El karma, más allá de las vibras
Aunque en la actualidad se entienda generalmente como ‘malas vibras’, las filosofías orientales explican con el karma el principio de causa y efecto que rige la existencia.
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En 1958, Jack Kerouac publicó Los vagabundos del dharma, un volumen en que desgranaba muchos de los viajes que realizaba por la geografía estadounidense haciendo autoestop, utilizando trenes de mercancías o caminando. Algo así como En el camino, obra que lo catapultó a la fama, pero en este caso con un añadido que fue acicate para toda una generación: un periplo espiritual en busca de la iluminación interior en que el autor expone numerosos conceptos de la filosofía budista. Uno de ellos, el del dharma, quedaría fijado en los anhelos de numerosos jóvenes de la época y asistiría, con el paso de los años, a su deterioro. Y este está íntimamente relacionado con el karma.
Hablar hoy de karma es más que habitual. Otro concepto clave de las filosofías orientales que hemos adaptado a nuestras propias vivencias, tal vez por pugnar con el ideario que nos impusieron las religiones monoteístas, o tal vez porque todo lo que llega del Lejano Oriente nos sigue resultando exótico.
Los dos términos proceden del sánscrito y son pilares fundamentales del budismo, el hinduismo y el jainismo, cada uno de los cuales les aportan matices distintos. Karma significa, de forma literal, «acción». Dharma, por el contrario, puede referir tanto a «enseñanza» como a «deber».
Con el karma, en Oriente se explica el principio de causa y efecto por el que se rige la existencia. Un principio que, aplicado a las personas, sugiere que toda acción o pensamiento que tengan influye inexorablemente en los sucesos que les acaecerán en el futuro. Una forma de decir que la existencia nos devolverá todo aquello que le demos. De ahí ese tan generalizado uso actual de expresiones como buen karma, o su contraria, mal karma. Y de ahí que en Occidente hayamos adaptado este principio oriental a las buenas o malas vibras que reciben las personas.
El karma sería una forma de decir que la existencia nos devolverá todo aquello que le demos
No hay karma sin dharma. Este otro concepto hace referencia al camino que ha de permitirnos la plenitud espiritual. Una especie de orientación moral basada en el cumplimiento armonioso de las responsabilidades con que la vida nos carga. Algo así como seguir el camino correcto. Pero el dharma no supone un conjunto de reglas inamovibles, sino que se adapta a cada persona en función de sus capacidades y circunstancias vitales. Lo mismo ocurre con el karma: ese destino que no está férreamente marcado sino que cada persona puede cambiar en función de sus actos y pensamientos.
El budismo entiende el dharma como la verdad universal revelada por el Buda, y el karma como el resultado de nuestras acciones y deseos. En el caso del hinduismo, el dharma representa el orden cósmico y social mientras que el karma supone una especie de termostato moral de nuestras acciones. Por último, el dharma, según el jainismo, es un conjunto de principio éticos basados en la no violencia y el karma, una sustancia material que cada una de nuestras acciones va adhiriendo a nuestra alma.
En cualquiera de los casos, las tres religiones evidencian que cumplir de manera adecuada con nuestro dharma, recorrer nuestro camino de manera ética y correcta, fomentará un karma positivo, un destino pacífico que nos permitirá alcanzar esa liberación espiritual que late en el epicentro de las aspiraciones humanas.
El budismo zen que fascinaba a Kerouac y que desgrana en Los vagabundos del dharma, va más allá al no emitir ningún juicio de valor sobre los comportamientos humanos. Así, cada persona es libre de adaptar la filosofía budista a su forma de ser y estar en el mundo. Y son muchas las personas que el autor encuentra durante sus viajes, cada una de ellas siguiendo su propio trayecto, vagabundos del camino, sea este el que sea. El karma les compensará en idéntica medida en que sean fieles a su propio caminar. En una de las páginas de su libro, Kerouac deja clara su concepción de la vida al afirmar que para él «el budismo es conocer a la mayor cantidad de gente posible».
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