrosas travesías empezaran a producirse en 1988 desde el norte del continente africano. El goteo de pateras que arriban en nuestra frontera bañada por mar no cesa. El 1 de enero de 2017, Salvamento Marítimo rescataba tres embarcaciones con 112 inmigrantes a bordo al sur de la costa de Málaga y el Mar de Alborán. Durante esa noche de Fin de Año, en la valla de Melilla varias personas intentaban saltar a suelo español. Ese mismo mes, el pequeño Samuel, de 6 años, y su madre morían tras naufragar la patera que prometía llevarles lejos de los horrores de la guerra del Congo. Son solo algunas de las cientos de miles de historias que quedan diluidas en las estadísticas de inmigración.

De Rufisque a Madrid

Arona Ndoye tiene 25 años. Nació en Rufisque, un pequeño pueblo costero de la región de Dakar (Senegal). Reconoce que es una persona tímida. Su voz grave y sus palabras cargadas de fuerza no dicen lo mismo.

Su historia forma parte de las estadísticas de 2014. El 12 de noviembre de ese año fue rescatado en algún punto incierto entre Tánger y Tarifa por las autoridades costeras españolas con apoyo de Cruz Roja. Entre ambos territorios solo hay 14 kilómetros de distancia. «Estuvimos una noche en el mar, llovía y hacía mucho viento. Nos perdimos y nunca llegamos a tierra. Nos quedamos esperando la muerte, incluso pensábamos que habíamos muerto», recuerda Arona.

Este joven senegalés comenzó sus estudios de Filología Inglesa en 2012, tras haberle sido denegado un visado para poder formarse en Francia. Necesitaba un aval de 7.000 euros en su cuenta bancaria para que la embajada francesa expediera el documento. Él no los tenía. Comenzó la universidad en Dakar, pero solo 6 meses después tuvo que abandonar las aulas a causa de las revueltas que comenzaron en el país africano a raíz de la (ilegal) propuesta del entonces presidente, Abdoulaye Wade, para ampliar la posibilidad de ejercer el cargo durante tres legislaturas consecutivas.

La situación se complicó en el país, y las protestas empezaron a cobrarse víctimas mortales. Arona no pudo volver a asistir a clase. «Yo quería seguir estudiando, pero no tenía dinero. Pensé en viajar a Marruecos porque me habían contando que allí necesitaban teleoperadores», cuenta a Ethic.

Con 21 años tomó la decisión de marcharse a Casablanca (Marruecos) con el objetivo de ahorrar para sus estudios, pero no fue fácil. «Vendí mi portátil y un móvil, y con eso compré un billete de autobús. Primero llegué a Mauritania, pero me bloquearon en la frontera porque dijeron que si era la primera vez que viajaba a Marruecos tenía que ser en avión», relata. «Me enteré de que Marruecos es el control de la frontera con Europa, y por eso Frontex bloqueó mi entrada», continúa.

Arona pasó un mes en Mauritania trabajando como peón hasta que consiguió el dinero suficiente para comprar el pasaje de avión destino Casablanca. Una vez allí, encontró un empleo como teleoperador. «No me gustaba mucho el trabajo, la gente te trataba muy mal, pero mi objetivo era ahorrar y costearme los estudios. Fue imposible, con lo que ganaba solo podía pagar mis gastos básicos y alguna vez pude mandar dinero a mi madre», explica.

Tras cuatro meses y medio, aprovechó unos días libres por la Fiesta del Eid al-Adha (o la fiesta del cordero), para visitar Tánger. Allí conoció a otras personas migrantes. «Muchos huían de la guerra, otros eran perseguidos por ser homosexuales, habían muchas razones. Esto cambió mi punto de vista; yo no pensaba en arriesgar mi vida sin saber qué me iba a encontrar», cuenta.

«Conviviendo con ellos me explicaron que estaban preparando un viaje para cruzar en patera a Tarifa. Algunas de esas personas llevaban más de un año intentándolo. Siempre les cogían y les devolvían. Como yo sabía algo sobre el mar, contaron conmigo», prosigue.

Una espera interminable

El cansancio pesaba. «Mientras esperaba la muerte, pensé en lo injusta que era la vida. Si el Gobierno francés no me hubiera denegado el visado, no habría tenido que viajar en esas condiciones. Me dije: ‘Hoy voy a morir por su culpa’. Igual que mucha gente que ahora está muriendo por las injustas políticas migratorias. Los seres humanos tenemos sueños y no habrá muro capaz de detenerlos».

Una vez en tierra, Arona y las otras ocho personas con las que viajaba fueron trasladados a Ceuta. «Cuando llegamos, la policía nos esposó sin ninguna explicación. No sabíamos el idioma, no teníamos traductor», precisa. Sin más información que una dirección, tuvo que encontrar por cuenta propia el CETI (Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes) en el que pasaría 11 meses. «Durante ese tiempo nadie te dice nada. Al principio te cuentan cómo funciona el centro y te dicen que hay clases de castellano. Pero son dos profesores para 800 alumnos, así es difícil aprender algo», se queja. Durante esos meses, Arona comenzó a colaborar con la Asociación Elín, que trabaja con personas migrantes, y hasta ahora.

Cuando llegó el día de abandonar el CETI, de nuevo sin ningún tipo de apoyo legal, le informaron de que su destino era Sigüenza (Guadalajara), pero gracias a la ayuda de una abogada que conoció mientras estuvo interno, viajó directamente a Madrid y comenzó una nueva etapa en la capital.

«Hay motivaciones que siempre me han servido para orientarme a la hora de tomar decisiones. Siempre he creído que cada persona tiene que luchar para conseguir sus propósitos. La vida es como una misión: unas veces la eliges y otras te toca», cuenta.

Actualmente, Arona está cursando su primer año de formación profesional en mecánica, colabora con varias asociaciones y participa en un grupo de batucada. Critica frontalmente las políticas migratorias y, como a cualquier joven, le mueven sus aspiraciones de futuro. «Sueño con que haya justicia. También con lo que siempre he querido: tener unos estudios superiores. No dejaré de trabajar en ello hasta conseguirlo», concluye.

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