Libertad de pensamiento y libertad individual
De mi piel para dentro mando yo
El intelectual Antonio Escohotado reivindicó aquel lema tan libertario de «de mi piel para dentro mando yo». ¿Es posible realizar su ideal de imperio de la libertad individual en tiempos de algoritmo?
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Ante la censura, el totalitarismo, la corrección política o la exigencia de sumisión a una ideología son muchos los que han abanderado la autonomía personal y la libertad individual y de pensamiento como la última trinchera de libertad. «De mi piel para dentro mandó yo», era el lema que reivindicaba el intelectual Antonio Escohotado.
Una manera de autoafirmar el yo único y particular en medio de la tiranía homogeneizadora que quiere dictarle al individuo qué rumbo debe tomar su vida, algo contra lo que John Stuart Mill ya luchaba en su ensayo Sobre la libertad (1859), considerado por Escohotado como uno de los grandes textos sobre el derecho a la autodeterminación individual.
Otros pensadores, como el psiquiatra Viktor Frankl, reivindican también un concepto de libertad individual ante el mal como el último reducto en el que refugiarse ante una situación de opresión. La libertad que propugna Frankl, muy influido por su experiencia en los campos de concentración, no hace tanto énfasis en autonomía o la capacidad de autodeterminación como Escohotado, sino que es concebida como la capacidad de hacer una elección existencial profunda por mantener las propias convicciones a pesar del sometimiento externo.
En cualquier caso, todos habrían podido estar de acuerdo en que la libertad no se produce en el vacío, sino que necesita una serie de condiciones para florecer y la primera de ellas es mantener la adecuada distancia con la realidad para poder analizarla. Si de la piel para adentro manda cada individuo, habrá que proteger esa piel de ataques indeseados y mantener intacta su capacidad de custodiar la «exclusiva jurisdicción» que pregonaba Escohotado.
Si de la piel para adentro manda cada individuo, habrá que proteger esa piel de ataques indeseados
Y en plena era de algoritmos, mantener esa distancia y distinguir donde empieza el pensamiento libre de cada uno y donde empieza aquello que ha sido inducido por lo que se consume es cada vez más difícil. Separar la piel del ruido de fuera se ha vuelto una ardua tarea.
Como ya advertía Hannibal Lecter en El silencio de los corderos: «Codiciamos lo que vemos cada día». ¿Y no está nuestra capacidad de pensamiento mediada más que nunca por un algoritmo opaco que alimenta sin cesar las pasiones, pero que engaña haciendo creer que está nutriendo la razón?
Tanto Escohotado como Mill tenían una fe ciega en que, en una esfera de discusión libre, la verdad siempre triunfaría frente al error. La propia circulación de la verdad anularía de manera evidente la falsedad, dejándola fuera de juego y saliendo todavía más fortalecida del debate. Sin embargo, la manera de operar de los algoritmos no está pensada para el intercambio de ideas, sino para retener la atención del usuario siempre durante unos minutos más.
El ser humano necesita de interioridad para reflexionar
El ser humano necesita de interioridad para reflexionar y para mantener circulando el oxígeno del pensamiento crítico. Así que quizá la opresión no es siempre la intervención excesiva del Estado o el régimen nazi, sino las sutiles dinámicas de desprestigio, de simplificación, de circulación de mensajes unilateral que, sin contexto ni contraste, llegan al usuario final.
No siempre se enfrenta uno contra el poder o el calabozo, sino contra las seductoras mieles del contenido personalizado y la promesa de la cómoda anestesia. Ya no solo existe la censura, sino la distracción. Los algoritmos suponen la desaparición del esclavo que susurraba memento mori en los oídos del general que volvía victorioso de la batalla. Son la sublimación de los yes men, entregados a la causa de complacer y jamás inquietar.
Por eso, la piel a proteger está cada vez más atacada. El exceso de luz deslumbra, el ruido constante ensordece, la avalancha de opiniones inunda todo el espacio. Como recuerda Vicente Monroy en su Breve historia de la oscuridad (2025), el mundo contemporáneo excesivamente iluminado ha sumido al individuo en las tinieblas de la falta de reflexión y de profundidad: «Un destello cegador ha eclipsado la tenue luz del pensamiento».
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