Cultura

El Nobel que destapó los ojos al tercer mundo

El científico irlandés William C. Campbell recibió el prestigioso premio por descubrir una molécula para tratar la oncocercosis, un tipo de ceguera endémica en los países más pobres.

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22
septiembre
2016
© Nobel Media AB 2015 / Pi Frisk

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Una de las mejores maneras de comprobar la humildad de una persona es cuando le llamas inesperadamente, sin darle tiempo de reacción. Como el telefonazo que recibió William C. Campbell hace un año de la Fundación Nobel, que quiso entrevistarle un par de horas después de concederle el prestigioso premio por el descubrimiento de la avermectina, molécula natural clave en el tratamiento de la ceguera.

Pregunta: ¿Dónde estaba cuando dieron la noticia?

Respuesta: Durmiendo

P: ¿Cuál fue su primera reacción al enterarse?

R: Pensé: «¡Te estás quedando conmigo!» Pasé mucho rato haciendo comprobaciones, porque me parecía totalmente inverosímil que yo ganara el Nobel.

P: ¿Qué sintió cuando supo que era verdad?

R: Pensé en el reconocimiento al trabajo en conjunto, porque el premio es también para mi compañero de investigación Satoshi Omura. Y no lo veo como un premio a mi persona, sino a alguien que representa al equipo de MSD.

William C. Campbell, nacido hace 86 años en Irlanda y emigrado a Estados Unidos, efectivamente, trabajó y evolucionó como investigador en esa empresa farmacéutica la mayor parte de su vida: de 1957 a 1990. Y precisamente MSD ha desarrollado, a partir de la avermectina, el fármaco Mectizan® contra la ceguera. Es también científico emérito en la Universidad Drew de Madison, de Nueva Jersey, y en 2002 fue elegido miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos.

Durante las entrevistas que concedió después de enterarse de que había recibido el Premio Nobel, sin embargo, apenas hizo menciones a su persona o trayectoria profesional, y aprovechó para dar eco a la importancia del descubrimiento: «La avermectina ejerce un gran impacto en la prevención de la oncocercosis en cualquier parte del mundo, pero especialmente en zonas de pobreza o que han sufrido algún desastre natural [es endémica en África, Latinoamérica y Yemen], en las que tener falta de visión anula la productividad o incluso la posibilidad de tener una vida. En definitiva, es un descubrimiento que da una nueva oportunidad a gente que ha tenido que abandonar tierras fértiles por culpa de su enfermedad, para que las repueblen y les saquen partido».

También aprovechó el altavoz que le otorgó el premio Nobel para criticar la manera en que el ser humano subestima la capacidad curativa de la naturaleza: «Es como una especie de farmacia con infinidad de medicamentos aún por descubrir, y deberíamos dedicar más recursos y tiempo a estudiarlo. El hombre tiene la arrogancia de pensar que puede crear moléculas al mismo nivel que la naturaleza en cuanto a diversidad, pero es un absurdo: la naturaleza crea moléculas en las que ni siquiera ha pensado nunca el ser humano».

Esta es precisamente una de las cruzadas de Campbell, tanto dentro de la propia farmacéutica donde trabajaba, como de cara al exterior. Durante los últimos 40 años no ha dejado de escribir artículos que denuncian esa anomalía en el proceso de creación de fármacos. «Es bueno recibir el Nobel, porque puedo volver a hablar de esto y que llegue a muchas personas», decía por teléfono a la Fundación. Recoger el premio parecía algo secundario para él, a la vista de cómo terminó la conversación:

P: Gracias, Mr. Campbell, estamos deseando verle en Estocolmo en diciembre.

R: ¿Cuándo?

P: El 10 de diciembre… Es la ceremonia de los Premios.

R: ¿Cómo? ¿De este año?

P: Eh… Claro.

R: ¿2015?

P: 2015

R: ¡Estás de broma! Oh Dios mío. Vaya shock. Intentaré ir, por supuesto.

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