Cultura

Hikikomori o los ermitaños del siglo XXI

Hace 20 años se detectaron en Japón los primeros casos del síndrome Hikikomori: jóvenes que se recluían en su habitación durante meses, e incluso años.

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Eugenia Lim
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04
febrero
2016

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Eugenia Lim

Quizás recuerden una de las novelas más populares de Asimov, El sol desnudo. En ella, los habitantes del planeta Solaria vivían confinados en la más estricta soledad. Cada uno en su domicilio, aislado, contaba con un robot que subsanaba las limitaciones de su encierro. Se comunicaban por medios electrónicos. No necesitaban más. No querían más. Pues bien, el siglo XXI ha convertido en realidad esta terrorífica ficción literaria.

Hace ahora casi veinte años se empezaron a detectar en Japón los primeros casos de un síndrome hasta entonces desconocido: jóvenes de clase media y alta que progresivamente se recluían en su habitación. Al principio, horas; después, días enteros. Pasaban los meses y no salían. Pasaban, incluso, los años. Sí, años. Los adolescentes -que dejaron de serlo encerrados por decisión propia en un búnker de apenas seis metros de media, su cuarto- están conectados al ordenador, ven la tele o, en los casos de retraimiento más agudo, están tumbados en su cama, sin hacer nada. Nada. No es metáfora. Sólo salen de su guarida para ir al baño. Comen en ella. No se asean. Tampoco mantienen contacto telefónico alguno. Apenas hablan. El psicólogo Saito Tamaki puso nombre a esta nueva psicopatía: síndrome de Hikikomori.

El término japonés podría traducirse por ‘inhibición’, ‘aislamiento’, ‘reclusión’. En Japón afecta a uno de cada diez adolescentes -más de un millón-, pero el fenómeno está desembarcando en Occidente. En España se han detectado alrededor de 200 casos, según un informe elaborado por el Instituto de Neuropsiquiatría y Adicciones del Hospital del Mar de Barcelona. El 73,8 por ciento son hombres con una media de edad de 36 años (en el caso de las mujeres, 51), estudios superiores y un promedio de reclusión de 39,3 meses. Sorprende el perfil.

«En realidad sabemos muy poco de este tipo de pacientes, es difícil llegar a ellos, primero porque viven en egosintonía, es decir, no son conscientes de que tienen un problema y, por tanto, no acuden al especialista en busca de solución; después porque la mayoría de los casos diagnosticados en nuestro país son personas que viven acompañadas, y sus familiares tardan demasiado en darse cuenta de la gravedad de la situación, que suelen achacar a depresión, melancolía, fracaso, timidez excesiva… hay poca información, y a los padres les cuesta detectar los síntomas», explica Rosario Sánchez, una psiquiatra que ha trabajado con este tipo de enfermos.

En España se han diagnosticado alrededor de 200 casos

Son anacoretas laicos, postmodernos y esquizoides. Hay dos tipologías dentro de quienes padecen el síndrome de Hikikomori o ‘Síndrome de la puerta cerrada’, como ya se conoce también en nuestro país: «por un lado, adolescentes con fracaso escolar, tímidos, torpes en sus habilidades sociales, que han sido objeto de acoso en los institutos; por otro, adolescentes con padres ocupados a los que les han dado todo tipo de caprichos, satisfaciendo todos sus deseos, en especial los referidos a las nuevas tecnologías. En este caso, hablamos de jóvenes extrovertidos, sin trabas para relacionarse con los demás, incluso notables estudiantes, a los que a los padres se les han ido de las manos», explica Sánchez.

Según el estudio del Hospital del Mar de Barcelona, el único europeo existente sobre este síntoma, se detecta una alta convivencia del Hikikomori con ciertas patologías psiquiátricas como trastorno psicótico (en el 34,7 por ciento de los casos), ansiedad (22 por ciento) o trastornos afectivos (74,5) lo cual, según apunta en sus conclusiones el doctor Víctor Pérez Solà, responsable de la investigación, «tal vez el Hikikomori no es un diagnóstico en sí, sino más bien un síndrome grave asociado con múltiples trastornos psiquiátricos», algo en lo que coincide la psiquiatra Sánchez, aunque insiste en que «el Hikikomori primario, es decir, en estado puro, no asociado a patología alguna, se da, es una realidad».

Una bandeja a la puerta de la habitación

Carmen -pongamos por nombre- es una arquitecta de 54 años. Vive en Sevilla; está casada y tiene dos hijos. El mayor de ellos fue diagnosticado con el síndrome de Hikikomori o ‘Puerta cerrada’. «Él quería estudiar Farmacia, pero la nota de selectividad se lo impidió. Estuvo todo el verano esquivo, taciturno, pasaba gran tiempo en su cuarto. Aunque tratábamos de animarle, no queríamos agobiarle, todos pensábamos que se le pasaría. Se negó a matricularse en otra carrera, a pesar de que le hicimos ver todas las oportunidades que tenía a su alcance. En otoño, sólo salía de su cuarto para comer y cenar con nosotros, pero apenas hablaba y se retiraba rápido. Al final del invierno, ni eso. Me vi obligada a dejarle una bandeja en la puerta de su habitación para que comiera algo». El hijo de Carmen estuvo veintisiete meses prisionero de sí mismo. Como si de una película de Haneke se tratase.

hikikomori (2)

«Ahora lo pienso y no puedo entender cómo permitimos que la situación llegase a ese extremo. Me da vergüenza, mucha vergüenza, pero no sabíamos cómo actuar. Gracias a un psicólogo fuimos recuperando a nuestro hijo, pero fue un proceso lento y doloroso», nos comparte Carmen.

No hay un consenso sobre un posible tratamiento. Mientras que en Japón los expertos recomiendan mantener un contacto continuo sin invadir el espacio del confinado para reincorporarlo a la vida cotidiana de forma progresiva, los especialistas occidentales sugieren ser más contundentes y actuar con firmeza, forzando a los jóvenes a abandonar su reducto.

«Lo intentamos todo, las palabras amables, los ruegos, las negociaciones, hasta la coacción, pero lo único que conseguimos fue una respuesta violenta», comenta esta madre sevillana.

Al menos, Carmen recuperó a su hijo. Hay casos documentados de nipones que han sobrepasado los treinta años de clausura. Hay otros cuyo fin es trágico. Se suicidan. «El papel de la familia es crucial. Apenas existe en Europa atención especializada para este tipo de trastornos, los enfermos no piden atención médica ni tienen otros desórdenes de conducta más conocidos socialmente; han de ser los propios familiares quienes busquen ayuda», zanja Sánchez.

Síntomas difusos

Que un adolescente se encierre en su cuarto, dejando caer a plomo las persianas, que no le interese conversar ni dar explicaciones, que prefiera comer a solas mientras navega en internet o que modifique sus ritmos circadianos hasta contraponerlos al del resto de familiares es algo, si queda circunscrito a una secuencia temporal breve, normal. Al menos, no alarmante. «Hay que preocuparse cuando ha roto todo vínculo exterior, cuando al adolescente no le motiva ni quiere ni se plantea remotamente abandonar su cuarto para salir con sus amigos, cuando olvida que una vez tuvo amigos y no le importa», asegura el psicólogo Rafael Delgado.

De acuerdo, pero, ¿y la prevención? «Es difícil concretar con exactitud síntomas que pueden anunciarnos el síndrome de Hikikomori, podríamos mencionar algunos, como rechazo a acudir al instituto, baja autoestima, fracaso amoroso, carácter depresivo, alteración de los ritmos vitales (dormir por el día y mantener actividad nocturna)… en definitiva, estar atento a cualquier cambio de conducta en nuestros hijos», prosigue Delgado.

El confinamiento deja secuelas. No sólo físicas ya que, al no realizar actividad corporal alguna, se producen anemias, entumecimiento, fragilidad en las articulaciones, llagas y escaras, pérdida de tono muscular… También psicológicas. «Por lo general, los adolescentes que han pasado meses –no digamos años- sin contacto personal alguno presentan severos sentimientos de inseguridad y culpabilidad, y les cuesta sociabilizarse de nuevo», concluye Delgado.

Como cualquier otro desorden mental, restablecerse del Hikikomori requiere tratamiento médico-psiquiátrico (ingreso hospitalario, vigilancia, uso de fármacos) y sesiones de psicoterapia que fomenten la convivencia y el trato con los demás.

Hay incidencia de este síndrome en países tan dispares como Argentina, Italia, India, Estados Unidos, Corea, Omán y España. Abunda la literatura que lo recrea y protagoniza numeroso mangas. Videojuegos, películas y vídeos musicales dan buena cuenta de él. El Hikikomori no es una pesadilla de Orwell, mucho peor: es una tipología del ermitaño moderno.

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